El viernes pasado murió a causa de problemas cardiovasculares el reconocido psiquiatra estadounidense, Dr. Robert L. Spitzer.
El Dr. Spitzer fue el psiquiatra que impulsó la utilización de los estándares científicos para describir y diagnosticar los trastornos mentales en la década de los 70, una época en donde el psicoanálisis era la corriente dominante de la psiquiatría y los diagnósticos podían cambiar dicotómicamente entre los psiquiatras. Los trabajos del Dr. Spitzer ayudaron a delimitar una línea entre lo que era un trastorno y lo que no. Pero su contribución más importante fue la exclusión de la homosexualidad, como trastorno mental, de la tercera edición del manual más importante de diagnósticos psiquiátricos, el DSM (Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales).
En 1973 el Dr. Spitzer evaluó si la homosexualidad causaba algún efecto nocivo en el bienestar de las personas y no encontró datos que apoyaran la idea de que la homsexualidad fuera un trastorno mental.
Con la evidencia en mano luchó en la edición del DSM- 3 para que el diagnóstico de trastorno mental fuera cambiado por: “perturbación de la orientación sexual” lo que significó el primer paso en la aceptación y despatologización de la homosexualidad.
“El hecho de que el matrimonio homosexual sea permitido hoy se debe en parte a Bob Spitzer,” dijo Jack Drescher un reconocido psicoanalista neoyorquino en una entrevista con The New York Times.
Pero en el año 2001 publicó una investigación, a pesar de las recomendaciones de sus colegas de que no lo hiciera, sobre la efectividad de las terapias de conversión o “reparación gay”. Para esa investigación reclutó a 200 hombres y mujeres de diferentes centros de Estados Unidos, los entrevistó por teléfono sobre sus necesidades sexuales, sentimientos y conductas antes de recibir la terapia de conversión y evaluó las respuestas de las personas. Al comparar las respuestas encontró que la mayoría de los participantes habían reportado que habían cambiado de una orientación homosexual a una orientación heterosexual.
En una entrevista con The New York Times, Spitzer explica que las investigaciones previas sobre la terapia de conversión no habían sido concluyentes y que estaba motivado en conocer su efecto y además nadie lo podría acusar de estar sesgado o en contra de la homosexualidad, porque él mismo había impulsado la eliminación de la homosexualidad de los manuales psiquiátricos.
Pero las cosas no salieron como Spitzer pensaba: la comunidad gay lo acusó de traidor y sus pares científicos lo recibieron con fuertes críticas, ya que su investigación se basó sólo en los relatos de los participantes que declaraban si habían cambiado de orientación o no, lo cual no es evidencia suficiente para sostener que hay un cambio, las personas mienten en los tests o su relato puede estar sujeto a los cambios de humor o necesidades.
Otros psiquiatras dijeron que su investigación estaba en contra de los código de ética porque podría incrementar el sufrimiento, prejuicio y discriminación de las personas gays.
“Al leer todos esos comentarios, me di cuenta que estaba en un problema, un gran problema, que yo no podía responder. ¿Cómo puedes saber si una persona realmente cambió?”, dijo el Dr. Spitzer.
Once años después Spitzer se retractó de su investigación, pidió disculpas y dijo que era la única cosa de la que se arrepentía en toda su carrera profesional.
Aun con esa mancha en su currículum profesional, el Dr. Spitzer fue reconocido por la comunidad psiquiátrica como uno de los más importantes psiquiatras de nuestra era.
El Dr. Allen J. Frances, profesor emérito de psiquiatría en la Universidad de Duke en un email a The New York Times, dijo:
“Bob Spitzer fue por lejos el psiquiatra más influyente de su tiempo. Salvó el campo y a sus millones de pacientes de una crisis de credibilidad, elevando sus estándares científicos y rescatandola de la arbitrariedad y de las opiniones sin fundamento.”
Poco después de jubilarse, en el 2013, el Dr. Spitzer fue diagnosticado con la enfermedad de Parkinson pero eso no limitó su trabajo intelectual y durante los siguientes años siguió ayudando en la elaboración del DSM-5.
Fuente: The New York Times