Mario Bunge, para muchos el último positivista lógico, afirmó en una entrevista que lo que parece tan revolucionario como las neurociencias no lo es, porque el primero en enunciar la tesis de que todo lo mental es cerebral fue Hipócrates hace más de veinticinco siglos. Para la psicología médica y para las neurociencias cognitivas no es una novedad sino que es la realización del sueño de Hipócrates abordado con una metodología de ciencia actual. Durante siglos los estudiosos se conformaron con el supuesto de Hipócrates y en especial, el de Galeno sin someter a prueba estos campos teoréticos. En el siglo XIX desde Claude Bernard (1813 – 1878) y Rudolf Virchow (1821 -1902) están los comienzos de las investigaciones sobre el tema (Magela Demarco).
“El error de Descartes” señalado por Damásio lo encontramos ya resuelto en Platón en el “Cármides o de la sabiduría moral”, donde Sócrates dialoga con tres personajes: Querefonte, Critias y Cármides.
El tema central en este diálogo es la naturaleza de la virtud denominada “sophrosine” para los griegos “sabiduría” o equilibrio que se obtiene después de la “catarsis” (purificación). Sócrates finge, como un psicodramatista, ser médico para curar al joven Cármides los dolores de cabeza haciéndolo participar de la discusión planteada por una serie de definiciones propuestas sucesivamente y sometidas a examen y eliminadas unas tras otras hasta llegar a una conclusión negativa. Esto es la mayéutica, que también la usamos en psicoterapia adleriana.
“…Nos permiten comprender las mentes de los otros no mediante un razonamiento conceptual…”
Sócrates, para aliviar los dolores, trata primero el alma, porque considera que de ella nacen tanto el bien como el mal; la medicina apropiada serán los pensamientos, que infunden sabiduría; luego resultará fácil curar las enfermedades y dolores corporales.
Aunque la cita parezca algo extensa, no sería correcto amputarle parte alguna, ya que representa el comienzo, de lo que más tarde, será la psicoterapia profunda. A propósito, Sócrates expresa:
“Habló el tracio: Pero Zamolxis, nuestro rey, que es un dios: así como no debiera intentarse curar los ojos, descuidando la cabeza, ni ésta sin atender a todo el cuerpo, así tampoco es posible curar el cuerpo sin tratar el alma. Ésta sería también la causa de que entre los helenos los médicos se sintieran impotentes antela mayoría de las enfermedades, pues ignoraban la totalidad a la cual debían apuntar sus cuidados, ya que hallándose mal ésta es imposible que una parte se sienta bien. Pues todo, añadió, procede del alma, lo bueno y lo malo, e irradia de allí al cuerpo y a todo el hombre. Aquélla es, pues, lo que precisa tratar primero y más cuidadosamente. Pero el alma, dijo se trata mediante ciertos diálogos” (p. 7, 1980).
Sócrates finaliza elogiando la “sabiduría” (sofía) de Cármides, porque es para él la causa de su felicidad (Sopena, 1972).
Las neurociencias (definidas también como “las ciencias del cerebro”) han hechos aportes relevantes, pero como dice Damásio en este campo “como apenas sabemos a dónde vamos, es difícil saber cuán lejos hemos llegado y es que se está todavía muy lejos de resolver el problema de las relaciones mente-cerebro” (p14, 1998).
Algunos de los avances se dieron en la década del 90 por un grupo de neurocientíficos italianos que estudiaban el comportamiento de monos mapeando el área moto-sensorial a través de rayos láser finos implantados en células cerebrales (neuronas) específicas. El estudio tenía por objeto observar qué zonas cerebrales se iluminaban cuando realizaban determinados movimientos tales como asir algo o romper objetos.
El descubrimiento de mayor interés para la comunidad científica fue el de las “neuronas espejo” que surgió por casualidad, ya que no buscaban lo encontrado. Al regresar uno de los asistentes de su hora de descanso con un helado, los científicos se sorprendieron al ver una célula moto-sensorial activarse cuando uno de los monos observó a éste llevarse el helado a la boca. Las neuronas espejos reflejan una acción que observamos en otro, haciéndonos imitar esa acción o tener el impulso de hacerlo (Golman).
Giacomo Rizzolatti explica que éstas, “nos permiten comprender las mentes de los otros no mediante un razonamiento conceptual sino mediante estimulación directa, sintiendo, no pensando” (Bakeslee, 2006). El fenómenos de la risa contagiosa puede ser entendida desde esta teoría, cuando vemos a una persona reír tenemos el impulso de hacer lo mismo. Lo mismo sucede cuando estamos con una persona con mal humor, parecería que luego de que se va quedamos inundados de pesimismo. También llamamos a esto, “contagio emocional”.
Antes del surgimiento de la hipótesis de “neuronas espejo”, Adler hablaba de: “ver con los ojos de otros, oír con los oídos de otros, sentir con el corazón de los otros…”, es la suya una buena definición de la “empatía”. Es una re-confirmacion de la Psicología Individual que ha logrado soportar la prueba del tiempo.
Los neurocientíficos afirman que cuando más activos son los sistemas de “neuronas espejo” de una persona más poderosa es su empatía. La empatía siguiendo a Goleman tiene tres sentidos diversos y complementarios: “(1) conocer los sentimientos de otra persona, (2) sentir los que esa persona siente y (3) responder compasivamente a la aflicción del otro” (p.88, 2006).
