Ser el mejor estudiante, un atleta promisorio, un bailarín o cantante talentoso, una persona atractiva… suelen ser objetivos dentro de la cultura competitiva y perfeccionista en la que se desenvuelven los adolescentes. El estado, el rendimiento y la apariencia parecen ser lo más importante cuando consideramos su desarrollo como personas. Y aunque no sean demandas verbales, estos valores pueden transmitirse de forma no verbal a través de lo que notamos, alabamos, reprendemos o nos desanima de los adolescentes.
En el trajín de la vida cotidiana podemos desenfocarnos y olvidar los valores que realmente atesoramos. Cuando pausamos para tomar perspectiva, nos damos cuenta de que tener el coraje de defender a alguien que está siendo acosado, o encontrar la forma de que un compañero tenga los materiales que necesita para estudiar es más impresionante que quedar en el cuadro de honor de la escuela. Pero eso no es lo que premiamos.
Presionar a los adolescentes para que sean los mejores tiene buenas intenciones. Nos preocupa que se queden atrás en un mundo muy competitivo. Pero la noción de que ser el mejor y tener más trae felicidad es una ilusión (Crocker & Carnevale, 2013). Y el éxito futuro no está determinado por buenas calificaciones, entrar a universidades prestigiosas o tener una autoestima exagerada (Tough, 2012).
Capacidades asociadas al éxito
El éxito se correlaciona con capacidades psicológicas que incluyen: optimismo, curiosidad, sentirse capaz (diferente de la autoestima, que se trata del valor propio) y la capacidad de manejar las emociones negativas y los obstáculos (Tough, 2012). Estas capacidades se desarrollan en el contexto de apegos seguros con los padres, lo que ocurre cuando les damos espacio a los adolescentes al estar presentes, receptivos e interesados, en lugar de ser reactivos, controladores o preocupados. Consistentemente, la investigación confirma que la experiencia subjetiva de los adolescentes de su relación con los padres como personas cercanas y solidarias los protege y aísla más que nada.
¿Por qué presionar a los niños para que sean exitosos es contraproducente?
Irónicamente, la hipervigilancia de los padres sobre las calificaciones de los adolescentes y el éxito futuro es contraproducente psicológica y académicamente. Cuando los padres invierten demasiado en el rendimiento, es menos probable que los niños desarrollen su propia motivación, más sostenible.
Además, poner la vara demasiado alta genera miedo, lo que lleva a los adolescentes a evitar posibles fracasos a toda costa. Este nivel de estrés impulsa la evasión de tareas, compromete las funciones ejecutivas, inhibe la curiosidad y los nuevos desafíos, y aumenta la mentira.
Algunos adolescentes pueden cumplir bajo presión, pero el cumplimiento reemplaza la resolución de problemas, el juicio y el pensamiento autónomo: capacidades necesarias para la autosuficiencia, la fortaleza y el éxito. Sin el espacio para encontrar su propio camino, los adolescentes no logran desarrollar un sentido interno de sí mismos para anclarlos (Levine, 2006). Alternativamente, alentar a los adolescentes a pensar y abogar por ellos mismos, tomar sus propias decisiones y experimentar las consecuencias naturales de sus decisiones fomenta el desarrollo de la identidad, los valores, la responsabilidad y la competencia.
La preocupación excesiva por el éxito de los adolescentes también puede llevar a los padres a involucrarse demasiado y ser intrusivos en áreas donde los adolescentes deben tomar sus propias decisiones. No estar alerta, establecer límites efectivos y ayudar en áreas donde son vulnerables compromete tanto el juicio como el control de impulsos (Levine, 2006).
Efectos psicológicos del perfeccionismo y la presión en el rendimiento
El lado oscuro de nuestra cultura de rendimiento y perfeccionismo, y sus manifestaciones en las familias, está bien documentado. Se asocia con depresión, trastornos de ansiedad, abuso de alcohol y sustancias, mentiras, trastornos alimentarios, imprudencia, vacío, dudas y reproches, autoflagelo y suicidio (Levine, 2006).
En las culturas competitivas y ricas, similares a las empobrecidas, según las clasificaciones de los adolescentes, los usuarios de drogas que tienen un comportamiento delincuente son los más populares y admirados (Levine, 2006). La investigación respalda el vínculo entre el estrés de tomar riesgos peligrosos y la restricción en los adolescentes (Levine, 2006). Los adolescentes buscan alivio a través de un escape emocional o literal en forma de comportamiento autodestructivo, fantasías suicidas y suicidio, o actuación secreta y rebelión a través del consumo de alcohol, drogas, promiscuidad y acoso escolar.
