Si nos ponemos a leer a viejos filósofos nos encontramos con un dato particular; en la mayoría de cada una de sus escrituras hacen mención a la brevedad de la vida y a la eternidad de los momentos. Muy por el contrario, escritores contemporáneos, hacen especial hincapié en el valor de la estadística que nos revela una gran población perteneciente al grupo de adultos mayores.
Esta categoría de “adulto mayor”, muy en boga de todos y muy a la moda, no ha surgido de la nada sino que es un concepto que se construye a partir de la necesidad de desenraizar la vertiente despectiva y negativista que el término “vejez” implicaba hasta ahora.
(…) el concepto de “viejismo”, apunta al viejo como
aquel que nos recuerda a lo siniestro; a la muerte
Hace unas cuantas décadas atrás “viejo” era aquel que debía retirarse de la actividad y esperar tranquilo a que la muerte lo viniera a buscar, como si se tratara de una persona que, frente a una sumatoria de años, se convierte en un sujeto en declinamiento, enfermo, pasivo, asexuado, inservible. Pensemos en la imagen de la abuela que encarna el papel de la película “Esperando la carroza”, qué sino a la muerte hace referencia esa carroza.
Esta postura, muy ligada a la exacerbación del ideal de juventud, a la que hoy denominamos bajo el concepto de “viejismo”, apunta al viejo como aquel que nos recuerda a lo siniestro; a la muerte.
Sin embargo, ante el aporte de nuevas miradas, reconocemos finalmente que existe una prolongación de una longevidad sana.
Entonces cuando hablamos de un adulto mayor no estamos refiriéndonos a una etapa de declinación de su vida, sino que pensamos en una persona que atraviesa una edad avanzada y que en determinado momento comienza a verse inmerso en una serie de cambios que le suceden a nivel del pensamiento, del cuerpo, de las funciones sociales, de su rol dentro de su familia, de su vinculo amoroso, así como en relación al trabajo, y que empieza a trabajar psíquicamente para afrontarlos.
Mientras que antes se creía que el viejo se volvía
un ser a-sexuado bien sabemos que
esto no es así de ningún modo
El adulto mayor suele verse movilizado frente a estas modificaciones al punto que se ve lanzado a tramitar más de un duelo ante una sucesión de pérdidas que va atravesando.
Averiguemos cuáles son estos cambios:
Mientras que antes se creía que el viejo se volvía un ser a-sexuado bien sabemos que esto no es así de ningún modo ya que la sexualidad no es sinónimo de genitalidad, entonces no pasa necesariamente por el acto sexual sino que tiene que ver con el encuentro con modos de placer que permiten desear y ser deseado, de allí que la sexualidad no se pierde con la vejez sino con la muerte.
Lo que sí suele ocurrir es que llega un día en que uno se mira al espejo y de golpe se pregunta “Desde cuándo estoy así de arrugada/o”; la imagen que se refleja no coincide con la imagen mental que hasta al momento se tenía de sí mismo y al reconocer esa distancia aparece un profundo sentimiento de no saber quién se es, lo cual trae aparejado una sincera angustia.
El viejo también se tiene que enfrentar a una de las mayores
dolencias que un ser humano pueda conocer, perder a un ser querido.
Frente a las canas, las arrugas, la falta de fuerza y resistencia, aparece un cuerpo que se revela como no familiar, como extraño, de allí que se vuelve necesario poner en práctica un arduo trabajo de re-reconocimiento, en el que la imagen de sí debe de resignificarse, aunque duela.
El viejo también se tiene que enfrentar a una de las mayores dolencias que un ser humano pueda conocer, perder a un ser querido. El hecho de ir quedándose sin sus referentes, ya sea su pareja o sus amigos de toda la vida, se desorienta y con ello nuevamente resulta indispensable una elaboración y con ella el reconocimiento de la finitud del hombre, lo cual rompe con la ilusión de la eternidad.
En cuanto a sus funciones, deja de ocupar la mayoría de las horas en un trabajo determinado para pasar a ser un jubilado, teniendo gran cantidad de horas libres, habiéndoselas que ingeniar en qué ocupar ese tiempo.
Allí es cuando generalmente surgen dos caminos posibles; la reclusión en el hogar de modo pasivo y solitario, o muy por el contrario, la posibilidad de realizar todas aquellas actividades que, por falta de tiempo o dedicación exclusiva al cuidado de los hijos, habían sido postergadas.
Entre la lista de actividades se encuentra tomar cursos de algún oficio de agrado, realizar actividad física y concurrir a centros deportivos o lúdicos, entablar nuevas relaciones vinculares y retomar las salidas y paseos, así como darse el lujo de viajar y seguir conociendo el mundo, y así mismo.
(…) solo queda adaptarse transformándose y reinventándose.
Entonces, como puede verse, no sólo hay pérdidas sino también ciertas ganancias. En esta línea se puede asegurar que los padres aportarán una herencia a sus hijos, no me refiero a los aspectos materiales sino a la huella que se deja en el camino de la historia de una familia; las experiencias, los recuerdos, los modos de ser y relacionarse, las comidas típicas, las tradiciones, hasta el apellido.
Es esa herencia la que permite armarnos de una identidad, y asumir nuevos roles dentro de la familia, más allá de que siempre, pese a los cambios, siga siendo nuestra familia al fín.
Y en relación a los roles ocurre también muchas veces el milagro de la abuelidad, asumiendo un nuevo lugar en la familia, dejando de ser el padre que educa a sus hijos para ser el abuelo que malcría a sus nietos.
Frente a los cambios; pérdidas y ganancias, solo queda adaptarse transformándose y reinventándose.
La clave para atravesar una adultez saludable reside en la posibilidad de seguir deseando, o, lo que es lo mismo, proyectarse en un mañana.
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