Una buena amiga mía perdió a su padre hace algunos años. La encontré sentada sola afuera de nuestro lugar de trabajo, con la mirada perdida en el horizonte. Estaba muy perturbada y yo no sabía qué decirle. Es tan fácil decir algo equivocado a alguien vulnerable o que está pasando por un duelo.
Así que empecé a hablar de cómo crecí sin un padre. Le dije que mi papá se había ahogado en un submarino cuando yo tenía solo 9 meses y siempre había lamentado su muerte aunque nunca lo conocí. Quería que supiera que no estaba sola, que yo había pasado por algo similar y podía entender cómo se sentía ella.
Pero luego de haber relatado esta historia, mi amiga se quebró y dijo: “Okay, Celeste, ganaste. Nunca tuviste un padre y yo al menos pude pasar 30 años con el mío. Lo tuyo fue peor. Imagino que no me debo sentir tan triste porque mi papá acaba de morir.”
Yo estaba pasmada y mortificada. “No, no, no,” dije, “eso no es lo que quise decir. Solo me refería a que se cómo te sientes.”
Y ella me respondió: “No, Celeste, no lo sabes. No tienes idea de cómo me siento.”
Todo lo que querían estas personas era que los escuchara y supiera por lo que pasaban. En su lugar, los forcé a escucharme a mí
Ella se fue y yo me quedé allí sintiéndome como una imbécil. Quería consolarla y, en vez de eso, la había hecho sentir peor. Cuando empezó a compartir sus crudas emociones, me sentí incómoda así que dirigí la conversación hacia un tema con el que me sentía cómoda: yo. Ella quería hablar sobre su padre, decirme la clase de hombre que era. Quería compartir sus recuerdos más preciados. En su lugar, yo le pedí que escuchara mi historia.
Desde ese día en adelante, empecé a notar cuán a menudo respondía a historias de pérdida y lucha con historias de mis propias experiencias. Mi hijo me contaba sobre un choque con un niño en los Boy Scouts, y yo le hablaba sobre una chica con la que me caí en la universidad. Cuando despidieron a una compañera de trabajo, le hable sobre cómo había luchado para conseguir un trabajo al ser despedida, unos años atrás. Pero cuando comencé a prestar más atención, me di cuenta que el efecto de compartir mis experiencias nunca era el que yo quería. Todo lo que querían estas personas era que los escuchara y supiera por lo que pasaban. En su lugar, los forcé a escucharme a mí.
El sociólogo Charles Derber describe esta tendencia como “narcisismo conversacional”. Muchas veces sutil e inconsciente, es el deseo de dirigir la conversación, hablar más y cambiar el foco de atención hacia ti. Derber escribe que “es la perfecta manifestación de la psicología dominante en Estados Unidos”.
Él describe dos clases de respuesta en las conversaciones: una respuesta de cambio y una de apoyo. La primera cambia la atención hacia tí mismo y la segunda apoya el comentario de la otra persona.
Ejemplo 1:
La respuesta de cambio
María: Estoy tan ocupada ahora mismo.
Tim: Yo también. Estoy abrumado.
La respuesta de apoyo
María: Estoy tan ocupada ahora mismo.
Tim: ¿Por qué?¿Qué tienes que hacer?
Ejemplo 2:
Respuesta de cambio:
Karen: Necesito zapatos nuevos.
Marcos: Yo también. Estas cosas se están rompiendo.
Respuesta de apoyo:
Karen: Necesito zapatos nuevos.
Marcos: ¿Sí?¿En cuáles estás pensando?
Las respuestas de cambio son el distintivo del narcisismo conversacional. Te ayudan a cambiar el foco de atención constantemente hacia ti mismo. Pero una respuesta de apoyo anima a la otra persona a continuar su historia. Les hace saber que estás escuchando y tienes interés en saber más.
El juego de captura1 se suele usar como una metáfora para las conversaciones. En un juego real de captura, estás obligado a tomar turnos. Pero en la conversación, muchas veces encontramos maneras de evitar darle el turno a alguien más. A veces usamos medios pasivos para agarrar sutilmente control del intercambio.
Este tire y empuje sobre la atención no siempre es fácil de rastrear. Astutamente podemos disfrazar nuestros intentos de cambiar el foco de atención. Podemos comenzar con una oración de apoyo y seguir con un comentario sobre nosotros mismos. Por ejemplo, si un amigo nos dice que le acaban de ascender en el trabajo, podemos responder diciendo: “¡Genial! Felicidades. Yo también voy a pedirle un ascenso a mi jefe. Ojala me lo de.