En “Los competidores del diván” de Gorbato (1994), muestra como Perls, fundador de la psicoterapia gestáltica (la terapia del “darse cuenta” = “awareness”) explica como su técnica le debe más a Stanislavsky que a Wertheimer, Köhler y Koffka.
Stanislavsky, observó que un actor que interpretaba un papel podía recurrir a sus recuerdos emocionales para evocar un auténtico sentimiento presente. Pero las reminiscencias, no tenían por qué limitarse a experiencias propias. Un actor puede recurrir a las emociones de otros mediante la “empatía”. A lo que recomendaba, “…estudiar a las otras personas y acercarnos a ellas emocionalmente todo lo que podamos, hasta que la empatía hacia ellas se trasforme en sentimientos nuestros”(p. 45, 1986). Además, subraya la interpretación como un arte y el arte como la más alta expresión de la naturaleza humana.
El autor ruso con su “sistema de actuación” fue, en alguna medida, pionero de lo que ahora sabemos por las neurociencias. Cuando respondemos a la pregunta “¿Cómo te sientes?” activamos una parte significativa del mismo sistema de circuitos cerebrales que se encienden cuando preguntamos “¿Cómo se siente ella?”. El cerebro actúa de manera casi idéntica cuando percibimos nuestros propios sentimientos y los de otra persona (Goleman).
El vocablo alemán “Einfühlung” fue traducido por primera vez al inglés en 1989 como “empathy” y en español por “empatía” (= “sentir dentro”).
Es preciso diferenciar la empatía de la “identificación” y de la “proyección”, para eso recurrimos al Diccionario de Psicoanálisis de Laplanche y Pontalis. La “identificación” es el “proceso psicológico mediante el cual un sujeto asimila un aspecto, una propiedad, un atributo de otro y se transforma, total o parcialmente, sobre el modelo de éste” (p. 184, 1981) lo que implica una supresión en el discernimiento. Mientras que la “proyección”, conocida desde la filosofía de Hume, es en sentido psicoanalítico, la “operación por medio de la cual el sujeto expulsa de sí y localiza en el otro (persona o cosa) cualidades, sentimientos, deseos, incluso ‘objetos’, que no reconoce o que rechaza en sí mismo” (p. 306, 1981).
La capacidad de empatía en psicoterapia es vital para establecer una un “buen rapport”
La capacidad de empatía en psicoterapia es vital para establecer una un “buen rapport”, implica la habilidad para analizar y comprender al otro en su contexto, sin descuidar la relación de sentido que ese “otro” sostiene con nosotros, que siempre es subjetiva y afectiva. Para lograr esa diferenciación entre “yo-analista” y “yo-paciente” debe mediar previo a todo ejercicio de la profesión, una psicoterapia profunda con la finalidad de prevenir tratamientos iatrogénicos y/o re-traumatizantes.
Las neurociencias conforman una teoría novedosa más, pero no la última, ya que todas ellas son transitorias e incompletas. Einstein en un diálogo con el creador del “principio de incertidumbre” Heisenberg en 1926, expresó que “la teoría determina lo que podemos observar”, es decir, todo acción de observar o medir afecta directamente el objeto observado y al observador. Sabemos, vía Watzlawick, sobre una apostilla de la obra, “Física y Filosofía” (1958) de Heisenberg:
“La realidad de la que podemos hablar jamás es la realidad en sí, sino una realidad sabida o incluso, en muchas casos, una realidad configurada por nosotros mismos. Cuando se objeta contra esta última formulación diciendo que, a fin de cuentas, existe un mundo independiente por completo de nuestro pensamiento, un mundo que sigue su curso sin necesidad de nosotros y al que nos referimos propiamente con la investigación, hay que replicar a esa objeción (…) que ya el vocablo ‘existe’ proviene del lenguaje humano y, por consiguiente, difícilmente puede significar algo que no esté referido a nuestra capacidad cognitiva” (p. 58).
Este “principio de incertidumbre” mencionado supra, nos fuerza a adoptar una postura más humilde desde la ciencia frente al arte “el que siempre perdura” como decía Shakespeare. En esa humildad recurrimos a Stanislavski en actitud idéntica a la que asumimos cuando participamos hace poco tiempo del panel “La psicología aprende del teatro”.
*Nota del editor: Los invitamos a visitar el artículo Reflexionado sobre las neuronas espejo donde evaluamos la evidencia existente de las neuronas espejo.
Referencias
Bakeslee, S. (2006). Cells that read minds
Cuadernos de Pedagogía Nº 271, julio – agosto 1998, Barcelona
Damásio, A. (2001). O erro de Descartes. Sao Paulo: Companhia Das Letras
Gorbato, V. (1994). Los competidores del diván. Buenos Aires: Espasa
Golman, D. (2006). Inteligencia social. México: Planeta
Laplanche, J. & Pontalis, J.B. (1981). Diccionario de Psicoanálisis. Barcelona: Editorial Labor
Magela Demarco. (2010). Vida y pasión de un hombre polémico. El joven profesor Mario Bunge. Buenos Aires: Intramed
Parnaso Diccionario Sopena de la Literatura. (1972). Barcelona: Ramon Sopena S.A
Platón. (1980). Cármides o de la sabiduría moral. Obras completas. Madrid: Aguilar
Stanislavski, K. (1986). La construcción del personaje. La Habana: Editorial Arte y Literatura
Watzlawick, P. (1995). El sinsentido del sentido o el sentido del sinsentido. Barcelona: Herder