“Sé que no soy un niño de diez años común y corriente, digo, hago cosas comunes y corrientes: como helado, ando en bici, soy muy bueno en los deportes; bueno al menos en mi Xbox. Me encanta Minecraft, la ciencia, y disfrazarme para Halloween. Adoro jugar con el sable de luz con mi papá y ver películas de las guerras de las galaxias con él y molestar a mi hermana mayor. Y sueño con ir al espacio exterior, como cualquier otro niño. Solo que no me veo normal cuando hago esas cosas…”
“Se que nunca seré un niño común, los niños comunes no asustan a otros en los parques, a los niños comunes no los miran donde quieran que vayan, pero no importa si tu también quieres mirar.”
En este relato nos encontramos frente a un niño pequeño enseñándonos sobre cómo es ser distinto a lo que nos enseñan día a día que es común. Pero ¿qué será lo común? ¿Cómo tenemos que ser físicamente para agradar al resto? ¿De dónde salen los modelos de cómo es ser común?
Me puedo atrever a decir que para los que trabajamos en inclusión lo normal y lo común es lo diverso, lo distinto. Pero soy consciente que dentro del trabajo que hacemos aparecen muchas frustraciones.
Mirando esta película, me recordó cada paciente y cada familia que tuve la suerte de conocer y compartir espacios; trabajando en inclusión de personas con discapacidad y viviendo en contextos donde lo común es que todos somos diferentes; todo lo que acontece en la película parece cien por ciento real. Los miedos, los desencuentros, las prioridades, los fracasos, los aciertos, los aprendizajes.
¿Y cuáles son esas frustraciones?
Es que cada libro teórico que leemos nos habla de cómo fomentar espacios inclusivos, a nivel mundial tenemos normativas que garanticen la educación para niños y niñas sin excepción. Realmente a nivel económico las políticas de inclusión escolar y las estrategias para propiciarlas no requieren grandes inversiones. Se necesitan adultos comprometidos que realmente crean que vivir entendiendo la diversidad es la forma más natural de enseñar.
Relatado en primera persona por un niño tan chiquito, esta película sorprende, enternece y enseña. Pero esta historia puertas adentro de los consultorios se escucha muy seguido, más de lo que nos gustaría. No encontrar una escuela para niños o niñas que están por fuera de lo que se enseña como “común” es la regla, cuándo debería ser la excepción.
El problema real que tenemos en la inclusión escolar no es tan diferente de país a país; son pocos realmente los lugares en donde las escuelas están abiertas a las diferencias desde lo estructural y no desde el discurso.
Ver estas historias y vivirlas día a día en la lucha de encontrar escuelas adecuadas para las necesidades específicas de cada niño o niña es difícil. Atender las frustraciones de las familias de saber que las escuelas en donde hoy están sus hijos/as no son las adecuadas pero que tienen que conformarse, también lo es.
Pero lo más difícil con lo que me encuentro en la práctica profesional es escuchar a niños y niñas siendo víctimas en los espacios que deberían ser los más seguros. Como aparece en la película el acoso debe tener tolerancia cero en las instituciones escolares, cuando aparece un niño o una niña víctima de una situación de violencia los responsables somos todos, porque no estuvimos atentos. Y sobretodo porque como adultos y adultas seguimos replicando modelos de lo que es “común” desde los cuentos, los ejercicios y los relatos.
Una película que en una de sus frases finales deja una enseñanza maravillosa:
“Tal vez, la verdad es que no soy tan común, quizá si supiéramos lo que piensan los demás sabríamos que nadie es común y todos merecen una ovación de pie al menos una vez en la vida”
Todos y todas tenemos nuestras debilidades y nuestras fortalezas, tenemos algo de nosotros que queremos ocultarle al mundo y nos da muchísima vergüenza; y algo por lo que nos sentimos totalmente orgullosos. Si empezáramos a observar más, a escuchar más y a juzgar menos podríamos ver que batalla está lidiando cada persona, cómo podemos apoyarla y en donde necesitamos nosotros de apoyo.