Guillermo Lahera expone en El País las estadísticas que vinculan el consumo de cocaína y violencia sexual:
La cocaína es, de lejos, el psicoestimulante ilegal más usado en el mundo, con aproximadamente 23 millones de consumidores, cifra que va ascendiendo. Esta sustancia dispara en el cerebro las concentraciones extracelulares de dopamina, noradrenalina y serotonina, actuando especialmente sobre las vías de la recompensa. Por eso, inicialmente, produce aumento de la energía, las emociones positivas y la confianza. Es altamente adictiva y puede tener graves consecuencias médicas, psicosociales y psiquiátricas. Nada menos que la mitad de los consumidores desarrolla síntomas psicóticos a lo largo de su vida, incluyendo reacciones paranoides, delirios o aterradoras alucinaciones visuales o táctiles.
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La violencia en el ámbito doméstico es aterradoramente frecuente: una de cada cinco mujeres estadounidenses la ha sufrido. Y algunos estudios indican que el 92% de los hombres que agredieron a su pareja femenina había consumido sustancias el día de la agresión, de los cuales el 67% había consumido la explosiva mezcla de cocaína y alcohol. Una deriva del tema son las agresiones facilitadas por drogas administradas a la víctima, normalmente altas cantidades de alcohol.
En un estudio español entre 1.600 mujeres jóvenes, la mitad reportó haber sido víctimas de actos, comentarios o insinuaciones sexuales no deseados, que van desde el acoso verbal hasta la penetración forzada, con sustancias tóxicas de por medio. El riesgo aumenta en mujeres extranjeras, de bajo nivel educativo y no heterosexuales. La foto del estudio nos muestra que el consumo de alcohol en la víctima y de alcohol y cocaína en el agresor suponen un caldo de cultivo propicio para la violencia sexual. Por supuesto, no se trata exclusivamente de un efecto químico. Los contextos asociados al tráfico de drogas, la pobreza, la exclusión social y la falta de oportunidades aumentan la probabilidad de violencia. Piensen en el estremecedor cóctel de cocaína y prostitución, donde las mujeres son consideradas objetos sexuales y donde la violencia contra ellas está normalizada.