El pasado invierno fui rechazado por cinco compañías de seguro de salud. Tengo 26 años, hago mis exámenes preventivos como un reloj, y no tengo problemas físicos de salud. Cuando empecé a trabajar en una pequeña start up, hace unos meses atras, mi jefe me dijo que no tenía un plan de salud para sus empleados: “Eres joven y saludable, supongo que no tendrás problemas para encontrar un nuevo plan”, sonreí y débilmente respondí: “Por supuesto”.
Cinco aplicaciones y cuatro rechazos después, esperaba ansiosamente mi última y definitiva carta. El veredicto vino: Rechazado. Razón: Bipolar II/TDAH.
Así que ese es mi secreto: al igual que millones de otros estadounidenses, tengo una enfermedad mental.
El estigma que rodea a la salud mental es sofocante.
Lo más frustrante no es el seguro, con Cobra puedo mantenerme en el plan de mi antiguo trabajo por 18 meses. Cuesta 675 dólares por mes, pero por lo menos tengo esa opción, lo que me hace más afortunado que muchos. La parte más frustrante de mi situación es que puedo contar con una mano el número de personas que sabe que tengo una enfermedad mental. El estigma que rodea a la salud mental es sofocante, y no me siento cómodo hablando de esto con la mayoría de mis amigos o familiares, y ciertamente tampoco con mi jefe ni con mis colegas.
Pero mi enfermedad representa una gran parte de mi vida diaria. El solo hecho de comprar la mezcla perfecta de medicaciones es un trabajo de tiempo completo, con efectos secundarios de los medicamentos de prueba y error que van desde lo meramente incómodo (mejillas sonrojadas) pasando por lo molesto (boca seca), hasta llegar a los incapacitantes (síntomas parecidos al resfriado, que duran semanas). Para mantener mi enfermedad secreta y controlada voy a terapia todas las semanas (durante un tiempo hice terapia por teléfono a las 6 a.m para así estar a tiempo en mi trabajo), mientras trabajo, me escabullo a la cocina o al baño para tomar mi medicación de mañana y tarde, y me aseguro de ir a ver a mi psiquiatra una vez por mes durante la hora de almuerzo; aunque a menudo tengo que reprogramar y aplazar una semana porque surge una reunión o conferencia.
Principalmente, solo quiero contarle a mis amigos. Me siento incómodo incluso cuando estoy con mis tres amigos cercanos que conocen mi situación. Permanecen en silencio y mueven la cabeza, tratando de entender y los amo por eso. Pero desde afuera no pueden comprenderme plenamente. Tengo 26 años, me gradué en la universidad de Duke, tengo un trabajo de tiempo completo en una excelente compañía, vengo de un agradable suburbio de Boston, llevo lo que parecer ser la vida típica de un veinteañero, ¿cómo no podría ser todo perfecto?
Existe un documental reciente llamado Of Two Minds (De Dos mentes). En el se presenta el perfil de varias personas de alrededor de Los Ángeles que viven con el trastorno bipolar, pero ninguno que fuera del mundo corporativo. En una review, el director mencionó que tenían a un banquero de Wall Street confirmado para la entrevista, pero él canceló a última hora porque tenía miedo de perder su trabajo. Es por eso que mantengo mi boca cerrada.
Me desempeñe en un intenso trabajo corporativo durante 4 años antes de unirme a la start-up donde estoy ahora. Estoy en una industria altamente codiciada, que es conocida porque si no te gusta tu trabajo de nivel inicial, puedes sentirte libre de irte, y habría una cola de gente afuera de la puerta, feliz de ser tu reemplazo. Pocas personas tienen la oportunidad de ascender. Después de trabajar duramente años, fui promovido como cabeza de la manada, y sentí que si mostraba la más mínima debilidad estaría eliminando mis chances de obtener una promoción. Nadie diría eso en voz alta, pero en cada oficina que he trabajado, nunca he escuchado a alguien mencionar abiertamente que esta luchando con un trastorno del estado de ánimo y, dado el tamaño de la compañía, estadísticamente se que no puedo ser el único.
Mis doctores sospecharon por mucho tiempo que era Bipolar II y he tenido el diagnóstico de Trastorno Depresivo Mayor y TDAH por años, pero el año pasado experimenté mi primer episodio hipomaníaco (el primero de muchos) sellando así el diagnóstico de bipolar II. al continuar trabajando 14 horas al día, cuando el episodio (que me hizo dormir menos y gastar demasiada energía) finalmente terminó, me encontré con que me había golpeado mucho más fuerte de lo habitual Mi prioridad número uno era que nadie viera diferencia en mi trabajo, y yo estaba agotado, pasé mis noches y fines de semana en la cama durmiendo o demasiado deprimido para levantarme.
