Por Miguel Ángel Estévez Paz Profesor Titular de Psicología Social CES Cardenal Cisneros y Profesor Asociado del Departamento de Psicología Social de la Facultad de Psicología de UCM, Universidad Complutense de Madrid
Son muchas las imágenes que se están haciendo virales cuyo contenido gira en torno a la erupción del volcán de La Palma. Algunas muestran la ayuda que están prestando los profesionales que están a pie de cañón a las familias que vivían en los alrededores. Cada gesto cuenta y refleja la empatía con aquellos a los que apremia la evacuación.
La Organización Mundial de la Salud publicó en 2012 una guía de primeros auxilios psicológicos para trabajadores de campo en emergencias y catástrofes.
En ella establecía tres principios de actuación: Observar, Escuchar y Conectar. La mano de un bombero en el hombro de una mujer que abandona su vivienda en Todoque es un claro esfuerzo por conectar con el sentir de quien deja tanto atrás:“Lo siento, eh, lo importante es la vida”.
Durante la erupción del volcán en la isla de La Palma, en los medios de comunicación y las redes sociales estamos viendo personas actuar con una parsimonia que se nos antoja inconcebible en una situación tan dramática al mismo tiempo que vemos a otras correr de un lado a otro sin tener claro su destino. Oímos a alguien clamando al cielo con un hongo de humo a pocos metros y a quien está a su lado le escuchamos decir: “Es solo un suspiro”.
¿Cómo reaccionamos ante una catástrofe?
Las reacciones cognitivas, emocionales y conductuales ante una situación tan crítica son tan impredecibles y distintas entre sí como distintos somos los humanos unos de otros. Todas son muy extrañas y todas son normales.
La psicología de emergencias se diferencia de la psicología clínica en la relación que existe entre la respuesta y la situación. En un reduccionismo muy grueso podríamos decir que un profesional de la psicología clínica trabajará con personas que experimentan respuestas extrañas ante situaciones normales, como por ejemplo angustiarse al subir en ascensor.
Pero, cuando la situación es que un volcán está pulverizando todo lo que uno conoce, no hay reacción que por extraña que resulte no sea comprensible.
Externamente, las reacciones de las víctimas pueden ser similares a la sintomatología de muchos trastornos mentales, pero lo más común es que no haya ninguna patología subyacente y que cuando todo termine y el mundo vuelva a la normalidad, las personas también lo hagan.
En este tipo de catástrofes lo que se necesita no es psicoterapia sino ayuda. Se pueden resumir los objetivos del Primer Apoyo Psicológico en tres sencillos pasos:
- Ayudar a la víctima a comprender que estamos ahí para ayudarle y que el riesgo ya ha pasado.
- Acompañar a la víctima y orientarla en la toma de decisiones y la ejecución de las acciones más urgentes para afrontar la situación.
- Detectar y prevenir riesgos mayores de afectación psicosocial a medio y largo plazo para recomendar, llegado el momento, derivaciones a recursos especializados.
Estas premisas son especialmente importantes en la interacción con las personas afectadas:
La intervención psicológica en crisis debe realizarse por especialistas en psicología de emergencias. Sin embargo, todo profesional que interactúe con las víctimas (sanitarios, bomberos o policías) debe tener la formación y la sensibilidad suficiente para ponerse en el lugar del otro.
Es decir, además de salvar la vida de las personas, impidiendo por ejemplo que entren en sus domicilios ya asediados por la lava, han de dedicar un segundo a conectar con las emociones de quienes tienen delante.
El objetivo es tratar de evitar que una atención apremiada por la lógica de la emergencia tenga un efecto adverso que propicie una afectación psicosocial mayor a medio y largo plazo.
La importancia de la resiliencia en eventos catastróficos
Un concepto muy recurrente en los últimos años cuando hablamos de afrontamiento de emergencias y catástrofes es la resiliencia. La RAE la define como la capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos. Sin embargo, en psicología el uso de este término nos lleva un paso más allá.
La experiencia nos ha demostrado que los seres humanos no solo podemos adaptarnos a la perturbación y recuperar después nuestro estado inicial. Lo cierto es que tenderemos a crecer en esa adversidad y, cuando todo termine, es muy probable que nos sepamos más sabios y nos sintamos más sensibles. La resiliencia nos lleva, por tanto, a una versión mejorada de nuestro estado inicial.
Por ello, es importante que los profesionales estemos atentos a cada semilla de resiliencia que encontremos y que nos aseguremos de que queda plantada y regada, a veces en el otro, a veces en nosotros mismos.
Sembrar resiliencia es ayudar a alguien a tomar conciencia de que está haciendo lo correcto. Es señalarle explícitamente que está siendo valiente, solidario, inteligente, etc. Eso permitirá que esa persona no olvide introducir esa versión mejorada de sí misma en el relato que construirá en su mente (y guardará en su memoria durante años) sobre aquella catástrofe que le tocó vivir.
Recordarnos a nosotros mismos como sujetos activos en el afrontamiento de la situación y no como víctimas pasivas del suceso nos permitirá fortalecer nuestro autoconcepto y salvaguardar nuestra autoestima.
A menudo es más útil quien te ayuda a ver que puedes levantarte que quien te saca en brazos del peligro. Esa es la razón por la que los primeros auxilios psicológicos son extraordinariamente efectivos en la prevención de eventuales trastornos psicosociales a medio y largo plazo.
En emergencias con muy poco se puede conseguir mucho. Una mano apretando una herida puede salvar una vida. Una mano apoyada en un hombro puede evitar un trastorno.
Cuidar a los que cuidan
Debemos adiestrar al profesional de la emergencia en el cuidado de sí mismo para poder seguir mañana ayudando a otros, deben seguir en pie cuando cada jornada termine.
Cuando uno vive una crisis de este tipo se olvida de dormir, de ir al baño, de desahogar sus frustraciones… Nos olvidamos de nosotros mismos durante ese tiempo, pero, en general, es un tiempo corto y se vive una vez en la vida.
Sin embargo, cuando tu trabajo diario consiste en ir de catástrofe en catástrofe, si se te olvida dormir cuando vives una crisis, no duermes nunca.
Por ello, asumiendo que nuestro cuerpo requiere alimentarse si quiere moverse, no parece tan descabellado que alguien que ve que un volcán entra en erupción, previendo el día que tiene por delante, diga: “Hay tiempo de comer, sin problema”.
Artículo publicado en The Conversation y cedido para su republicación en Psyciencia.