Uno de los aspectos que me desorientó de ACT en un principio fue su posición con respecto al papel de las cogniciones y emociones sobre las acciones clínicamente relevantes. Creo que es un poco más complejo de lo que parece, y que puede ser entretenido detenernos sobre este punto —siempre y cuando utilicemos una definición bastante amplia y generosa del término “entretenido”.
Permítanme desarrollar la cuestión. ACT/RFT sostiene que el sentido de cualquier evento está verbalmente mediado, esto es, que la función o efecto psicológico de un evento depende, al menos en parte, de sus propiedades verbales. Dicho en lenguaje cotidiano, y de manera muy simplificada, esto podría traducirse como que el sentido de un evento depende de su interpretación; así, por ejemplo, que una emoción o sensación física sea evaluada como deseable o indeseable afectará la forma de relacionarnos con ella.
Expresado de esa manera, esto pareciera guardar una notable similitud con los postulados centrales de terapia cognitiva y de otras posiciones psicológicas afines sobre el papel de las cogniciones sobre las acciones. En efecto, para terapia cognitiva el contenido de la interpretación de un evento es central para determinar cómo actuaremos frente a él. Citemos a Beck como ilustración: “si una persona interpreta todas sus experiencias en términos de si es competente y está capacitada, su pensamiento puede verse dominado por el esquema, ‘Si no lo hago todo a la perfección, significa que soy un fracaso’. Consecuentemente, esta persona responderá a las situaciones en términos de adecuación, incluso aunque las situaciones no tengan nada que ver con la dimensión de competencia personal.” (Beck et al., 2010, p. 13). También: “Puede postularse que las construcciones negativas que el paciente hace de la realidad constituyen el primer eslabón de la cadena de síntomas” (p. 27). Consecuentemente, esto conduce a procedimientos clínicos que intentan el cambio de esos contenidos para generar cambios clínicamente significativos, por ejemplo: “el control de los sentimientos más intensos puede lograrse mediante un cambio en las ideas” (p.17).
Sin embargo, esta es una posición de la cual ACT insistentemente tiende a diferenciarse. Ahora bien, ACT rechaza la posición cognitiva que hemos bosquejado, pero aún así postula que los pensamientos son importantes en la conducta. ¿En qué quedamos entonces? La respuesta, como es costumbre, está en el contexto, y en un aspecto especial del contexto esta vez.
Simón dice
Creo que podemos intentar una respuesta de esta manera: ACT no se opone a que una evaluación o interpretación pueda impactar sobre cómo actuamos frente a un evento, sino que hace la salvedad de que la relación entre la evaluación y la conducta que le sigue no es mecánica: “la respuesta contextualista funcional es explorar la posibilidad de que el vínculo entre los eventos privados y el desempeño subsecuente está en sí mismo contextualmente controlado” (Hayes & Wilson, 1995, p. 245).
Esto es, los pensamientos no tienen un efecto automático sobre las acciones, sino que el efecto depende del vínculo entre ambos elementos, y que ese vínculo está en sí contextualmente determinado (esto mismo aplica a emociones, pero no quiero desviarme tanto del punto central). Ese vínculo depende en sí del contexto, lo cual determina que la función psicológica que un pensamiento tuviere será función de otros elementos del contexto.
Retomando el ejemplo de Beck, un pensamiento como “soy un fracaso” puede impactar la conducta subsiguiente (por ejemplo, abandonar una actividad), solo cuando sucede en un contexto que indica que debe tomárselo de cierta manera –es decir, literalmente– cuando existe lo que se denomina un contexto de literalidad, un término que no es de cartel pero que aparece con frecuencia en la literatura. No es el contenido del pensamiento en sí lo que determina su impacto, sino el contexto en que sucede.
Una explicación más rigurosa del contexto de literalidad podría ser esta: “Las funciones de estímulo que son transformadas por las relaciones verbales también están controladas contextualmente y, por lo tanto, el impacto conductual de las relaciones verbales es contextual, no mecánico. En algunos contextos, los símbolos y los referentes pueden fusionarse virtualmente. A ese contexto lo llamaremos “el contexto de la literalidad” y al efecto lo llamaremos “fusión cognitiva”. En otros contextos, las relaciones verbales existen pero pocas funciones de estímulo reales se transfieren entre ellas.” (Hayes et al., 1999)
El contexto de literalidad es todo aquel aspecto de la situación que es ocasión para las conductas que englobamos en la categoría de “fusión”. Dicho de manera más sencilla e incorrecta, un contexto de literalidad es uno que señala que hay que responder a los contenidos de los pensamientos literalmente.
