El tema desde un inicio es complejo, no tan solo por cuestiones metodológicas, sino también históricas y morales. Y es que después de la llamada revolución sexual, que buscaba dejar atrás un largo pasado judeocristiano que conceptualizaba el sexo como una cuestión tabú y limitado a su función reproductiva, la sexualidad se fue convirtiendo paulatinamente en un tema situado en el centro del debate. Era hora de liberar ataduras, mostrar la piel, hacer el amor y comenzar a hablar sobre lo que antes callábamos. La industria de la pornografía aparece como una respuesta en sintonía con esas ansias de liberación.
Sin embargo, la luz incandescente de una revolución y el fragor que ella genera, con frecuencia nos impide reparar en las sombras que la misma revolución puede generar. Y este no es un artículo antipornografía o antisexo, por el contrario, es un intento de aportar en la construcción de una sexualidad consciente, placentera e iluminada por la evidencia neurocientífica y clínica.
La psicología y la ciencia en general están divididas ante la pregunta sobre la adicción a la pornografía. En los extremos del espectro están por un lado quienes aseguran que el uso de la pornografía es siempre saludable, permitiendo la exploración y ampliación de la experiencia sexual, ya sea personal o de pareja, y por otro están quienes aseguran que la pérdida de control en el uso de pornografía es algo tan real como la adicción a la cocaína o la ludopatía.
La grieta que se ha formado entre ambos grupos se ha ido agrandando con los años al punto que el sector defensor de la pornografía califica al otro de “pseudocientífico, sesgado y fanático religioso” mientras que el grupo aludido responde llamándolos “apologistas del porno” y los compara con aquellos doctores de los años 50 y 60 que defendían a la industria tabaquera asegurando que el cigarrillo era una sustancia inocua e incluso recomendaban su uso para la mejora del catarro común. La comparación en un comienzo puede parecer exagerada, pero después de todo, la industria de la pornografía, según la revista Forbes, genera la nada despreciable suma de $60.000 millones de dólares al año, lo que equivaldría a más o menos todo el PIB anual de Uruguay.
Algunos autores señalan que la clave para entender cómo es que la pornografía podría estar relacionada con conductas adictivas, radica en el concepto de super estímulo. Este concepto refiere a un estímulo, normalmente inexistente en el ambiente natural, que aprovecha las tendencias cognitivas preexistentes en un individuo para secuestrar su atención. Por ejemplo, un confundido escarabajo australiano siempre preferirá aparearse con una botella marrón de cerveza que con una hembra dispuesta a copular, esto porque la forma de la botella y la manera en que el sol se refleja en ella engañan al escarabajo haciéndole pensar que está en presencia de una especie de “super hembra” increíblemente atractiva.
En parte, sería este mismo proceso el que podría estar interviniendo en el desarrollo de conductas adictivas o compulsivas con relación al consumo de pornografía. El internet de alta velocidad ha permitido el acceso instantáneo a un sinnúmero de “potenciales parejas” virtuales siempre dispuestas a mantener un “contacto sexual”, generando un contexto de novedad permanente que para algunos individuos se vuelve más deseable que una relación o contacto físico sexual con una persona real.
Por ejemplo, un estudio liderado por Valerie Voon (2014) en la Universidad de Cambridge comparó la reactividad neuronal de individuos con diagnóstico de comportamiento sexual compulsivo (CSC) asociado al abuso de pornografía (n=19) e individuos sin dicho diagnóstico (n=19).
Al igual que en el caso de las adicciones a la cocaína o el alcohol, el grupo de individuos con CSC se asoció a una mayor reactividad neuronal de áreas cerebrales involucradas en los procesos de adicción al presentarles material sexual explícito. Estas áreas son el estrato ventral, involucrado en el procesamiento de la recompensa y la motivación, el cíngulo dorsal anterior, relacionado a la anticipación de las recompensas y el deseo de drogas, y la amígdala, implicada en el procesamiento emocional de los eventos.
Al respecto Voon señala que “hay claras diferencias en la actividad cerebral entre los pacientes que tienen un comportamiento sexual compulsivo y los voluntarios sanos. Estas diferencias reflejan las de los drogadictos”. Al mismo tiempo, advierte que mayor evidencia es necesaria para generar conclusiones definitivas.
