Se han abordado, en un artículo anterior, tópicos relacionados al aspecto terapéutico de la risa. Así, se habló de la gelotología, término acuñado por el psiquiatra William Fry, para referirse a la disciplina que estudia el humor y la risa con fines terapéuticos. En el mismo artículo, el psicólogo Andrés Buschiazzo se ocupó de presentar los llamados Grupos Terapéuticos de Risa (GTR), diciendo que “el fundamento científico de los GTR está en las neurociencias. El cerebro no discrimina lo real de lo imaginado. Si una persona no tiene deseos de sonreír, pero lo hace, el organismo reacciona cambiando el estado de ánimo de manera notoria. Cuando se alteran las percepciones se puede cambiar las emociones (Damasio, 2005; Goleman, 2006). Confirmado por el postulado de William James: “No lloramos porque estamos tristes, sino que estamos tristes porque lloramos” (Casacuberta, 2000, 38). Así como Adler mencionó que las lágrimas funcionan como un medio para alcanzar un objetivo: la atención, a lo que llamó “fuerza hidráulica”. En los GTR se convoca, a través de la voluntad, una emoción positiva. El movimiento crea emociones.”
El movimiento crea emociones
A estos, se suman nuevas investigaciones acerca de la risa como herramienta terapéutica, por ejemplo, estudios han documentado que el acto físico de sonreír es una forma universal y eficaz para levantar el estado de ánimo, aunque brevemente. Pero en investigaciones sobre el poder de la sonrisa, los investigadores dirigidos por el profesor Marcus Munafo de la Universidad de Bristol en Inglaterra encontraron que incluso ver sonrisas en los rostros de los demás puede tener un profundo efecto en la tendencia de una persona hacia la violencia o la agresión, siempre y cuando la persona reconozca la sonrisa como de felicidad, y no como una burla.
Munafo y sus colegas realizaron una serie de experimentos involucrando tanto adultos normales, así como adolescentes altamente agresivos que habían sido remitidos a un programa para la juventud, ya sea por las autoridades educativas o por los tribunales. Alrededor del 70% de los adolescentes ya tenía antecedentes penales.
En el primer experimento, 40 adultos sanos de 18 a 30 años de edad, miraban imágenes en computadora de rostros que habían sido transformados para mostrar expresiones faciales que iban de contentos a enojados siendo cada vez más difícil discernir las expresiones presentadas entre uno y otro extremo. Se preguntó a los participantes cuán enojados se sentían y luego tuvieron que calificar las imágenes mostrando felicidad o enojo – no había opción de “ambigua” o ” “imposible de determinar”. A partir de estas clasificaciones, los científicos fueron capaces de generar un resultado de su sesgos hacia la felicidad o la ira reflejados en donde los voluntarios decidieron que terminaba la felicidad y comenzaba la ira.
Investigaciones previas encontraron que las personas agresivas – incluyendo los delincuentes violentos – tienden a interpretar incluso expresiones neutrales como hostiles.
En base a sus calificaciones iniciales, a la mitad de los participantes sanos el programa de computadora les dijo que algunos de los rostros ambiguos que habían calificado como enojados deberían haber sido marcados como felices. Con ello se pretendía sesgarlos para que juzgaran a las caras intermedias de forma más positiva. Los otros 20 recibieron respuestas que simplemente validaron sus decisiones anteriores, creando un grupo de control.
Las señales ambiguas son más propensas a ser mal interpretadas
Después de este entrenamiento, ambos grupos fueron evaluados de nuevo y el grupo que recibió el feedback (retroalimentación) sesgado cambió sus calificaciones de caras ambiguas hacia el lado feliz. También se pidió a los participantes que calificaran su nivel de sentimientos de ira otra vez después de completar la segunda ronda de pruebas. Aquellos que fueron entrenados para interpretar las caras ambiguas como felices reportaron sentirse menos enojados después en comparación con el grupo control.
La segunda parte de la investigación se enfocaba en 46 adolescentes del programa de jóvenes de alto riesgo, sus edades oscilaban entre los 11 y 16 años. Se les pidió que completaran las mismas pruebas, pero además, tanto los jóvenes como el personal debían informar sobre los niveles de conducta agresiva de los adolescentes antes de comenzar la prueba y durante las siguientes dos semanas. Los adolescentes que habían sido entrenados para interpretar las expresiones faciales ambiguas de manera más positiva fueron significativamente menos agresivos dos semanas más tarde, según la clasificación hecha tanto por el personal (que no sabía cuáles de los niños habían estado en el grupo de intervención) como por sí mismos.
Los autores concluyen: “Los resultados de nuestros experimentos sugieren que los sesgos en la percepción de las expresiones faciales emocionales juegan un papel causal en la ira subjetiva y la conducta agresiva.”
Eso no quiere decir que las sonrisas aisladas sean la respuesta a la violencia entre los adolescentes – investigaciones anteriores en la que jóvenes antisociales fueron entrenados para reconocer mejor las emociones, por ejemplo, no tuvo ningún efecto sobre su nivel de comportamiento agresivo. Pero este estudio anterior se enfocó en mejorar su percepción de las señales faciales claras, no de las ambiguas. Dado que las señales ambiguas son más propensas a ser mal interpretadas, puede ser que el comportamiento violento en algunos jóvenes se perpetúa por interpretaciones erróneas constantes de expresiones airadas en casos en que no existen, que los empujan a respuestas combativas.
Los resultados sugieren que ayudar a los jóvenes, especialmente aquellos que son propensos a la violencia, a aprender a dar a los demás el beneficio de la duda cuando ven lo que ellos piensan que es un rostro amenazante, podría ayudar a terminar con el círculo vicioso de la violencia.
Fuente: Healthland.time.com; Ncbi.nlm.nih.gov
Imagen: sharna.shumona en Flickr