Podemos encontrar un ejemplo divertido del uso del contexto de literalidad en el juego infantil de “Simón dice”. En caso de que no hayan tenido infancia, les explico: es un juego que se lleva a cabo entre varias personas, una de las cuales ordena a las demás que realicen alguna acción sencilla (saltar, tocarse la nariz, etc.). Pero, esto es central, el resto de las personas sólo deben seguirse las órdenes que estén precedidas de “Simón dice” (“Simón dice: saltar en una pierna”), y no aquellas que no estuvieren precedidas por esa frase (“saltar en una pierna”). Quienes siguen correctamente las instrucciones siguen en el juego, quienes no, son expulsados.
Ese “Simón dice” juega con el contexto de literalidad, estableciendo un contexto que indica cómo responder al contenido verbal emitido (esto es, la orden dada). La ausencia de esa frase indica que la orden no debe tomarse literalmente. Por ejemplo, si quien dirige el juego grita “Auxilio, me estoy prendiendo fuego, vengan a apagarme que no es un juego, manga de degenerados”, lo ignoraríamos porque no dijo “Simón dice”, pese a sus súplicas (el mismo efecto tiene la palabra de seguridad en ciertas prácticas más adultas: sólo se toman en cuenta los ruegos precedidos de dicha palabra).
El contexto de literalidad, sin embargo, no depende sólo de palabras sino de diversos y múltiples aspectos de la situación: “este contexto incluye propiedades comunes al lenguaje cotidiano, como la estructura gramatical, la velocidad del habla, la congruencia entre el tono y el contenido emocional, el mantenimiento de la coherencia verbal y la atención a los productos de la respuesta relacional (es decir, relaciones derivadas y transformaciones de funciones)”. (Assaz et al., 2018).
Esto es, el contexto de literalidad puede señalarse con expresiones, formas de hablar, gestos, convenciones, y otras características de las situaciones que señalen cómo puede responderse a la situación. Cuando vamos a ver una obra de teatro, por ejemplo, ciertos elementos de la situación señalan que no debe responderse literalmente a lo que están diciendo y haciendo los actores (por eso no nos subimos al escenario para convencer a Romeo de que Julieta está viva y que no hace falta que se envenene), similarmente, cuando leemos en una página una sucesión de enunciados apilados, ese formato señala que nos preparamos para leer un poema, no una definición de enciclopedia.
Resumiendo
Para ACT entonces, los pensamientos y sentimientos no determinan mecánicamente las acciones subsiguientes: influyen sobre ellas (y aquí yace la similitud con los abordajes cognitivos), pero no de manera lineal, sino determinada por el contexto. El nexo entre conductas es también contextual. Diferentes contextos pueden hacer que un mismo contenido verbal o sentimiento tenga diferentes efectos sobre las acciones subsiguientes.
No basta con tener un pensamiento con un contenido negativo para que ocurra alguna acción deprimida, sino que tiene que ocurrir en un contexto actual o histórico que señale una cierta forma de responder a ese contenido: “Simón dice: soy un fracaso y no debería intentarlo más”. Por ese motivo, el foco de las intervenciones no se pone en modificar los pensamientos y sentimientos, sino en generar un contexto en el cual el vínculo entre esos contenidos y el resto de las acciones se debilite.
Cuando trabajamos con defusión intentamos generar, por medio de varios recursos técnicos, un contexto que debilite el vínculo entre ciertos pensamientos y las acciones subsiguientes. Cuando trabajamos aceptación, intentamos generar un contexto que debilite el vínculo entre malestar y acciones. No nos ocupamos de los contenidos de las órdenes, sino más bien del “Simón dice”, por así decir.
El contexto de literalidad es el que susurra que esto no es un juego. Un contexto de defusión es el que nos invita a jugar, el que nos invita a tomarnos un poco menos en serio algunas cosas, un poco más cercano al humor, un poco más cercano a cierta liviandad que a veces es necesaria. El contexto que nos toma un poco por sorpresa cuando la indicación es “Simón dice: ignorar esta orden”. No es casual que el humor requiera una cuota de flexibilidad.
Artículo publicado en GrupoACT y cedido para su republicación en Psyciencia.
Referencias bibliográficas:
- Assaz, D. A., Roche, B., Kanter, J. W., & Oshiro, C. K. B. (2018). Cognitive Defusion in Acceptance and Commitment Therapy: What Are the Basic Processes of Change? Psychological Record, 68(4), 405–418. https://doi.org/10.1007/s40732-017-0254-z
- Beck, A. T., Rush, A. J., Shaw, B. F., & Emery, G. (2010). Terapia Cognitiva de la Depresión (19th ed.). Desclée De Brouwer.
- Hayes, S. C., Strosahl, K. D., & Wilson, K. G. (1999). Acceptance and commitment therapy: an experiential approach to behavior change. The Guilford Press.
- Hayes, S. C., & Wilson, K. G. (1995). The role of cognition in complex human behavior: A contextualistic perspective. Journal of Behavior Therapy and Experimental Psychiatry, 26(3), 241–248. http://www.sciencedirect.com/science/article/pii/000579169500024T