Tal respuesta estaría bien mientras le permitamos al otro cambiar la atención a sí mismo de nuevo. Sin embargo, este balance saludable se pierde cuando llamamos la atención hacia nosotros repetidamente.
Aunque la reciprocidad es una parte significativa de las conversaciones, la verdad es que cambiar la atención hacia nuestra propia experiencia es completamente natural. Los humanos modernos están acostumbrados a hablar sobre ellos mismos más que de cualquier otro tema. Un estudio encontró que “la mayor parte del tiempo en las conversaciones sociales se dedica a afirmaciones sobre la propia experiencia emocional y/o interpersonal del emisor, o de terceros que no están presentes.
nuestros egos distorsionan LA percepción de NUESTRA empatía
La ínsula, un área del cerebro que se encuentra dentro de la corteza prefrontal, toma la información que nos da la gente y luego trata de encontrar una experiencia relevante en nuestra memoria que pueda dar contexto a la información. Es muy útil generalmente, ya que el cerebro trata de encontrar sentido a lo que vemos y oímos. Inconscientemente, encontramos experiencias similares y las agregamos a lo que está pasando en el momento y luego todo el paquete de información es enviado a las regiones límbicas, la parte del cerebro que está justo debajo del cerebelo. Allí es que puede causar algunos problemas — en vez de ayudarnos a entender mejor la experiencia de otro, nuestra propia experiencia puede distorsionar nuestras percepciones de lo que la otra persona está diciendo o experimentando.
Un estudio del Max Planck Institute for Human Cognitive and Brain Sciences (Instituto Max Planck para las Ciencias Humanas Cognitivas y Cerebrales) sugiere que nuestros egos distorsionan la percepción de nuestra empatía. Cuando los participantes miraron un video de gusanos en un grupo, fueron capaces de entender que algunas personas pueden sentir repulsión por eso. Pero si se le mostraba a una persona un vídeo de cachorritos, mientras a los otros se les mostraba el video de los gusanos, la persona que había mirado el video de cachorros generalmente subestimaba la reacción negativa del resto del grupo hacia los gusanos.
La autora del estudio, Dra. Tania Singer, observó: “Los participantes que estaban sintiéndose bien, evaluaron las experiencias negativas de sus compañeros como menos severas de lo que eran en realidad. En contraste, aquellos que habían tenido una experiencia displacentera reciente, evaluaron las experiencias buenas de sus compañeros como menos positivas.” En otras palabras, tendemos a usar nuestros propios sentimientos para determinar cómo se sienten otros.
Y esto se podría traducir a tus conversaciones diarias de la siguiente manera: Digamos que tanto usted como su amiga son despedidas de la misma compañía, al mismo tiempo. En ese caso, utilizar sus sentimientos como medida de los sentimientos de su amiga puede ser bastante acertado porque están experimentando el mismo evento. ¿Pero qué pasa si tú estás teniendo un día genial y te encuentras con un amigo a quien acaban de despedir? Sin saberlo, podrías juzgar cómo se está sintiendo tu amigo contra tu propio humor. Ella dirá “esto es horrible, estoy tan preocupada que me duele el estómago”. Tú responderás “no te preocupes, estarás bien. A mi me despidieron hace 6 años y todo salió bien”. Mientras más cómodo estés, más difícil será empatizar con el sufrimiento del otro.
Me tomó años darme cuenta de que era mucho mejor en el juego de captura de lo que era en su equivalente conversacional. Ahora trato de ser más consciente de mis instintos de compartir historias y hablar sobre mí misma. Trato de preguntar cosas que animen al otro a continuar hablando. También he hecho un esfuerzo consciente de escuchar más y hablar menos.
Mientras más cómodo estés, más difícil será empatizar con el sufrimiento del otro
Recientemente tuve una larga conversación con una amiga que estaba pasando por un divorcio. Nos pasamos hablando por teléfono casi 40 minutos, y casi no emití palabra. Al final de la llamada ella me dijo: “Gracias por tus consejos. Realmente me ayudaste a resolver algunas cosas.”
La verdad es que no le había ofrecido ningún consejo. La mayor parte de las cosas que dije eran versiones de “suena difícil, lamento que estés pasando por eso”. Ella no necesitaba consejos o historias sobre mi. Simplemente necesitaba ser escuchada.
Artículo publicado por en TED y traducido al español por Alejandra Alonso.
Editado por David Aparicio.
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Nota al pie de página:
- La traducción se refiere al juego donde hay por lo menos dos participantes que se lanzan una pelota. ↩
2 comentarios
Muy buen articulo, me servirá para ser menos narcisista al conversar.
¡Excelente artículo! Sin desperdicios.
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