“La prueba de aprender psicología es si tu entendimiento de las situaciones que encuentras ha cambiado, no si has aprendido un dato nuevo”
– Daniel Kahneman, psicólogo, Premio Nobel en Economía 2002
Las ilusiones ópticas nos enseñan que (tal vez) las cosas no son como aparentan ser para nosotros; sin importar cuánto abramos los ojos, es cuestión de técnica descubrir el “engaño”.
Es cierto que muchas personas deciden estudiar Psicología motivadas por un deseo particular, y en ocasiones vago, de ayudar a la gente a trabajar en áreas que involucran un amplio espectro de asuntos (por ejemplo, las emociones, la familia, las relaciones interpersonales, el desarrollo cognitivo y muchos asuntos más). Sin desacreditar estas buenas intenciones, percibo que no provoca tanto entusiasmo en estudiantes y profesionales el rostro más intelectual e introspectivo de nuestra formación. Por eso me pregunto: ¿qué hacemos con toda la información que recibimos en nuestros estudios? Todos esos conceptos, teorías, modelos, investigaciones, nombres, autores, métodos y problemas del conocimiento.
Sería poco entusiasmante, por ejemplo, descubrir que hemos memorizado las ideas de Pavlov o de Vygotski sólo para un examen importante en la universidad, que no hemos investigado sobre William James más de lo que alguna vez fue necesario, que no sabemos por qué Freud habló del inconsciente; o bien, que ignoramos las evidencias a favor del evolucionismo en Psicología o la importancia de sostener tal o cual concepto de inteligencia.
¿qué hacemos con toda la información que recibimos en nuestros estudios?
Pero más infortunado que esto sería encontrar que en nuestra experiencia con la Psicología aún no hemos asumido la difícil tarea de comprender mejor nuestra persona y nuestras circunstancias, que no hemos apuntado el conocimiento psicológico en la dirección de la antigua exhortación “Conócete a ti mismo”; de ser así, el aprendizaje social de Bandura y la teoría cognitiva de Aaron Beck, por ejemplo, nunca habrán sido lentes para observarnos y procurar entendernos a fondo. Quizá nos hemos dado por sentados a nosotros mismos y a todo lo nuestro, obviando que también somos objeto de estudio.
Parte importante de la experiencia de ser psicólogo y/o estudiante de Psicología debería involucrar una serie de transformaciones en nuestra perspectiva de nosotros mismos, de los demás, de la condición humana. No se trata de cambios arbitrarios en las premisas que nos guían sino de ajustes constantes derivados del análisis y la reflexión continua sobre el conocimiento que la Psicología pone a nuestro alcance y del cual hemos de servirnos para cumplir la función social que se nos asigna. No debe tratarse de una imposición despótica sino de una consigna cuestionable que ante todo esté argumentada y justificada por la actitud reflexiva a la que me he referido.
Ahora bien, esta actitud requiere varias cualidades y acarrea riesgos importantes. En primer lugar, mente abierta, no en el sentido acomodado que algunos utilizan, sino en cuanto a la disposición para conocer más y mejor. El conocimiento que la Psicología ofrece puede resultar peligroso según los tiempos, los lugares y las personas. A lo largo de la historia ha sido revolucionario sostener algunas posturas, como, por ejemplo, que una característica psicológica es innata o aprendida, y que ciertas pasiones agresivas hacen parte de nuestro repertorio evolutivo aunque la cultura haya querido sofocarlas. El saber psicológico ha sido y aún puede ser indeseado, temido o despreciado, pese a la evidencias a su favor.En este sentido, es casi una cuestión de ética para el psicólogo examinar, evaluar y ajustar continuamente las propias ideas, actitudes, opiniones, creencias, conductas y praxis profesional. Podemos incluso expresar, como diría Malcolm Gladwell, que es un deber intelectual inherente a toda persona actualizar constantemente sus posturas frente a tantas cosas como sea posible, empezando por ponerse a sí misma en tela de juicio, más todavía si, como el psicólogo, su quehacer compromete la integridad de otras personas.
¿Será posible que nosotros tampoco aceptemos o no deseemos conocer algo que la Psicología haya sugerido con suficiente validez? Sin duda. Puede que seamos los primeros enemigos de conocernos a nosotros mismos porque las consecuencias inmediatas no son siempre las que quisiéramos. No obstante, ¡cómo podemos aspirar a comprender a las personas ignorando sistemáticamente las variables que nos condicionan! El psicólogo Barry Schwartz dijo a este respecto:
“La sabiduría práctica demanda más que la habilidad de ser perceptivo sobre los demás. También demanda la capacidad de percibirnos a nosotros mismos –de evaluar cuáles son nuestros motivos, de admitir nuestras fallas, de descubrir qué ha funcionado o no y por qué. Tal auto-reflexión no siempre es fácil cuando sentimos que hemos estado equivocados. Y es difícil también cuando hemos estado equivocados –cuando hemos sido irreflexivos, descuidados, muy egoístas. Ser capaces de criticar nuestras propias certezas es a menudo una lucha dolorosa que requiere algo de coraje para tratar de retroceder y juzgarnos imparcialmente a nosotros mismos y a nuestra propia responsabilidad.”
