Por Bermúdez Juan Cruz, Humeniuk Ayelén Rocío, Miño Verónica y Gabriel Genise de TCM Terapia Cognitiva
“¿Qué es, en realidad, el ser humano? El ser que siempre decide lo que es.” —Viktor Frankl
La Organización Mundial de la Salud (OMS) define a la adolescencia como el periodo de desarrollo humano que se produce después de la niñez y antes de la vida adulta. Esta es una de las etapas de transición más importante en la vida del ser humano que se caracteriza por un ritmo acelerado de crecimiento y cambios.
La psicología del desarrollo considera que los procesos de cambio y estabilidad ocurren principalmente en tres dominios: el desarrollo físico, cognitivo y psicosocial (Papalia, 2009).
A nivel físico, los adolescentes experimentan la aparición de múltiples cambios corporales. Estos se relacionan con el desarrollo de la pubertad, proceso que conduce a la maduración sexual. Dentro de estos cambios, se incluyen el crecimiento y el desarrollo de los órganos sexuales, la aparición de los caracteres sexuales secundarios y las continuas modificaciones en la forma y el tamaño del cuerpo (Cingolani y Castañeiras, 2018).
En el plano cognitivo se destaca el desarrollo del pensamiento abstracto, lo que proporciona una manera nueva y más flexible de manipular la información. A su vez, en esta etapa aparece el razonamiento hipotético-deductivo que se caracteriza por la capacidad de desarrollar, considerar y someter a prueba distintas hipótesis (Papalia, 2009).
A nivel psicosocial, el adolescente comienza a tomar distancia del grupo familiar para así vincularse con otras personas cercanas a su edad y formar grupos de pares. En esta etapa se produce un acercamiento progresivo hacia las relaciones románticas y de intimidad, lo que implica el desarrollo de un proyecto de mayor autonomía (Cingolani y Castañeiras, 2018; Papalia, 2009).
Todos estos cambios pueden ser considerados como potenciales fuentes de estrés, representando desafíos concretos que los adolescentes deben enfrentar. Sabemos que la adolescencia es una etapa de transición hacia la vida adulta, donde progresivamente se va ganando autonomía e independencia. Implica el desarrollo de un proyecto de vida personal único y singular.
Elegir
Iniciar cualquier tipo de búsqueda implica un compromiso real por parte de aquel que emprende el desafío de indagar, analizar, explorar el campo, etc. El desafío se vuelve escabroso cuando el que busca no tiene pistas claras, o abrumador cuando la cantidad de resultados posibles es innumerable.
Todo momento de elección es complejo, más aún cuando elegir supone algo “para toda la vida”. He aquí el desafío en la elección vocacional: que define no solo ocupaciones, sino también identidades.
Es allí donde se formulan frases como “no importa lo que debas hacer, asegúrate que te haga felíz”, o “no se trata de dónde estés sino de dónde quieres estar”. Estos pequeños fragmentos de sabiduría express influyen en la elección vocacional focalizando la atención en aquellos aspectos de la decisión que quien repite las frases valora. Por ejemplo, quien propone: “convierte tu pasión en un proyecto de vida”, demuestra un interés especial en las emociones que genera la vocación. En cambio, alguien que repite: “con X profesión te morirás de hambre”, deja entrever que el valor de una ocupación está puesto en la cantidad de dinero que permita producir.
Entonces, como expresa Lidia Ferrari, en el capítulo 8 del libro cómo elegir una carrera, las narrativas del entorno sobre la elección vocacional condicionan dicha elección. Ergo, la vocación es, ante todo, una construcción. Así, en el interjuego entre las influencias sociales, el sistema educativo, las exigencias personales, las influencias familiares, los modelos e ideales y la ética y los valores, se formula el campo de búsqueda dentro del cual el adolescente o joven encontrará su vocación.
Es difícil olvidar en las influencias a los padres, aquellos sueños proyectados, ambiciones, ideas o imagos que fueron creando en el devenir del niño.Por todos estos motivos es difícil pensar en un proceso aislado, en un encuentro mágico en el cual la vocación se presenta.
Orientar
La orientación vocacional y ocupacional es un proceso de acompañamiento en el cual se promueve la elección vocacional a partir del autoconocimiento y la información.
El entrenamiento en la habilidad de elegir comienza muy temprano en la vida. La forma en la cual se desarrolle dicha habilidad será parte importante de la manera en que se transite el proceso de elección vocacional.
Asimismo, las influencias del entorno, los mandatos, prejuicios y limitaciones buscan ser sacados a la luz en un proceso de orientación vocacional. El objetivo es, siempre, llevar a la conciencia los aspectos involucrados en la elección vocacional para disponer al orientado en una mejor posición para decidir.
