Me gustó mucho este análisis de Karelia Vasquez para El País a cerca de la corrumiación:
Durante la corrumiación, las personas revisitan mil veces lo sucedido, se imaginan nuevos finales, lo que hubieran dicho y hecho de haber sabido lo que saben ahora y cómo un comportamiento diferente podría haber cambiado las cosas. El público del rumiante le dará o le quitará la razón, aportará soluciones, lo que hubieran dicho o hecho ellos, o peor, le recordará cuántas veces le advirtieron de que el asunto X iba a pasar. Para los expertos, el problema de la corrumiación es que, por un lado, es pasiva y, por otro, suele centrarse en pensamientos negativos o en giros hipotéticos de guion que ya no van a suceder. Un exceso de conjugaciones en subjuntivo que paraliza y sume al rumiante en la más absoluta pasividad. “La rumiación muchas veces es una ilusión de control. La fantasía de que hay algo que hubieras podido cambiar o que puedes cambiar ahora. Y lo cierto es que los ‘y si hubiera hecho’ o ‘y si hubiera dicho’ son inútiles. Hay que concentrarse en lo que está pasando aquí y ahora”, dice Michelena, que recuerda que la rumiación suele ser contraria a la acción.
La conclusión común es que las personas corrumian porque hace sentir mejor. El apoyo social que supone que todos, incluso los pseudoconocidos, se alíen con la causa del afectado es importante para la salud física y emocional. Sin embargo, varios estudios, entre ellos este metaanálisis, reconocen que, si bien la rumiación conjunta, repetitiva e improductiva de un problema se asocia con una alta satisfacción hacia los amigos, también tiene “componentes desadaptativos” que se relacionan con niveles moderados de depresión y ansiedad. En este trabajo también se señala que potencia una actitud pasiva.
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