Cada nuevo comienzo nos inspira a proponernos metas personales (antiguas o nuevas) que anhelamos fervorosamente alcanzar… al menos durante esos cinco minutos en que nos colma el entusiasmo de empezar “con el pie derecho”, y durante los cuales estamos seguros de que (¡esta vez sí!) lo vamos a lograr (aunque el año pasado hayamos abandonado un par de semanas después de tomar la decisión).
Pero, ¿y si esta vez pudiera ser realmente distinta?
Las investigaciones muestran que cuando las personas deciden cambiar, inmediatamente se siente más seguras, en control y optimistas. El problema se presenta cuando son víctimas del “síndrome de la falsa esperanza”, sostiene Kelly McGonigal, psicóloga de la Universidad de Stanford, conferencista en la Escuela de Graduados de Negocios y profesora en el Centro de Investigación sobre Compasión y Altruismo de la Universidad de Stanford.
El “síndrome de la falsa esperanza” es un término utilizado por los psicólogos para describir el ciclo de: 1) prometer cambiar, 2) sorprenderse por lo difícil que es, y 3) rendirse. Y todo porque el proceso real de cambio no provee el mismo empujón emocional que la resolución inicial.
Si vas a proponerte una meta, expresa McGonigal, usala como una oportunidad de conectarte con tu yo ideal (pero sin convertirla en una razón para autocastigarte si no la alcanzás 48 horas después de haberla propuesto). O reflexioná profundamente en lo que querés y lo que te gustaría ser, e invertí en vos desde esa perspectiva.
Elegí una meta que importe, no sólo una que sea fácil de alcanzar. Nuestros cerebros están diseñados para amar las recompensas, por ello a menudo nos ponemos metas que son sencillas de alcanzar: “Ir al gimnasio hoy. Hecho.” “Pagar las cuentas. Hecho.” Las personas a menudo se ponen metas sólo por la ráfaga de optimismo que sienten cuando se comprometen a hacer un cambio, dice McGonigal. Pero si nuestras metas se tratan sólo de eso, no hay dudas de que, tarde o temprano, las abandonaremos.
Una meta significativa – una que realmente te inspire a cambiar – requiere profundizar. “Date permiso y tiempo para pensar sobre lo que querés experimentar en tu vida o qué es lo que se pone en el camino”, aconseja McGonigal. Pensá qué es lo que querés y luego preguntate por qué lo querés, tres veces seguidas. Por ejemplo, si quieres dejar de fumar, pregúntate por qué querés dejar de fumar; si quieres dejar de fumar por tu salud, pregúntate por qué querés buena salud; si tu respuesta es que querés vivir lo suficiente para conocer a tus nietos, pregúntate por qué querés conocer a tus nietos. “Llegarás a algo que se sentirá obviamente muy importante para tí”, dice McGonigal. Ésto te ayudará a saber qué tan importante es esa meta, y esa motivación puede reforzarte a medida que trabajas para llegar a la meta.
Por otro lado, aconseja que nos concentremos en el proceso, no en el resultado. Cuando nos proponemos metas, es fácil fijarse en aquel mágico final en el que la hemos alcanzado y en el que todo es mejor. Pero no podemos controlar ese resultado, y ciertamente no podemos simplemente hacerlo existir. Tenemos que caminar hacia él, una decisión a la vez.
“Las personas con frecuencia se pierden pensando que tienen que cambiar todo de una vez”, dice McGonigal. “Pero los cambios pequeños pueden pavimentar el camino para cambios mayores.” Preguntate: ¿qué pequeña cosa puedo hacer hoy, que me ayudará a alcanzar mi meta? Por ejemplo, si sos tímido y querés ser más extrovertido, podrías aceptar la invitación de alguien a almorzar o decir “hola” a quien usualmente no saludas. A partir de ahí, sólo tenés que seguir las migas de pan – una pequeña decisión tras otra.
Si tomás decisiones diarias que son consistentes con tu meta una y otra vez, eventualmente la alcanzarás, aunque podría no ser lo que esperabas.
La forma en que describimos nuestras metas hace una gran diferencia, sostiene McGonigal. Enfocarte en lo que querés traer a tu vida (no en lo que querés evitar) hará más probable que realmente lo persigas. “Esa es básicamente la química del cerebro”, dice McGonigal, “cualquier tipo de evasión va a desencadenar los sistemas de inhibición, mientras que las metas positivas van a desencadenar el enfoque y a premiar la motivación.”
Pensá en lo que querés fomentar en vos o lo que querés hacer con más frecuencia. Esa positividad puede ayudar a motivarte cuando tengas un traspié. Sé amable con vos mismo.
McGonigal también recomienda que, con el fin de mantenernos fieles a nuestras metas, encontremos un compañero. No es necesario que esta persona comparta nuestros mismos objetivos, simplemente debe ser alguien que esté interesado en ser un apoyo. Los estudios muestran que algo tan simple como mandar un mensaje a un compañero sobre las acciones que realizamos en miras a nuestras metas, triplica la tasa de éxito, sostiene ella.
Por otro lado, si intentar mantener un objetivo nos genera más problemas que cambios positivos, debemos considerar otras maneras de cumplir con él. Por ejemplo, si decidiste levantarte una hora más temprano para ejercitarte, pero la falta de sueño te hace disfrutar menos del tiempo que pasas con tus hijos, podrías cambiar el modo en que te ejercitás como, por ejemplo, bailando en tu cocina dos canciones después de lavar los platos.
Finalmente, es necesario prepararse para fracasar: fracasar a veces es inevitable, pero algunos abandonamos completamente la meta cuando los fracasos menores empiezan a amontonarse. Otros lo toman como evidencia de que todo cambio es en vano.
Tu tarea no es evitar los fracasos sino planificarlos. Preguntate qué tan probable es que fracases. Los psicólogos llaman a esto un plan de contingencia “sí/entonces” o “si esto ocurre, entonces haré aquello”: por ejemplo, si es probable que en el trabajo elijas una comida poco saludable, entonces llevá una colación saludable que pueda sacarte del apuro. Es un plan mental de cómo reaccionar ante cosas que pueden hacerte caer.
Cuando los desvíos y obstáculos surjan, recordá por qué es importante tu meta, esto puede ser de ayuda para mantenerte en la dirección correcta.
Fuente: Ted.com; Stanford University