En los últimos años, el interés por las terapias comportamentales de tercera generación ha aumentado significativamente. Estas se caracterizan por:
- Su énfasis en el cambio de las funciones de los pensamientos y emociones (cambios de segundo orden) en lugar del cambio de su contenido (cambios de primer orden).
- Estar basadas en una aproximación empírica y centrada en principios.
- Utilizar estrategias de cambios contextuales y experienciales.
- Estar centradas en la función en vez de la forma.
- Enfocarse en la construcción de repertorios flexibles y eficaces en lugar de eliminar problemas definidos de manera reducida.
- Sintetizar aspectos de las generaciones previas.
Uno de los modelos más representativos de las terapias de tercera generación es la terapia de aceptación y compromiso o ACT, por sus siglas en inglés. ACT forma parte de la tradición del conductismo radical y sus bases filosóficas parten del contextualismo funcional (Maero, 2018). La meta última de este modelo consiste en ayudar a las personas a crear una vida basada en sus valores personales, a la vez que acepta el dolor que inevitablemente viene con ella. Por lo tanto, se busca poder socavar la influencia que tiene el lenguaje y los pensamientos sobre la conducta, para así poder generar un repertorio de acción más flexible, abierto e involucrado con un sentido de propósito vital (Mandil, José Quintero y Maero, 2017). Para lograr esto, ACT presenta un modelo de flexibilidad psicológica que está compuesto por seis grupos de procesos que el terapeuta busca favorecer: aceptación, defusión, momento presente, self, valores y compromiso.
Los valores cumplen un rol fundamental en el proceso de cambio planteado por ACT. Podemos entenderlos como repertorios conductuales que implican generar verbalmente un patrón extendido y dinámico de actividad deseada. Este repertorio implica formular verbalmente direcciones vitales deseadas, bajo la premisa de objetivos generales y de cualidades de acción. El repertorio de valores intenta sustituir a las reglas poco funcionales, actuando como guías para la regulación de la conducta. También pueden ser entendidos como las direcciones generales y las cualidades que deseamos que tengan nuestras acciones. (Mandil, José Quintero y Maero, 2017).
Cuando hablamos de valores, no estamos haciendo referencia al concepto de valores universales como el amor, la verdad, la paz, la justicia, etc. Desde ACT se entienden a los valores como “direcciones vitales elegidas”. El hecho de que los valores sean entendidos como direcciones marcan una diferencia con el concepto de meta (Quadrizzi Leccese y Settembrino, 2018). Los valores no son metas alcanzables, son direcciones inagotables que orientan nuestra conducta. Como los valores no tienen fin, no se realizan completamente nunca, por el contrario están siempre presentes y funcionan como horizonte o guía de nuestros comportamientos. Y es por esa misma razón que resultan tan útiles: impregnan nuestras acciones de dirección y propósito, le dan un sentido a nuestros comportamientos (Paéz, Gutiérrez, Valdivia y Luciano, 2006).
Con relación a la orientación vocacional, poder diferenciar metas de valores es algo sumamente útil, ya que la confusión entre ambos conceptos puede llevar a la persona a enfrentar experiencias no deseadas (Quadrizzi Leccese y Settembrino, 2018). Veamos las diferencias de estos conceptos con algunos ejemplos:
- Obtener un título universitario es una meta. Un objetivo al que se puede llegar. Si el hecho de obtener un título se convierte en un fin en sí mismo, es probable que la persona experimente frustración luego de alcanzarla.
- Ser alguien que ayude a los demás es un valor. Este valor direcciona las acciones de la persona, viendo a la carrera/profesión como un medio para poder ayudar a otros.
El gran problema de las crisis vocacionales es que están cimentadas en el “QUÉ” y no en el “PARA QUÉ”. Si un conductor no tiene en claro a dónde quiere llegar, las razones por las cuales tomará una u otra ruta en un camino bifurcado estarán relacionadas a factores arbitrarios. Del mismo modo, si una persona no tiene en claro de qué maneras quiere trascender en su tránsito por este mundo, qué le parece importante, la elección vocacional estará basada en aspectos que quizá no tengan nada que ver con sus valores.
Por estas razones quienes orientamos nos encontramos muchas veces con crisis basadas en: “no sé qué estudiar”. Nuestro objetivo será, fundamentalmente, transformar esta duda en la pregunta siguiente: “¿Hacía dónde quiero dirigirme?”. Quien tiene en claro a dónde quiere ir, le resulta mucho más orgánico elegir qué camino tomar.
Una vez que la pregunta está formulada correctamente, comienza el camino de la auto-observación para reconocer el talento personal. El talento personal es la capacidad que generamos al desarrollar una actividad valorada con un estilo propio.
Es decir, es el espacio virtual en el que confluyen las habilidades innatas, el carácter y la actitud con la manifestación de los valores: intereses, gustos, formaciones y experiencias.
