Al principio, no te crees que no esté ahí, no lo aceptas, están demasiado cerca los recuerdos, parece que te contagian, aunque realmente sólo sean recuerdos intangibles. Estás con la “inercia emocional del tiempo”.
Pronto llega el abismo, es cuando estás más consciente del presente de la pérdida. Te sientes como un luchador sin armas. El abismo está ahí y tarde o temprano hay que pasarlo. Cuando salen las emociones es cuando toca recorrer, o más bien caer, en ese abismo que ha quedado pendiente. Es necesario conocerlo y recorrerlo, sólo.
Algo después, se acepta la pérdida, y las emociones salen a borbotones, como piedras por una tubería metálica que deben de dejarse ir. Hay mucho dolor, al ser tan recientes las vivencias, parece que se pueden vivir los recuerdos de nuevo, pero estás ahí, siendo consciente de la ausencia.
Algo después, se acepta la pérdida, y las emociones salen a borbotones
Más adelante aprendes que todo el sufrimiento es necesario. Se puede llegar a una comprensión de la vida que da un sentido espiritual. Se llega a “saborear el sufrimiento”, esto es algo que se consideraba tabú hasta hace poco, y que sólo parece tolerarse, ya hoy en día, precisamente en los duelos y con cierta licencia (a ser posible profesional).
Cuando aparecen recuerdos se produce un momento personal, espiritual, el tiempo pasa más despacio y todo se valora de otra forma, es como si conectaras con algo más sabio y más grande, con la Vida. La conexión supone un fuerte alivio, ante la falta de la presencia de quien ya no está.
Recordando, visualizamos, y la imaginación nos hace sentir que la persona está aquí mismo, la mente entonces se relaja y genera sensaciones liberadoras que pueden ayudar a seguir avanzando. Puede ser automático o se puede tomar por costumbre, como una droga, que queremos controlar por dosis poco a poco en momentos puntuales cuando sabemos que lo necesitamos, aunque el control es ilusorio. Se transforma en una válvula de escape temporal.
Compartir experiencias entre personas en igual situación ayuda mucho a comprender
La cicatriz queda, siempre está ahí, nunca se olvida, pero ahora vemos que tiene cierta belleza. El recuerdo se va diluyendo con el tiempo, se van acumulando experiencias y se va cubriendo la superficie, formando una base emocional no sólo del dolor sino del tránsito por ese duelo. El tiempo no tiene el poder de cambiar esa base emocional, pero sí que la protege y la cubre para que se mantenga a un nivel profundo y que podamos seguir el día a día manejando diferentes emociones necesarias para vivir.
Compartir experiencias entre personas en igual situación ayuda mucho a comprender. Es necesaria cierta comprensión más allá de la lógica habitual. Sin embargo es recorrido de forma solitaria, a manera y al ritmo de cada uno. Aunque la pérdida sea compartida por personas con un vínculo muy estrecho, sus emociones sólo se comparten en momentos especiales, que son tabú socialmente, ya que la tristeza compartida, como si de algo malo se tratara, sigue siendo mal vista. Como si se pudieran compartir momentos de alegría en común, pero no de tristeza. Algo parecido pasa con el pensamiento que alguno pudo haber tenido al ver el título, “¿Por qué voy a leer este ensayo si habla de algo malo?” es natural pensarlo, porque es lo que nos han enseñado.
Quizás tenerlo como un tema tabú no sea tan natural como pensamos, la muerte es natural y ocurre siempre. Quizás si alguien pierde a un ser querido y quiere compartir algo, está esperando que se le escuche y no que se le juzgue según lo que presupone una sociedad llena de problemas.
La sociedad está más enferma que cualquiera de nosotros. Sólo está esperando que nosotros la mejoremos.
Dani Bruno escribe en su blog personal y puedes visitarlo aquí para tener mayor información.