La alimentación constituye uno de los problemas fundamentales a los que prestan especial atención los organismos internacionales. Si bien actualmente vivimos en una sociedad que rinde honores a la delgadez y la valora como el atributo primordial para alcanzar el éxito y la felicidad, la obesidad supera los índices de prevalencia de anorexia y bulimia nerviosa, ubicándose como una de las principales enfermedades crónicas que afectan a la población mundial, tanto en mujeres como en hombres, principalmente en adolescentes.
Según lo establecido por la OMS (2003) se estima que este trastorno estaría afectando a 300.000.000 de personas a nivel mundial. Siguiendo los criterios establecidos por dicha organización, una persona padece de sobrepeso cuando el IMC (índice de masa corporal) supera el percentil 25, y de obesidad cuando supera el percentil 30. Este parámetro, brinda información acerca de la cantidad de grasa corporal que posee un individuo, y establece si la posee en exceso quiere decir que equivale a obesidad.
Históricamente, se piensa que fue la industrialización llevada a cabo durante la primera y segunda guerra mundial (1830-1975) la que produjo un cambio en el estilo de vida de las personas a nivel mundial. El trabajo físico del hombre fue sustituido por un sinfín de maquinarias y equipos tecnológicos, contribuyendo al sedentarismo. Lo mismo sucedió con los medios de transporte, la caminata ha sido sustituida por su empleo. Es así, que el estilo de vida actual se caracteriza por la pasividad, lo cual contribuye activa e intensamente al aumento de la prevalencia de obesidad en la población, especialmente en niños y adolescentes.
La obesidad se puede definir como el acúmulo excesivo de tejido adiposo. En los niños, los depósitos grasos tienen lugar principalmente a nivel subcutáneo, mientras que en los jóvenes, adolescentes y adultos, se ubican en depósitos grasos intra-abdominales, patrón que se asocia con un mayor riesgo de trastornos metabólicos. La obesidad infantil se asocia con un aumento de riesgo cardiovascular, con hiperinsulinemia y menor tolerancia a la glucosa, y con alteraciones en el perfil lipídico en sangre e incluso hipertensión arterial (Aranceta Bartrina, Pérez Rodrigo, Ribas Barba & Serra Majem, 2005) .
Al igual que sucede con otros trastornos alimentarios como ser la anorexia y bulimia, el origen de la obesidad está determinado por múltiples factores (genéticos, hereditarios, psicológicos y sociales). En lo que respecta a este último factor, como se estableció en líneas previas, se puede observar actualmente que si bien el ideal exigido por las sociedades occidentales es la delgadez, los hábitos predominantes promueven el sedentarismo y el consumo de alimentos altamente hipercalóricos (contienen elevados aportes de grasas, como por ejemplo: productos de panadería, golosinas, bebidas azucaradas, entre otros (Tolosa & Ferraris Mukdise, 2016). Estos ¿alimentos? Sustituyen el consumo de frutas, verduras o cereales, los cuales aportan nutrientes esenciales para el adecuado funcionamiento de nuestro organismo y cerebro, pero que a su vez tienen un costo más elevado.
Paralelamente, estos productos bajos en nutrientes son los que se encuentran con mayor facilidad y a menor costo. La economía por la cual atraviesa la Argentina hace que las personas valoren el costo de los productos antes que la calidad de los mismos. Este hecho es empujado por la situación social, sumado al sedentarismo alarmante, con la consecuente disminución de actividad física. Es un factor que produce serias complicaciones en la salud, aumentando la susceptibilidad de contraer enfermedades físicas (hipertensión arterial, cáncer, diabetes, etc.).
En lo que concierne a factores genéticos, los sistemas de hambre y saciedad vienen regulados desde el nacimiento, siendo posteriormente modificados o bien reforzados por el entorno familiar y social. Se considera que el ambiente en el cual interactúan los individuos que padecen obesidad se caracteriza por ser obesogénico (factor clave en la comprensión de la ingesta desregulada) que se convierte en uno de los puntos fundamentales del tratamiento. Asimismo, el hecho de que uno o ambos progenitores sean obesos, la probabilidad de que la obesidad del niño persista en la edad adulta es aún mayor. Por lo tanto, el análisis de la interacción entre la genética y el medio ambiente será de especial interés para detectar individuos de alto riesgo en un futuro cercano y para poder intervenir de manera adecuada y favorable para quien lo requiere. Asimismo, otro de los factores principales a identificar es el valor reforzante de la comida, el cual es mayor en quienes padecen obesidad que en personas delgadas.
En este sentido, la desinhibición de la ingesta alimentaria en quienes padecen obesidad, alude a la tendencia a comer en exceso. Al igual que sucede en la anorexia y bulimia nerviosa, las emociones desempeñan un papel fundamental en el desarrollo y mantenimiento de esta patología. Ciertos individuos, cuando experimentan emociones intensas de frustración, ansiedad, ira, tristeza o enojo, emplean mecanismos de regulación disfuncionales. Es decir, que ante la presencia de una emoción que es percibida como negativa o amenazante, la tendencia a comer en mayor cantidad y desreguladamente se hace evidente. Los atracones se consideran como un comer emocional. Las consecuencias psicosociales de la distorsión de la imagen física para el niño obeso tienen el mismo impacto que aquellas de índole física, manifestándose en sentimientos de baja autoestima, aislamiento social, discriminación y patrones anormales de conducta.
