Guillemor Lahera enumera en el diario El País seis formas de abordar la angustia que pueden llevar a cronificarla y que es importante evitar. A continuación el primero y que vemos con mucha frecuencia en la consulta:
1. Atiborrarse de ansiolíticos. Se entiende: es la misma lógica de recurrir al analgésico cuando le duele a uno la cabeza. Las benzodiacepinas (lorazepam, diazepam, bromacepam, etc.) actúan sobre el sistema inhibitorio GABA del cerebro, favoreciendo calma, relajación muscular e inducción al sueño. Sin embargo, las guías clínicas recomiendan limitar su uso a dos meses (y otro de retirada gradual), ante el riesgo de tolerancia (que para el mismo efecto necesitemos cada vez más dosis) o dependencia (que si se nos faltan los medicamentos, nos subamos por las paredes).
Algunas “benzos” (sobre todo las potentes y rápidas, como el alprazolam, que produce un “chute de calma”) circulan por el mercado negro como una droga más. Esto no quiere decir que “todos los psicofármacos sean drogas”, o que los controles que pasa una caja de diazepam para ser dispensada en la farmacia sean equivalentes a los de la raya de coca del camello de la esquina. Afortunadamente, tenemos agencias públicas, nacionales e internacionales, que aseguran estrictos criterios de calidad, seguridad, eficacia y correcta información de los medicamentos. El discurso de brocha gorda, en esto, creo que no ayuda. Por ejemplo, en los trastornos de ansiedad, son muy útiles los antidepresivos (pese a su nombre equívoco), porque actúan a largo plazo previniendo las crisis de angustia y reduciendo los niveles de ansiedad generalizada. Esta opción, por supuesto, es compatible con la psicoterapia, principal tratamiento validado.
Lee el artículo completo en El País para conocer las otras formas erróneas de afrontar la angustia.