Alzheimer y Parkinson son los dos trastornos neurodegenerativos más comunes a nivel mundial. Actualmente, se desconocen medicamentos capaces de prevenir el Parkinson, aunque existen tratamientos para aliviar sus síntomas. Diversas investigaciones han encontrado relación entre los trastornos del sueño y las enfermedades neurodegenerativas. De hecho, una investigación reciente señala que ritmos circadianos débiles o irregulares para guiar los ciclos diarios de actividad y descanso podrían ser indicadores de mayor probabilidad de desarrollar la enfermedad de Parkinson, con posterioridad (Leng et al., 2020).
¿Puede considerarse que los trastornos del sueño son factores de riesgo o, al menos, indicadores de mayores probabilidades de padecer enfermedades neurodegenerativas posteriormente? Y si fuera de este modo, ¿podría disminuir este riesgo un tratamiento orientado a fortalecer el ritmo circadiano de la persona?
¿Por qué es importante? Entre los adultos mayores, los ritmos circadianos de descanso y actividad debilitados o irregulares son comunes. Otras afecciones (estreñimiento o déficit en el sentido del olfato) también se han asociado con mayor probabilidad de desarrollar Parkinson más adelante en la vida.
Metodología: la muestra contó con la participación de 2930 hombres con una edad promedio de 76,3 años al inicio de la investigación, la cual fue parte del Estudio sobre fracturas osteoporóticas en hombres (MRoS) más amplio y basado en la población, que comenzó en el año 2000 y recolectó datos durante 11 años. El estudio incluyó a hombres en seis centros médicos de EEUU. Ninguno de los participantes en el subconjunto de la cohorte MRoS tenía inicialmente Parkinson y todos vivían en entornos comunitarios (es decir, no vivían en hogares de ancianos). Su estado para muchos factores relacionados con la salud se evaluó al principio y fue supervisado mediante visitas de seguimiento y cuestionarios.
Como parte del estudio, los investigadores monitorearon los ritmos circadianos de descanso y actividad durante tres períodos separados de 24 horas haciendo que los participantes usaran un actígrafo (dispositivo similar a un reloj que detecta y registra incluso los movimientos leves de la muñeca). Los datos recopilados de estos dispositivos se asociaron de forma independiente con el desarrollo posterior de Parkinson.
En otra investigación, los autores habían identificado una asociación entre las siestas diurnas y el desarrollo posterior del Parkinson. La asociación se mantuvo incluso después de tener en cuenta los indicadores de trastornos del sueño, incluida la pérdida de sueño; ineficiencia del sueño (tiempo que se pasa dormido después de apagar las luces); movimiento de piernas durante el sueño; y el cese crónico y temporal de la respiración conocido como apnea del sueño.
Esto llevó a los investigadores a controlar otras variables recopiladas como parte del estudio MRoS, incluidas las diferencias regionales en los sitios de estudio y la demografía de los participantes, la educación, el rendimiento cognitivo de referencia, las enfermedades crónicas, la actividad física, los síntomas de depresión, el índice de masa corporal, el tabaquismo y uso de benzodiazepinas, alcohol y cafeína.
Evaluaron luego cuatro parámetros de los ritmos de actividad y reposo de los participantes medidos por actígrafo:
- amplitud, esto es la diferencia entre el período de mayor a menor actividad;
- mesor, es decir la actividad media;
- robustez, referente a la precisión con que coincidían la medida del ciclo descanso-actividad con una curva regular similar a una onda cosenoidal; y,
- acrofase, una medida de avance o retraso en el ciclo de 24 horas en relación con el promedio de la población.
Hallazgos: durante el seguimiento, 78 de los 2.930 participantes del estudio fueron diagnosticados con Parkinson. Aquellos que obtuvieron los puntajes más bajos en amplitud, mesor o robustez (registrados por el actígrafo) tenían el triple de riesgo de desarrollar Parkinson en comparación con los que obtuvieron puntajes más altos. Los investigadores no encontraron una asociación entre la acrofase y el riesgo de Parkinson.
Los modelos animales de Parkinson mostraron que las células que controlan el marcapasos del ritmo circadiano del cerebro a menudo comienzan a degenerarse incluso antes que las células de la parte del cerebro que tradicionalmente se asocian con los síntomas de Parkinson, lo que sugiere que el debilitamiento del ritmo circadiano puede, en algunos casos, representar una etapa temprana de la enfermedad, explicaron los autores.
Tampoco se descarta la posibilidad de que las alteraciones en el ritmo circadiano, que ya se sabe que causan cambios metabólicos e inflamación, puedan contribuir a la enfermedad neurodegenerativa.
Los científicos concluyeron que su descubrimiento del vínculo entre los ritmos circadianos y el Parkinson, una enfermedad caracterizada por la pérdida de control sobre el movimiento, el equilibrio y otras funciones cerebrales, sugiere que estas alteraciones circadianas pueden reflejar procesos de enfermedades neurodegenerativas que ya afectan el reloj interno del cerebro mucho antes del diagnóstico de Parkinson, y que podrían considerarse una señal de alerta temprana de la enfermedad.
Referencia bibliográfica:
Leng, Y., Blackwell, T., Cawthon, P. M., Ancoli-Israel, S., Stone, K. L., & Yaffe, K. (2020). Association of Circadian Abnormalities in Older Adults With an Increased Risk of Developing Parkinson Disease. JAMA Neurology. https://doi.org/10.1001/jamaneurol.2020.1623
Fuente: Science Daily