Se dispondrán, entonces, técnicas que funcionen de linterna para reconocer tanto los aspectos de la personalidad del orientado, como los valores que dirigen sus metas.
Por ejemplo, hay una técnica llamada “Mi intención primordial” donde se le pide al orientado que elija entre una serie de verbos los que le parezcan los más importantes, para luego reducir las elecciones a cinco, a tres y, finalmente, se le pide que jerarquice y justifique. Ante esta técnica, una adolescente que llegó al proceso preocupada por lo que iba a estudiar al terminar el secundario expresa:
“Me costó el orden de importancia. Yo puse diseñar, ayudar y decorar. Me imagino diseñando mis propios pensamientos. Poder plasmarlos en ropa, la vida, en lo que sea.”
Nótese cómo, gracias a esta actividad (precedida por otras que también tienen el mismo objetivo), la adolescente pudo poner en palabras qué dirección valorada elige. Sobre esta base, construir un mapa de formación —sea estudiar en un nivel terciario, formarse en un oficio o buscar un trabajo donde entrenarse— será mucho más sencillo.
En esta primera etapa de autoconocimiento trabajaremos también en pos de observar mandatos, influencias, intereses y preferencias. El objetivo es, en resumen, que el orientado diseñe su Dirección Valorada y bosqueje su Talento Personal, conociendo cada uno de los aspectos que lo conforman.
La segunda etapa del proceso de orientación vocacional será el de información. Cuando los procesos están basados en otros marcos teóricos, esta etapa consta de una exposición por parte del orientador sobre los aspectos administrativos y burocráticos de la formación que se haya elegido.
Sin embargo, en el modelo ACT se tendrán en cuenta en esta etapa también los Valores de la persona que está tomando una de las decisiones más importantes de su vida. Es por ello que se orienta eligiendo qué tipo de formación y trabajo se adapta más a las metas y valores del orientado a partir de técnicas como “Mi labor personal”, donde se disponen formas de trabajo y se le pide que, sin pensar en una profesión y oficio, seleccionen las que más se adecúen a sus preferencias. Por ejemplo, “trabajar al aire libre”, “profesión”, “dinámico”, “en oficina”, “orientado a personas”, etc.
Teniendo en cuenta estas elecciones y el contexto de la persona —si está dispuesto/a viajar por trabajo, si puede o no costear un estudio universitario, qué otras áreas de su vida son importantes—, se descubre junto con el orientado qué formaciones le guiarán en la dirección valorada.
Una vida valorada
Estamos transitando un momento socio histórico único, en el cual las formas de empleabilidad están cambiando, así como los métodos de formación. El avance de las tecnologías, la ciencia y la globalización están quebrantando muchos paradigmas que se sostenían hace no muchos años como pilares del mundo laboral.
Hoy, las empresas valoran más el cumplimiento de objetivos que de horarios, la formación académica es cada vez más competitiva y accesible, y el género está dejando de ser una barrera para conseguir empleo.
En este contexto, la libertad de elegir qué, cómo y para qué trabajar es una Caja de Pandora llena de sorpresas positivas, pero también de crisis por la multiformidad de elecciones posibles.
Un artículo del diario argentino Clarín publicado en el 2017 revela los datos de una encuesta formulada por Adecco, donde solo dos de cada diez argentinos trabaja de lo que les gusta. Las cifras en el resto de Latinoamérica no cambian demasiado. Un artículo del diario La República publicado este mismo año confirma que las cifras en Colombia son exactamente iguales que en Argentina.
La intervención de la terapia de aceptación y compromiso en la orientación vocacional aspira a modificar estas cifras. En un mundo donde todo cambia tan velozmente, la creatividad es una capacidad altamente importante para desarrollar un espacio de trabajo que no solo pueda ser sustento económico, sino también alojo del bienestar psicológico que genera disfrutar las actividades y, sobre todo, valorarlas.
Referencias:
- Cingolani, J. M., y Castañeiras, C. (2018). ¿Cómo ser adolescente hoy y no quedarse en el intento? Buenos Aires: Paidós.
- Maero, F. (2018). Terapia de Aceptación y Compromiso. En E. L. Keegan, Innovaciones en los modelos cognitivo – conductuales (págs. 113 – 152). Buenos Aires, Argentina: Akadia.
- Mandil, J., José Quintero, P. y Maero, F. (2017). Terapia de Aceptación y Compromiso con Adolescentes. Buenos Aires: Akadia.
- Páez, M., Gutiérrez, O., Valdivia, S., y Luciano, M. C. (2006). La importancia de los valores en el contexto de la terapia psicológica. International Journal of Psychology and Psychological Therapy, 6, 1-20
- Papalia, D. (2009). Psicología del desarrollo: de la infancia a la adolescencia. México: Mc-Graw-Hill.
- Quadrizzi Leccese G. y Settembrino D.M. (2018). Orientación al Talento Personal. Akadia.