Buena parte de la investigación científico social de las últimas décadas ha tenido como objetivo identificar rasgos de la psicología humana que condicionan nuestro comportamiento. Se asumía en ella que los seres humanos comparten los procesos cognitivos y afectivos más fundamentales y que, en consecuencia, los hallazgos de una población se podían aplicar a todas las sociedades.
No es de extrañar que, por razones de comodidad y economía, el 96% de los sujetos analizados pertenecieran a países industrializados occidentales, principalmente estudiantes estadounidenses, que albergan solo al 12% de la población mundial.
Desde hace unos años se ha intentado corregir ese sesgo, ampliando las investigaciones a las diferentes culturas existentes, evitando generalizar sin más los datos obtenidos con los estudiantes occidentales.
A medida que las investigaciones incluyeron sociedades de pequeña escala y otras culturas como las asiáticas, los resultados obtenidos se modificaron drásticamente. En un libro reciente, Joseph Henrich, director del Departamento de Biología Evolucionista Humana en la Universidad de Harvard, sugiere no sólo que los datos no son generalizables, sino que los occidentales poseen una psicología weird, extraño en inglés, diferente al resto, que les convierte en las personas más raras del mundo, que no mejores.
El término weird sirve como un ingenioso acrónimo que resume algunas de las características singulares de nuestra cultura: Western, Educated, Industrialised, Rich, Democratic, o sea, occidental, educado, industrializado, rico y democrático.
La psicología weird
La psicología weird, según Henrich, posee entre sus rasgos más notables el individualismo y una mayor apertura a interaccionar con individuos pertenecientes a otros círculos sociales, lo que favorece la movilidad y el cambio social. Los occidentales viven volcados en sus logros personales y mantienen una cierta distancia con su familia, grupo o clan, mientras que se adhieren a agrupaciones sociales por vínculos profesionales, ideológicos o de otro tipo.
Además, piensan de manera más analítica, creen en el libre albedrío, se sienten moralmente responsables de sus actos o se comprometen con leyes y principios de justicia universal.
La mayor parte de las culturas promueve otros valores
Frente a este perfil psicológico occidental, Henrich sugiere que la mayor parte de las culturas promueve una tendencia hacia el colectivismo, de manera que los individuos se identifican más fuertemente con la familia, la tribu, el clan y el grupo étnico, consideran el nepotismo como un deber natural, piensan de manera más relacional y holística, asumen como propia la responsabilidad de lo que hace su grupo y sienten sobre todo vergüenza, en vez de culpa, cuando su comportamiento se aleja de los dictados de la tradición.
Para Henrich la psicología weird se gestó en los últimos 1 500 años, en buena medida como una consecuencia no prevista de la política de familia que, desde finales del siglo VI, trató de implementar la Iglesia Católica Romana. Todo comenzó con la intención del Papa Gregorio I de reordenar el marco legal del matrimonio cristiano de acuerdo con un nuevo conjunto de normas que impedían el matrimonio entre primos, el divorcio y la poligamia.
Este proceso de reforma debilitó las alianzas por parentesco e introdujo cambios en la dinámica social. Esos cambios experimentaron un notable impulso a partir del siglo XVI debido a factores como la fe protestante, que intensificó la deriva individualista y promovió la alfabetización como medio de acceso a las Sagradas Escrituras, el desarrollo de las ciudades, los gremios profesionales, el método científico, etc. Con independencia de cuáles hayan sido las causas más relevantes, el resultado ha sido la génesis de la más próspera civilización sobre el planeta.
¿Cómo la cultura occidental modela la psicología weird?
En todas las sociedades, el aprendizaje cultural tiene consecuencias sobre nuestro sistema neurológico y moldea la psicología de los individuos, contribuyendo a la diversidad psicológica de los seres humanos.
La civilización occidental no es una excepción. Ha alumbrado una psicología extraña en una sociedad poblada por instituciones y reglas no menos singulares: democracia, principios de justicia universal, mercados, ciencia, ciudades cosmopolitas, cultos religiosos que intensifican la dimensión individual de la religiosidad, etc. Los individuos weirds son el producto y, al mismo tiempo, el sostén de esa cultura concreta.
El aprendizaje cultural reconfigura físicamente nuestros cerebros y, por lo tanto, modula nuestra manera de pensar y actuar. Un caso paradigmático y bien conocido de esas transformaciones surge cuando se aprende a leer y escribir. La alfabetización no solo produce cambios neurológicos, también promueve un pensamiento más analítico y memorias de mayor alcance temporal.
Sin embargo, cabe preguntarse si otros rasgos de la psicología weird poseen un correlato neuronal y funcional tan marcado y permanente. Muchos podrían ser, más bien, hábitos conductuales reversibles, dependientes del refuerzo ambiental y susceptibles de experimentar cambios notables a lo largo de la vida de las personas.
Psicología weird versus naturaleza humana
Las características psicológicas de los individuos dependen, en buena medida, de un proceso de aprendizaje de una cultura singular. No obstante, sin restar importancia al papel crucial que desempeña la cultura, diversas investigaciones sugieren la existencia de adaptaciones cognitivas, con base genética, que regulan aspectos clave de la conducta humana y que evolucionaron entre nuestros antepasados a lo largo del último millón y medio de años.
Se trata de mecanismos cognitivos que contribuyen a resolver problemas en dominios como la elección de pareja, la gestión de la cooperación para beneficio mutuo, la identificación tribal, la toma de decisiones sobre qué, a quién y cuándo imitar, o el desarrollo de formas de pensamiento protorreligioso, mágico y supersticioso.
Resulta paradójico que algunos caracteres de la psicología weird entren en conflicto con esta arquitectura cognitiva evolucionada y ello pone en duda su solidez y consistencia. ¿Hasta qué punto la psique weird, culturalmente construida, es un producto estable frente a esa naturaleza humana común? Los rasgos weird podrían constituir una delgada capa en nuestra arquitectura psicológica.
En el momento en que las circunstancias complican la vida de la gente, aflora un comportamiento humano menos raro, con sus virtudes y sus defectos, alejado de los patrones psicológicos que supuestamente caracterizan a los occidentales.
Se entiende así el éxito que obtienen determinadas políticas que apelan a instintos psicológicos más universales para dar respuesta a problemas como la regulación migratoria, la prioridad del grupo propio, la identidad nacional, etc.
Sin entrar en juicios de valor, da la impresión de que la psicología weird se desvanece ante propuestas ideológicas como el Brexit o el América primero de Donald Trump, entre otros ejemplos.
Este artículo ha sido escrito en colaboración con Miguel Ángel Castro, filósofo y doctor en Antropología Social.
Laureano Castro, Profesor Tutor Biología, UNED – Universidad Nacional de Educación a Distancia y Miguel Angel Toro Ibáñez, Professor Animal Breeding, Universidad Politécnica de Madrid (UPM)
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.