El saber psicológico ha sido y aún puede ser indeseado, temido o despreciado, pese a la evidencias a su favor
Pienso que es el psicólogo el primero que debe (intentar) conocerse a sí mismo y que es la Psicología misma la primera en plantearle la falibilidad esencial de su principal instrumento: su propia mente. El más ciego entre los ciegos es el que aún confía en sus ojos. Consciente de esto, el psicólogo (una mezcla de científico, filósofo y artista) debiera ser un pensador crítico, escéptico y cuidadoso que encuentra en la contradicción, en los dilemas y en las dudas una oportunidad y no una amenaza, procurando estar equilibrado –si se me permite la referencia– en los procesos piagetianos de asimilación y acomodación.
El mito, como alguna vez proclamó John F. Kennedy, es el principal enemigo del conocimiento. “El problema no es la ignorancia sino las ideas preconcebidas”, dijo alguna vez Hans Rosling. Nunca dejar de examinar nuestros presupuestos, desafiar el sentido común y poner a prueba nuestras ideas de mayor devoción serviría para mucho bien de quienes procuramos una Psicología falible en tanto humana pero honesta por la misma razón.
No debemos ignorar, pues, las ocasiones en que la Psicología y otras áreas afines han sido campo e instrumento de poderes tradicionales, opresores, alienantes, explotadores o excluyentes: la praxis ideologizada, la experimentación cruel con humanos, la mercantilización de la salud mental, la guerra, la discriminación de minorías y otros fenómenos más. Estamos expuestos a ello y debemos tener cuidado de cegarnos por el anquilosamiento de nuestras mentes; hasta debemos evaluar sin reservas el concepto y la razón de ser de la Psicología misma. El absolutismo ideológico (perjudicial, si opinan como yo) se combate con el autoexamen, la mente abierta, el pensamiento crítico, el escepticismo y la construcción colectiva de conocimiento.
En este punto he de aclarar que no se trata de anular la subjetividad ni aquello que nos hace particulares; antes bien, invito a reconocer, a resignificar esta subjetividad para evitar el compromiso perjudicial de nuestra labor y de los afectados por ella. Y, si se me permite también, ésta es una invitación a no cerrarle puertas al conocimiento que desafía nuestros esquemas o creencias, sino a mirarlo de frente aplaudiendo todas las posibilidades con las que el saber empodera al individuo y a los grupos. Específicamente, tendríamos que desafiar tabúes y temas conflictivos dentro y fuera de la disciplina (contando también con el apoyo de la interdisciplinariedad). No deberíamos ahorrar cuestionamientos y provocaciones en “asuntos sensibles” como la religión, la familia, la política, la sociedad, la cultura, las costumbres, la ciencia, los sentimientos, las relaciones, los gustos, la (a)normalidad y demás.
el psicólogo debiera ser un pensador crítico, escéptico y cuidadoso que encuentra en la contradicción, en los dilemas y en las dudas una oportunidad y no una amenaza
A menudo, la Psicología pone en entredicho las ideas populares sobre muchas cuestiones. Puede usted investigar numerosos aportes con los que esta profesión, pero ante todo este conocimiento, revoluciona el pensamiento cuando nos cuestionamos sobre nosotros mismos, sobre los demás y sobre las cosas en general; por mencionar algunos: el cerebro, la disonancia cognitiva, la influencia social, los sentimientos, la persuasión, la conducta sexual, la (in)fidelidad, la felicidad, el prejuicio, el conformismo, las alucinaciones, la conciencia, las emociones y la razón, la moralidad, la política, las creencias de todo tipo, la violencia, el trabajo, lo real y lo que no lo es; prácticamente, si es asunto de humanos, algo tiene para decir la Psicología.
Y agregaré que no deberíamos callar; deberíamos sacar este saber del claustro de la academia y ofrecerlo a todo público. Seguramente seremos revolucionarios al hacerlo, pero, cuando el conocimiento conduce a la acción, empodera.
Finalizo, entonces, invitando a no descuidar la dimensión intelectual de ser psicólogo o estudiar para serlo, reconociendo que, como seres humanos, aún podemos interponer a menudo el pensamiento y la reflexión entre el estímulo y la respuesta. Para ello, no olvidemos ser coherentes entre lo que percibimos, sentimos, queremos y hacemos. Los estudiantes y profesionales de la Psicología, y de otras áreas afines (Sociología, Antropología, Filosofía, Medicina, etc.), ostentamos la gran responsabilidad de matizar lo humano y de ayudar a construirlo y conservarlo abocando una actitud crítico-analítica, reflexiva, creativa, laboriosa, solidaria, hacia el autoconocimiento y el bienestar integral de las personas.
Somos diversos y quizá algunos no compartan esta posición, pero aquello que más he deseado comunicar es una invitación a que nuestro intelecto no permanezca impávido ante una Psicología que tiene tantas cosas que ofrecer. No olviden la frase que encabeza el texto.
Imagen: Gratisography