En 1966, el psicólogo norteamericano Harry Harlow mostró que los monos rhesus pequeños preferían a una madre sustituta de alambre cubierta en ropas cómodas, que a una que proveía leche. El cariño parecía ser más importante incluso que la comida. Más o menos al mismo tiempo, el psicoanalista británico John Bowlby documentó cómo los niños humanos que fueron privados de contacto maternal suelen desarrollar problemas psicológicos. Ahora esta línea de investigación ha entrado a la era de la neurociencia con un estudio que sugiere que los niños cuyas madres les ofrecen más contacto corporal tienden a tener cerebros más socialmente desarrollados.
Jens Brauer y colegas grabaron videos de 43 díadas madre-hijo mientras estaban sentado en un sillón jugando con una granja de Playmobil. Las madres sabían que estaban siendo filmadas aunque no conocían los objetivos del estudio. Habían 24 niños y 19 niñas que en promedio tenían 5.5 años. Luego codificadores volvieron a mirar los videos y contaron todas las veces que la madre tocó a su hijo o viceversa. Finalmente, durante un período de 2 semanas, los investigadores escanearon los cerebros de cada niño mientras yacían acostados tan inmóviles como les fuera posible observando un protector de pantalla de lámpara de lava.
Los científicos estaban particularmente interesados en los niveles de actividad de descanso en los cerebros de los niños en una red de áreas conocida por estar comprometida en funciones como la empatía y el pensar sobre los estados mentales del otro. Ellos observaron que los niños que recibían más contacto corporal de sus madres en las sesiones de juegos de 10 minutos, tendían a tener más actividad de descanso en dicha área del cerebro, especialmente en el surco temporal superior derecho (a veces llamado cerebro social). Estos niños también mostraron más conexiones de descanso entre diferentes nodos funcionales dentro de su cerebro social, como entre el surco temporal superior derecho y la circunvolución superior derecha y la ínsula izquierda.
Los niños que recibían más contacto corporal de sus madres también las tocaban más, pero el vínculo entre el contacto de la madre y la actividad neuronal de los niños seguía siendo significativa luego de eliminar este factor.
Estudios previos han encontrado que una mayor actividad en el área del cerebro antes nombrada está vinculada con las habilidades sociales y emocionales (como ser capaz de ver la perspectiva del otro). Basados en esto, los investigadores sugieren que el mayor contacto de la madre y su relación con éste área cerebral pueden indicar que estos niños se interesan más por otros, comparados con niños que reciben menos contacto corporal.
Sin embargo, los resultados de esta investigación deben tomarse con cuidado ya que tienen limitaciones serias que los mismos científicos reconocen: los resultados son correlacionales, así que es posible que factores desconocidos estén relacionados con la cantidad de contacto corporal materno y el desarrollo cerebral del niño. Por ejemplo, tal vez algunas madres están comprometidas en otros niveles también, como hablar más con sus hijos. Esas madres pueden tocar más a sus hijos, pero podría pasar que las diferencias cerebrales se deban a la forma en que hablan con ellos.
Otro importante factor no mencionado por los investigadores son los potenciales efectos genéticos. Los mismos genes que dirigen las conductas táctiles de las madres pueden influir en el desarrollo cerebral de sus hijos.
Se necesita seguir estudiando el tema teniendo en cuenta estos factores y además investigar si resultados similares se obtienen por los niveles de contacto corporal con el padre u otro cuidador.
A pesar de las limitaciones, Brauer y sus colegas nos invitan a considerar sus resultados a la luz de algunas investigaciones (1, 2) en ratas que pueden controlar cuánto contacto materno recibirá el animal. Estos experimentos han permitido observar que un mayor contacto maternal se asocia con cambios importantes a nivel cerebral, por ejemplo en relación al estrés y al repetir el contacto corporal con sus descendientes. Los autores sugieren que es prudente sospechar una potencial relación causal entre el contacto corporal y el desarrollo humano.
Fuente: Research Digest