Además, los resultados del estudio se ajustarían a los modelos de adicción que indican la existencia de mayores niveles de motivación por la droga, pero menores niveles de satisfacción ante su uso. Es decir, los sujetos del grupo con CSC mostraron un mayor deseo al ser presentados con material sexual pero menores niveles de satisfacción en su uso. Esto se condice con los reportes clínicos de varios estudios (Ward, 2013; Park et al, 2016; Sniewski & Farvid, 2020), en donde los sujetos reportan la búsqueda de géneros o escenas cada vez más explícitas, perfeccionadas, violentas o chocantes para poder alcanzar los niveles de excitación requeridos para el orgasmo. Además, en estos casos clínicos al igual que en el estudio de Voon, los sujetos con comportamiento sexual compulsivo asociado a la pornografía reportaron una mayor cantidad de problemas de disfunción eréctil y dificultad o imposibilidad para alcanzar el orgasmo con parejas sexuales reales, un fenómeno que muchos han comenzado a denominar disfunción eréctil inducida por pornografía (Bancroft & Janssen, 2007; Begovic, 2017).
Entre quienes se oponen a la idea de que el uso de porno pueda generar conductas adictivas y problemas relacionados a la salud sexual, se encuentra la ex investigadora de la Universidad de California (UCLA) Nicole Prause. En un estudio utilizando electroencefalograma (Steele, 2013), el equipo donde Prause participaba señaló no haber encontrado mayores niveles de activación neuronal ante fotografías que contenían material sexual en aquellos individuos que reportaban un excesivo uso de pornografía. Los autores agregan que la única correlación existente fue entre mayor reactividad neuronal y mayores niveles subjetivos de deseo sexual, sugiriendo que la conducta excesiva o hipersexual se debe simplemente a mayores niveles de líbido.
Sin embargo, múltiples son los autores que critican el estudio por sus errores metodológicos, como la falta de un grupo control, y señalan que los investigadores obtuvieron los resultados correctos pero las conclusiones erróneas, ya que en realidad el estudio sí encontró una mayor reactividad neuronal ante el estímulo pornográfico, lo cual sería lo esperable en cualquier tipo de conducta adictiva. No solo eso, además omiten una correlación impactante. Estos sujetos que declaraban uso excesivo de pornografía se correlacionaron con menores niveles de deseo hacia una pareja sexual real. En síntesis, encontraron los mismos resultados que el estudio de Voon en Cambridge, pero concluyeron exactamente lo opuesto.
Un segundo estudio de Prause (Prause et al, 2015) esta vez señala que se encontró una menor reactividad neuronal ante fotografías “soft porn” en individuos que tenían dificultad regulando su uso de pornografía, lo que según la autora, desestima la teoría de la adicción al porno. La crítica de varios de sus pares señala que en realidad lo que Prause encontró fue una desensibilización hacia material fotográfico estático y de menor intensidad, lo cual a su juicio debiera ser interpretado como evidencia que apoya el modelo de adicción (puedes leer las críticas al trabajo de Prause aquí)
Por ahora, el debate sigue abierto en torno a la pregunta de si las personas pueden desarrollar conductas adictivas por el uso de pornografía, sin embargo, no se deben tomar a la ligera sus potenciales consecuencias negativas en la salud sexual de las personas, sean estas generadas por una adicción u otro fenómeno distinto.
Lista de referencias:
- Bancroft, J., & Janssen, E. (2000). The dual control model of male sexual response: A theoretical approach to centrally mediated erectile dysfunction. Neuroscience and Biobehavioral Reviews, 24(5), 571–579. https://doi.org/10.1016/S0149-7634(00)00024-5
- Begovic, H. (2019). Pornography Induced Erectile Dysfunction Among Young Men. Dignity: A Journal on Sexual Exploitation and Violence, 4(1). https://doi.org/10.23860/dignity.2019.04.01.05
- Park, B. Y., Wilson, G., Berger, J., Christman, M., Reina, B., Bishop, F., … Doan, A. P. (2016). Is internet pornography causing sexual dysfunctions? A review with clinical reports. Behavioral Sciences, 6(3). https://doi.org/10.3390/bs6030017
- Prause, N., Steele, V. R., Staley, C., Sabatinelli, D., & Hajcak, G. (2015). Modulation of late positive potentials by sexual images in problem users and controls inconsistent with “porn addiction”. Biological psychology, 109, 192–199. https://doi.org/10.1016/j.biopsycho.2015.06.005
- Steele, V. R., Staley, C., Fong, T., & Prause, N. (2013). Sexual desire, not hypersexuality, is related to neurophysiological responses elicited by sexual images. Socioaffective Neuroscience & Psychology, 3(1), 20770. https://doi.org/10.3402/snp.v3i0.20770
- Voon, V., Mole, T. B., Banca, P., Porter, L., Morris, L., Mitchell, S., … Irvine, M. (2014). Neural correlates of sexual cue reactivity in individuals with and without compulsive sexual behaviours. PLoS ONE, 9(7). https://doi.org/10.1371/journal.pone.0102419
- Ward, A. F. (2013). Supernormal: How the Internet Is Changing Our Memories and Our Minds. Psychological Inquiry, 24(4), 341–348. https://doi.org/10.1080/1047840X.2013.850148