¿Cómo harías vos si estuvieras en mi lugar? –me pregunta un amigo que está pasando por un momento difícil, sabiendo que en lo inmediato las cosas van a empeorar antes de mejorar. Mi amigo pertenece a mi oficio, así que no me está preguntando por técnicas. Me está preguntando qué haría con tanto dolor yo, que he recibido mi porción de sufrimiento, como todos.
Puedo darte dos respuestas –le digo– la profesional y la personal. La primera es que lo aconsejable es aceptar incondicional y radicalmente el dolor. Es, después de todo, el postulado de todos los modelos psicoterapéuticos que lidian con estas cuestiones.
La respuesta personal, sin embargo, difiere. Cierto fundamentalismo de la aceptación quiere que toda evitación sea considerada como problemática. La verdad es que a cada dolor que me ha tocado lo he atravesado con un vaivén: aceptar de a ratos, evitar de a ratos –un vaivén entre contacto y alejamiento, como un barco en un mar tormentoso inclinándose a babor y estribor. Dejarme atravesar por el dolor una parte del tiempo, distraerme con un libro o la compañía de mis amistades el resto del tiempo.
Entiendo las razones del fundamentalismo de la aceptación: es tan ubicua y poderosa la presión social y cultural para distanciarse de todo dolor que a menudo es necesario desplegar una fuerza igualmente terca e indoblegable en la dirección opuesta. Sobrecorregir, si se me perdona el desagradable neologismo, es algo con frecuencia necesario en psicoterapia cuando se lidia con años o décadas de práctica en evitar.
En un mundo de estridentes y rotundos blancos y negros, lo matizado y sutil tiende a quedar ahogado.
Pero atravesar un dolor, como todo en la vida, es una cosa de matices, de gradaciones, de un cierto vaivén. Las cosas que duelen imponen un peaje de dolor a pagar, pero a veces puede ser más gentil pagarlo de a poco. Acercarse y hacerle lugar, tomar distancia para recuperar fuerzas, acercarse nuevamente, buscar un abrazo comprensivo que distraiga y ayude a pasar el día, y así. El vaivén que nos saca del barro.
La compasión también requiere flexibilidad suficiente para acompañar el vaivén que esta persona, en este momento, bajo estas circunstancias, es capaz de desplegar frente a este dolor.
Artículo publicado en Grupo ACT y cedido para su republicación en Psyciencia.