Los adolescentes son demasiado buenos para ser verdad
La manifestación más aterradora de esta cultura de perfeccionismo ocurre con los adolescentes que están en problemas, pero nos engañan al parecer felices y “exitosos”. Se esconden detrás de un falso yo, una adaptación inconsciente diseñada para asegurar el amor y la admiración, ocultando sentimientos y partes negativas de ellos mismos que crearían conflicto o desaprobación.
La composición psicológica de estos adolescentes es frágil. Se decepcionan fácilmente por cualquier imperfección, creyendo que no deberían necesitar ayuda. Secretamente hundiéndose bajo el peso de la presión constante para ser “asombrosos” para evitar caer en la desesperación y la vergüenza, se sienten atrapados pero no pueden salir de ese lugar. Incluso pensar en decepcionar a sus padres activa la sensación de que su mundo se desmorona. Estos adolescentes dicen: “Prefiero morir antes que decepcionar a mis padres.”
Los adolescentes que “tuvieron éxito” sin incidentes en la escuela secundaria, pero no lograron desarrollar un sentido seguro de sí mismos, pueden colapsar con menos apoyo en la universidad o en las relaciones románticas, cuando se enfrentan a desafíos cada vez mayores y son considerados menos sorprendentes. Sin un sentido realista y aceptación de sus fortalezas y debilidades, o sin las habilidades para lidiar con fracasos y decepciones inevitables, están mal equipados para hacer frente a las nuevas experiencias de la vida. Además, su adicción a la aprobación crea una montaña rusa emocional que compromete el equilibrio (Crocker & Carnevale, 2013).
El problema de ser adicto a la autoestima
Cuando necesitamos evidencia externa de nuestro valor, en forma de aprobación, estado o apariencia, nos convertimos en adictos a la autoestima. La necesidad de validación para estabilizarnos se convierte en una fuerza impulsora para la supervivencia emocional: crea autoabsorción y secuestra la motivación intrínseca, un deseo natural de aprender y una preocupación por el bien común (Crocker & Carnevale, 2013).
Qué hacer y qué no hacer para los padres
Hacer:
- Alentá a los adolescentes a tomar sus propias decisiones mientras los ayuda a pensar en las consecuencias de las diferentes decisiones.
- Establecé límites en las actividades potencialmente peligrosas
- Se curioso sobre lo que hace feliz o triste a su hijo
- Observá y animá los intereses naturales de su hijo
- Observá y tolerá las formas en que su hijo adolescente es diferente de usted
- Tené en cuenta las formas en que su hijo puede estar compensando tu soledad, rescatándote de la ansiedad o “haciendo las cosas bien” para que te sienta como un buen padre
- Protegé donde los adolescentes necesitan protección
- Se consciente de tratar de acompañar la emoción negativa de tu hijo adolescente en lugar de rescatarlo o ser reactivo
- Tené en cuenta las formas en que podés avergonzar o castigar el fracaso percibido
No:
- No uses dinero o recompensas excesivas como motivador para obtener buenas calificaciones (el refuerzo externo bloquea la motivación interna).
- No avergüences o castigues a los niños por su desempeño.
- No tomes decisiones académicas o de otro tipo por tu hijo adolescente.
- No seas intrusivo y ni hagas cuentas de las calificaciones y lo que falta para alcanzar un número determinado.
- No des una lecciones o repitas mil veces las mismas cosas (los adolescentes se sienten sofocados y desconectados)
- No uses el miedo para motivar (abruma las capacidades de los adolescentes y crea un cumplimiento superficial en lugar de independencia).
- No actúes con ansiedad (no seas reactivo).
- No rescates a los adolescentes de las consecuencias naturales.
- No estés preocupado y distraído. (Los adolescentes pueden darse cuenta. Necesitan que estés completamente presente con ellos, pero no de un modo intrusivo).
Referencias:
Crocker, J., & Carnevale, J. J. (2013). LETTING GO OF SELF-ESTEEM. Scientific American Mind, 24(4), 26-33. Recuperado de http://www.jstor.org/stable/24942476
Levine, A. (2006). Educating school teachers. Education Schools Project. Recuperado de https://eric.ed.gov/?id=ED504144
Tough, P. (2012). How Children Succeed: Grit, Curiosity, and the Hidden Power of Character. Recuperado de https://play.google.com/store/books/details?id=knhl2wdEkwMC
Fuente: PsychCentral