Hacemos presupuesto e intentamos analizar fríamente cada gasto que hacemos. Pero al final del día, tomamos más decisiones emocionales sobre el dinero de lo que nos gustaría reconocer.
¿Por qué nos cuesta tanto manejar racionalmente el dinero?
Kabir Sehgal es un reconocido escritor del Harvard Business Review, que exploró la toma de decisiones económicas desde una perspectiva neurocientífica y encontró una serie de investigaciones desarrolladas durante las dos últimas décadas con resultados muy interesantes.
Las decisiones relacionadas con el dinero ocurren en diferentes partes del cerebro
En el año 2005 Kuhnen y Knutson, utilizaron la resonancia magnética funcional (RMf), para monitorear el cerebro de un grupo de sujetos que tenía que elegir entre acciones y bonos, basados en la escasa información sobre su desempeño que le facilitaron los investigadores.
Esto los hacía propensos a cometer errores de alto riesgo (compraban acciones cuando no era prudente) y bajo riesgo (compraban bonos cuando las acciones parecían más prometedoras). Asombrosamente los investigadores encontraron que distintas áreas del cerebro se activaban según la decisión que tomaban.
Los sujetos que decidían tomar el camino con alto riesgo (compra de acciones), tenían una mayor activación del nucleus accumbens; por otro lado, los que tomaron decisiones de bajo riesgo tenían mayor activación en la ínsula anterior, una zona conocida por su relación con las emociones sociales y la autoconciencia y que, según hallazgos previos, se activa cuando las personas sienten o anticipan dolor y empatizan con otras personas.
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Hablando de dolor…
El dolor en el estómago que sientes cuando tu dinero está en riesgo es real
Sharma et. al., investigaron en el año 2003 los sustratos cognitivos y emocionales que están involucrados en la toma de decisiones económicas y encontraron que el dolor que sentimos en el estómago cuando creemos que vamos a perder dinero es real.
Ellos dividieron a los participantes en dos grupos para que jugaran el juego “The Ultimatum Game“, en el cual se le da una suma de dinero y ellos tienen que dividirla. Uno de los jugadores actúa como el “proponente” y el otro como “respuesta”. Ambos tiene que estar de acuerdo con la división del dinero o de lo contrario nadie se lo queda.
Los participantes de la categoría “respuesta” rechazaron más del 50% de las propuestas que consideraron injustas, y los monitoreos cerebrales descubrieron que esas ofertas también activaron la ínsula anterior y la corteza prefrontal dorsolateral, dos áreas que se asocian con la ansiedad, el dolor y el hambre.
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Cuando se trata de dinero, el cerebro se ve muy parecido al de una persona bajo los efectos de la cocaína
Este es el estudio más llamativo y a la vez más antiguo de los tres. Fue publicado en 1997, y comparó los cerebros de las personas que estaban drogadas con cocaína con el cerebro de personas no adictas que habían participado un juego de azar con efectivo.
Cuando analizaron los datos encontraron que el cerebro de los jugadores (no adictos) que estaban a punto de ganar dinero, tenía mayor activación en el núcleo accumbens, una área relacionada con la recompensa, el placer, la motivación y por supuesto, la adicción. Según los autores, las imágenes cerebrales del grupo de adictos a la cocaína y de los no adictos eran prácticamente idénticos.
Es asombroso el poderoso efecto que tiene el dinero sobre nuestra conducta y cerebro. Para el Dr. Brian Knutson, experto en investigación, así como la comida provee motivación para los perros, el dinero provee motivación para las personas.
Todas estas investigaciones se dan gracias al desarrollo de las técnicas de investigación neurocientífica. Especialmente de las Imágenes de Resonancia Magnética Funcional que nos permite comparar en tiempo real qué áreas del cerebro se activan cuando hacemos una determinada tarea. Sin embargo, debemos tener cuidado al leer estos datos ya que pareciera que sus hallazgos nos dan respuestas definitivas, pero lo cierto es que todavía falta mucho que estudiar y aprender sobre el cerebro. Recién empezamos.
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Fuente: Harvard Review Business y Time Money