La edad escolar y la adolescencia son unas etapas cruciales para la configuración de los hábitos alimentarios y otros estilos de vida que persistirán en etapas posteriores. Por tal motivo, el objetivo del tratamiento cognitivo conductual para la obesidad no apunta a la reducción de peso, salvo en casos de obesidad mórbida, sino que apunta a la modificación de hábitos alimentarios e incremento de actividad física, de manera que se adopten como estilo de vida, lo cual en consecuencia, modificará la calidad de la misma. Se basan fundamentalmente en las técnicas de autocontrol, las cuales brindan a las personas un arsenal de herramientas que permitirá ampliar su repertorio conductual e ir identificando y controlando su conducta alimentaria. Es por dicha razón, que al inicio del tratamiento se trabaja fundamentalmente con la técnica de Psicoeducación, con el objetivo de que los pacientes comprendan cuál es y qué características presenta la patología y cuáles son las variables intervinientes y las consecuencias de la misma, en las distintas áreas de desempeño. Para tal fin, será lo cual será fundamental la manipulación de antecedentes y consecuencias, con los que la conducta se relaciona funcionalmente.
Las principales técnicas que aplicará la TCC para el abordaje de la obesidad consisten en:
- Registro diario de alimentación: el mismo consiste en registrar todos los días por escrito la ingesta de alimentos a lo largo del día y en qué circunstancias ocurrió, lo cual permitirá identificar los disparadores de la conducta problema y diseñar las estrategias de intervención que más se ajusten al caso. Asimismo, permitirá detectar la influencia del ambiente y de sensaciones y sentimientos personales experimentados como amenazantes y desbordantes, los cuales formarán parte del proceso de cambio conductual, junto con la iniciación de actividad física.
- Control del estímulo: Evitar, al inicio del tratamiento, la exposición a situaciones disparadoras de la conducta problema o que refuercen su prevalencia. Por ejemplo, los niños y adolescentes son entrenados para disociar e acto de comer con la ejecución paralela de otras actividades (ver televisión, hacer la tarea, jugar con amigos, etc) promoviendo tareas que fomenten el Mindful Eating (comer con atención plena) sin distractores.
- Reestructuración cognitiva: Se utiliza para identificar emociones y pensamientos disfuncionales, con el fin de que puedan ser sustituidas por otros que resulten mas funcionales y adaptativos.
- Resolución alternativa de problemas: el objetivo primordial de la técnica consiste en instruir al paciente en un método sistemático de resolución alternativa de problemas. Para tal fin, será necesario que mejore los recursos de afrontamiento a las difi cultades que se le presentan en la vida diaria, para lo cual deberán eliminarse las respuestas de ansiedad y estrés disfuncional. Se trabajará en la generación de habilidades que le permitan analizar, evaluar y enfocarse en modos efi caces de resolución (Tolosa & Jozzami Nassif, Citados por Tolosa & Ferraris Mukdise, 2016). Un ejemplo de ello son las visitas al supermercado y selección de los alimentos o salidas en grupo de amigos de los adolescentes, en los cuales deben enfrentarse a la selección de un plato de comida, que en la mayoría de las ocasiones es diferente a la de sus amigos.
- Recompensas: Pueden ser usadas para estimular al paciente una vez que ha logrado sus objetivos, especialmente aquellos difíciles de obtener. Una recompensa efectiva es algún objeto o situación sencilla que el paciente desea y se compagina con la obtención de su objetivo. Algunos ejemplos pueden ser la compra de un disco con su música favorita o recompensas intangibles, como una tarde libre sin trabajo al conseguir una meta específica.
- Prevención de recaídas: Es un proceso continuo, diseñado para promover el mantenimiento del peso perdido durante el tratamiento. La incorporación de estas técnicas conductuales en el tratamiento de la obesidad ha contribuido a que problemas tan frecuentes como el abandono de los tratamientos, el no-cumplimiento de las dietas y ejercicio físico o la ausencia de mantenimiento de las pérdidas de peso obtenidas, hayan mejorado notablemente.
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Referencias bibliográficas:
- Velásquez, V. V., & Alvarenga, J. C. L. (2001). Psicología y la Obesidad. Revista de endocrinología y nutrición, 9(2), 91-96.
- Tolosa y Jozami Nassif (2016) Técnicas y Estrategias de Modificación de Conducta para Acompañantes Terapéuticos. Editorial Akadia.
- Bartrina, J. A., Rodrigo, C. P., Barba, L. R., & Majem, L. S. (2005). Epidemiología y factores determinantes de la obesidad infantil y juvenil en España. Revista pediatría de atención primaria, 7(Suplemento 1), S13-20.