Necesitaba un cambio rápido en mis medicamentos, pero esto diverge ligeramente de las recomendaciones del médico para asegurarse de que la retirada y los nuevos efectos secundarios no me dejarían demasiado enfermo como para poder presentarme al trabajo cada día. Consideré tomar una licencia médica, pero estaba preocupado sobre las repercusiones cuando le dijera a mi jefe el por qué. Simplemente seguí trabajando, sin duda en detrimento de mi salud mental, porque sentía que no tenía otra opción. Mi único objetivo era asegurarme de que nadie se enterara de lo que estaba pasando y eso significó que mi recuperación tomara mucho más tiempo.
Fuí capaz de seguir trabajando sin que nadie se enterara de que estaba enfermo. Fui y continué siendo tan confiable como el resto de los empleados de mi compañía. Trabajo duro, consigo constantes revisiones sobresalientes y casi nunca tomo un día libre. Siempre llego temprano y me voy más tarde que la mayoría, y estoy seguro de que a pesar del esfuerzo extra que se requiere, nunca dejé que mi salud mental afectara a mi trabajo.
Pero, todavía siento que no le puedo contar a nadie. En mi antiguo trabajo, todo el mundo murmuraba, con fingido horror, sobre el gerente, quien “tuvo una crisis nerviosa” y se fue por un tiempo como si tuviera una enfermedad contagiosa que nadie quería contraer. Y era un gerente. Yo estoy en las primeras etapas de mi carrera y no puedo darme el lujo de ser visto de esa manera.
Yo me quedé sentado en silencio, pensando sobre cuantas veces me he sentido al borde.
Cuando uno de nuestros más importantes clientes cometió suicidio el año pasado, mis compañeros pasaron días diciendo que no podían entender cómo él se podría haber sentido de esa manera. Era tan exitoso. Yo me quedé sentado en silencio, pensando sobre cuantas veces me he sentido al borde, y cuantas veces he escuchado comentarios describiendo a colegas como “loco”, “esquizofrénico” y “bipolar”. En un momento mencioné el TDAH, parte de mi diagnóstico, a una colega con la que era cercano, como tratando de tantear el terreno de la enfermedad mental, y su respuesta fue: “Como sea, sencillamente te gusta tomar Adderall”, que, irónicamente, es la droga que más odio tomar. Me di cuenta luego de la conversación que por lo pronto no le mencionaría a nadie que era bipolar.
Se que estoy siendo hipócrita, puedo sonar poético al hablar de borrar el estigma de la enfermedad mental, he cambiado mi nombre y los detalles de mi vida. Todavía tengo miedo de que la gente me trate de manera diferente y que mi jefe sienta que soy menos capaz de hacer mi trabajo. Quiero ser la persona que usa su nombre real y admite por lo que está pasando, ponerle la cara al estigma de la enfermedad mental en el lugar de trabajo, pero no puedo. Me aterra.
Mi doctor dice que tengo que ver esto como si tuviera diabetes, es una enfermedad crónica que tengo que manejar de por vida. En lugar de la insulina, son medicamentos diarios, terapia, asegurarme de dormir lo suficiente, evitar el alcohol, y cuidarme de las situaciones altamente estresantes. Ninguno de esos consejos son compatibles con un trabajo en un entorno corporativo inflexible donde no puedo ser abierto sobre esto.
Cuando estoy de viaje por trabajo, tengo que asegurarme de que los vuelos no sean ni muy tarde ni muy temprano.Cuando voy a cenas de trabajo, es difícil no participar de las botellas de vino caro que dan vueltas en la mesa y a menudo terminó bebiendo al menos un vaso, aun sabiendo que podría desencadenar una hipomanía o un episodio depresivo. La constante búsqueda de equilibrio entre manejar mi enfermedad y cuidar que las personas no sepan sobre ella crea estrés, lo que agrava aún más el problema.
Me encantaría ser capaz de sentarme con mi jefe y/o el jefe de recursos humanos y explicar cuál es mi enfermedad, las precauciones que debo tomar y cómo disminuir el estrés, eso me haría un mejor empleado. Pero no puedo hacer eso mientras sienta que podría poner en riesgo mi trabajo. Si las compañías realmente trataran a las enfermedades mentales como a la diabetes, eso podría hacer maravillas para que estas enfermedades fueran más manejables para las personas a las que les toca tratar con ellas.
Artículo originalmente publicado en The Atlantic y traducido por David Aparicio y Alejandra Alonso.
Imagen: versionz (Flickr)