Perri Klass para The New York Times:
Las campañas para que la gente use condones, cascos al andar en bicicleta y cinturón de seguridad implicaron dar un paso más. Las tres implican algún sacrificio de comodidad y conveniencia personal, sacrificios que parecen triviales para algunos y nada triviales para otros.
Y así como necesitamos usar el cinturón de seguridad cada vez que estamos en el auto, aunque no tengamos intenciones de chocar, necesitamos usar cubrebocas en público, aunque no creamos que nosotros o las personas que encontremos estén infectadas del coronavirus.
Y agrega:
Hace unas cuantas semanas, Jill McDevitt, sexóloga en San Diego, hizo publicaciones en las redes sociales acerca de cómo la información arrojada por las investigaciones sobre los condones podrían aplicarse al diálogo sobre los cubrebocas. “Podemos aprovechar los datos de los condones y hacer que funcione”, comentó.
Sobre todo, se enfocó en la necesidad de reconocer que usar cubrebocas no se siente tan bien como no usarlo. “Nadie dice emocionado: ‘¡Sí, tengo que usar cubrebocas hoy!’”, comentó McDevitt. Decirle a la gente que se siente igual, dijo, “resulta invalidante, y provoca que la gente se rehúse aún más”.
Deberíamos centrarnos en ayudar a la gente a conectarse con sus amigos y familiares sin pelearnos. “Dirigir con empatía”, dijo. Comencemos por reconocerlo: “Esto es difícil para ti”. Empecemos preguntando: “¿Cómo hacemos que esto sea lo más fácil posible?”.
Con los condones, eso implicaba volverlos accesibles, disponibles, gratuitos, como los de nuestros consultorios. Pero también significaba ayudar a la gente a negociar, dijo McDevitt: “Puede ser, digamos, algo así: es una monserga usar cubrebocas, y a mí tampoco me gustan, pero esto no es para siempre. Mientras tanto, nos permiten estar más seguros cuando estemos juntos”.