No puedo evitar derramar lágrimas mientras escribo y es que el año 2021 ha sido, sin ninguna duda, el peor año de mi vida entera.
Comenzó el 10 de enero, cuando mi hermano mayor, Juan Manuel, nos comunicó a mi hermana y a mí que se había contagiado de COVID-19. Pasaban los días y Juan no mejoraba, fue ingresado al hospital debido a que la saturación de oxígeno era baja. Unas semanas mas tarde era trasladado a cuidados intensivos, allí ya no podía tener su celular así que esperábamos con dolor en la panza el parte médico que todos los días era similar: “está grave”.
Una noche Juan empeoró y tuvo que ser intubado, así pasó unos pocos días y luego llegó ese horrible 29 de enero al medio día, cuando nos informaron que Juan había fallecido. Mi bello, gracioso, inteligente, amable y feliz hermano, de solo 34 años, de repente ya no estaba. No hay palabras para describir semejante dolor.
Cuando vi que Chimamanda Ngozi Adichie había escrito un pequeño libro basado en su reciente experiencia luego de la muerte de su padre, sabía que tenía que leerlo. Y fue una muy buena decisión: me hizo sentir acompañada, comprendida y sorprendida de lo mucho que podemos tener en común durante esta experiencia. Estas son algunas de mis citas favoritas:
“La pena me obliga a mudar de piel, me arranca escamas de los ojos. Lamento certezas pasadas: ‘Deberías pasar el duelo, hablarlo, encararlo, superarlo’. Las certezas petulantes de una persona que todavía no ha conocido una pena profunda. He llorado pérdidas en el pasado, pero solo ahora he tocado el corazón de la pena”.
Me gusta la habilidad con la que Chimamanda expresa una de las cosas que aprendí este año: por mucho que me esforzara por comprender el dolor de la gente (y genuinamente me esforzaba en hacerlo) realmente es ahora que lo entiendo.
“Una risa que nunca volveré a reír. ‘Nunca’ ha llegado para quedarse. ‘Nunca’ parece un castigo demasiado injusto. Durante el resto de mi vida viviré tratando de alcanzar cosas que ya no existen”.
Ella habla de todo eso que ya no volveremos a ver, escuchar, sentir, vivir con ese ser amado. Con Juan.
“La pena era una celebración del amor, quienes sentían auténtica pena habían tenido la suerte de amar”.
Esta frase me dio consuelo, ya que significa también que mientras Juan vivía tuvo personas que lo amaron de verdad y que lo seguiremos amando.
“Estoy escribiendo sobre mi padre en pasado, y no puedo creer que esté escribiendo sobre mi padre en pasado”.
Por sobre todo, lo increíblemente difícil que es comprender realmente que Juan, mi hermani, ya no está.
Creo que el acompañamiento durante el duelo es muy valioso y que este libro ofrece ese acompañamiento en cierta forma. Por otro lado, tal vez no estés pasando un duelo, tal vez todavía no hayas sentido ese dolor pero quieres comprender mejor a las personas que pasan por eso, entonces también te beneficiarás de este breve pero precioso librito.
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