Por décadas, las investigaciones sobre la audición humana han girado en torno a dos protagonistas predecibles: el envejecimiento y el ruido. Con una lupa puesta principalmente sobre poblaciones industrializadas, la narrativa dominante ha sostenido que la pérdida de audición es consecuencia casi inevitable del paso del tiempo y de la exposición a ambientes sonoros agresivos. Pero un nuevo estudio internacional publicado en propone una visión más rica y matizada: nuestra audición está moldeada no solo por la biología, sino también por el entorno en el que vivimos, y lo hace de formas sorprendentes.
Mujeres con mejor oído, en todas partes
La diferencia más robusta y consistente hallada por los investigadores fue de género: las mujeres escuchan mejor que los hombres. En promedio, su audición fue dos decibelios más sensible, sin importar la edad, país, ni idioma. Esta diferencia se mantuvo constante en las 13 poblaciones analizadas, desde aldeas andinas hasta ciudades inglesas. No se trató solo de los agudos –como han sugerido estudios previos–, sino de toda la gama de frecuencias. La hipótesis: diferencias hormonales durante el desarrollo o microvariaciones estructurales en la cóclea.
En cambio, la edad mostró una influencia más tenue. A partir de los 35 años, la sensibilidad auditiva declinaba ligeramente, pero este efecto fue menor que la diferencia entre sexos. Curiosamente, el oído derecho resultó ser un poco más sensible que el izquierdo, un hallazgo que ha sido observado antes y podría tener relación con la lateralización cerebral.
El entorno también moldea la audición
Lo realmente innovador de este trabajo fue su enfoque ecológico. Los investigadores midieron la audición de 448 adultos sanos en cinco países: Ecuador, Inglaterra, Gabón, Sudáfrica y Uzbekistán. Las poblaciones fueron seleccionadas para representar una diversidad de entornos: selvas tropicales, zonas urbanas, regiones rurales y áreas de gran altitud. La herramienta utilizada fue un test no invasivo de emisiones otoacústicas evocadas por transitorios, que permite evaluar la sensibilidad auditiva sin depender del idioma o de respuestas conscientes.
Los resultados mostraron que el ambiente local tiene un efecto claro en cómo oímos. Por ejemplo, los participantes que vivían en bosques tropicales –con alta densidad de vegetación y sonidos naturales constantes– presentaban mayor sensibilidad auditiva, especialmente en las frecuencias que ayudan a detectar sonidos animales. En contraste, quienes vivían en zonas altas como los Andes mostraban menor sensibilidad, posiblemente debido al impacto del oxígeno reducido sobre el sistema auditivo.
En las ciudades, el oído parecía adaptarse a la contaminación sonora. Allí, la audición se desplazaba hacia frecuencias más altas, lo que recuerda un fenómeno bien documentado en aves urbanas: cantan más agudo para hacerse oír sobre el ruido de fondo. Este tipo de adaptación sugiere que el oído humano también responde, de manera plástica, a los desafíos del entorno acústico.
¿Y el idioma? Menos influencia de la esperada
El equipo también exploró si el idioma que hablamos podría modificar nuestra audición. Clasificaron a los participantes según familias lingüísticas, como el indo-europeo o el níger-congo. Aunque hallaron diferencias leves, el efecto del idioma fue mucho menor que el del ambiente físico. Esto sugiere que la biología auditiva humana se moldea más por los paisajes sonoros en los que vivimos que por los sonidos del lenguaje que hablamos.
Una visión más compleja de la audición
Este estudio desafía la idea de que la audición humana es una función estática, afectada solo por desgaste y daño. En cambio, revela un sistema auditivo flexible, sensible a las condiciones ambientales, el contexto ecológico y las diferencias biológicas. Aunque el estudio no incluyó datos genéticos, plantea una pregunta crucial: ¿estas diferencias se heredan o se desarrollan a lo largo de la vida en respuesta al entorno? La respuesta podría tener implicaciones importantes para el estudio de la pérdida auditiva y la tolerancia al ruido.
Como comentó la investigadora principal Patricia Balaresque, “nuestros hallazgos desafían suposiciones previas y subrayan la necesidad de considerar tanto factores biológicos como ambientales al estudiar la audición”.
Quizás escuchar, más que un acto pasivo, sea también una forma en la que nuestros cuerpos dialogan con el mundo.
Referencia:
Balaresque, P., Delmotte, S., Delehelle, F. et al. Sex and environment shape cochlear sensitivity in human populations worldwide. Sci Rep 15, 10475 (2025). https://doi.org/10.1038/s41598-025-92763-6