Emiliano Bruner escribe para la revista Investigación y Ciencia como los intereses mercantilistas pervierten el proceso de selección de investigadores, basandose en la capacidad de marketinera y no en la capacidad científica:
La otra contraindicación de la masificación científica es el haber despertado los intereses del mercado. Hoy en día, las universidades ya no tienen estudiantes, sino clientes, que pagan y que exigen un trato preferencial. Lo mismo pasa con las editoriales científicas, porque muchos investigadores ya no son autores, sino clientes, de sus revistas. Y el cliente siempre tiene la razón. También a nivel de investigación, un científico se valora (y se contrata) siempre más en función de cuánto dinero ha conseguido mover entre empresas, fundaciones y gobiernos, que en función de su producción científica y cultural. Es decir, la institución está interesada en su capacidad empresarial, más que en su capacidad investigadora. A pesar de ser algo tan patentemente contrario a los principios de la ciencia, hoy en día esta perspectiva está tan aceptada que la instituciones ni se esfuerzan en ocultarla, y ponen la capacidad de búsqueda de dinero en los requisitos oficiales de los concursos, en los deberes de un contrato laboral, o en las evaluaciones productivas.
Como bien lo menciona Bruner en su artículo, el proceso científico se ha visto debilitado cuando los gobiernos dejaron de invertir en la investigación científica y los investigadores tuvieron que buscar financiamiento en los laboratorios y empresas privadas. Ahí se empezó a corromper todo el principio que guía la investigación y el desarrollo científico, porque las empresas fueron creadas con el objetivo de obtener ganancias para sus inversionistas. Esa es su misión. Mientras que la investigación científica debe mejorar el desarrollo de la sociedad.