A partir del experimento de Gaona (pulsa en la imagen para dirigirte al vídeo) introduzco el tema del piropo.
Actualmente, el piropo no es sólo hacia mujeres ni sólo cometido por hombres, aunque generalmente así se produzca (hombres a mujeres). Tal como recoge Ortiz (2008), los inicios del uso del piropo se encuentran en el contexto de las cortes reales de Europa, cuando no estaba permitida entre sus miembros la demostración del afecto o la pasión y para seducir los cortesanos de los siglos XII y XIII debían recurrir a expresiones creativas y artísticas para demostrar la visión positiva que tenían de la mujer a la que le estuviese dirigiendo dichas adulaciones.
Los piropos acabarían deshumanizando a la persona, cosificándolas, acabando el cuerpo asociado con la vergüenza y la humillación
Hoy en día, dichas expresiones, señala, han degradado mucho y se utilizan adjetivos en un sentido literal y, con frecuencia, soeces. Las frases podrían, por tanto, considerarse una agresión a las mujeres, al situarlas en una posición de sometimiento. Carvajal (2014), se muestra reacia a considerar en algún punto de la historia el piropeo como algo positivo y recuerda la investigación de 1931 llevada a cabo por Werner –investigación que califica de “hito” en el estudio de este tema- en la que se expone cómo hay evidencia desde mediados del siglo XVI en La Comedia erudita de Sepúlveda de que los piropos no eran deseados y resultaban molestos, al encontrar en la misma una frase enunciada por el personaje femenino Violante, lamentándose de no poder salir fuera sin escuchar “pesadas libiandades” y “palabras torpes y señas deshonestas”.
Son dos las características que definirían al piropo como acoso en lugar de halago: su continuidad (se producen en distintos momentos en el tiempo) y que son “poco bienvenidos” (O´Neil, 2013, citado en Rodemann, 2015).
Siguiendo la clasificación propuesta por Gaytan (2009), el piropo sería acoso verbal, y por tanto, se encontraría dentro de las formas de acoso sexual en lugares públicos junto con el acoso expresivo, el acoso físico, las persecuciones y el exhibicionismo.
Gaytan (2009) señala el acoso sexual en la calle como una de las formas de acoso más generalizada y reivindica que, aunque el acoso sexual en lugares públicos es visto como un problema personal, esporádico y de escasa importancia (parte de ser sólo vinculado a las mujeres), es, en realidad, un componente básico de todas las interacciones en los lugares públicos dada su latencia, y provoca en las mujeres como respuesta una conducta de subordinación aparentemente momentánea, reducida a la situación de piropo. Cuestiona que sea algo efímero, exponiendo que en la psique de las personas que reciben el piropo se quedaría un reducto, organizando el acoso vivido en lugares públicos sus vidas y quedando afectados sus marcos interpretativos.
Por su parte, tres derechos fundamentales se ven inhibidos, a saber: la integridad, la privacidad y la seguridad (Rodemann, 2015), cuando son derechos que, en teoría, garantizaría la Constitución Española. Los piropos acabarían deshumanizando a la persona, dañando la integridad moral de las mujeres y cosificándolas, acabando el cuerpo asociado con la vergüenza y la humillación (Bowman, 1993, citado en Rodemann, 2015).
En la literatura se tiende a definir el piropo dentro del acoso sexual callejero. Gaytan (2009) prefiere utilizar el concepto acoso sexual en lugares públicos, ya que no se limita a la calle, sino que puede ocurrir en muchos sitios. Propone distinguir entre lugares públicos y semipúblicos (aquellos en los que algunas personas puedan acceder cuando quieran, pero con normas de exclusión para otros: restaurantes, bares, etc.).
La autora destaca que habría normatividades distintas a las formas de acoso en función de que este fuese bien en un lugar público o bien en un lugar semipúblico. Señala, a su vez, que sería más fácil de hacer frente en un lugar semipúblico (se puede llamar al mesero, por ejemplo) que en un lugar público, en el que no se da la figura de una autoridad concreta. Tampoco, en el caso de haber policías, se puede recurrir a ellos, puesto que piropear no es algo tipificado como delito.
el acoso perpetuado en las calles refleja un desequilibrio que coloca a las mujeres bajo una dominación masculina
En realidad, completa Gaytan (2009) el acoso sexual no se reduce al piropeo, sino que muchas veces va acompañado por miradas insistentes, silbidos, susurros (al oído), gruñidos y tosidos, llamadas insistentes, palabras malsonantes, toqueteos, saludos verbales, piropos como tales (halagadores, ofensivos, ingeniosos, etc.), incluso, eyaculación en algunos casos. Esto hace que Rodermann (2015) llegue a sentenciar que “el acoso perpetuado en las calles refleja un desequilibrio que coloca a las mujeres bajo una dominación masculina que las caracteriza como objetos sexuales”, de lo que se deriva un problema mayor, la desigualdad cometida con sistematicidad contra las mujeres por el mero hecho de serlo. La pregunta que surge es ¿por qué hay mujeres a las que les gusta ser piropeadas? Podría ser que dicha actitud se debiese a no reconocer la impotencia sentida ante dicha situación (Leonardo, 1981, citado en Rodermann, 2015).
De todo lo anterior se deduce que el piropo acaba siendo una auténtica forma de manifestarse de la violencia de género, y, más concretamente, de la violencia contra las mujeres.
Artículo previamente publicado en el blog de Raquel Gil y cedido para su publicación en Payciencia.