Estamos en la oficina, sentados frente a nuestra computadora trabajando en las formulas de una planilla de cálculo. En segundo plano, cada 5 o 10 minutos, nuestro programa de correo electrónico suelta un pitido que nos avisa de la llegada de un nuevo e-mail. Dejamos la planilla de cálculo y nos apresuramos a responder el mensaje, pues podría ser importante o tener alta prioridad. Mientras tanto, un par de compañeros de trabajo sentados en oficinas adjuntas, nos disparan preguntas desde la ventana de chat de la red a la que estamos conectados. Suena el teléfono; es un cliente que necesita que lo pongamos al día con respecto a algunos precios. Por supuesto, lo atendemos usando el “manos libres” mientras continuamos tipeando en la computadora. Entra el jefe y nos deja una serie de encargos sobre el escritorio, masculla un par de instrucciones al respecto y se retira tan raudamente como llegó. Acto seguido nos suena el celular: Es nuestra esposa, que nos pide que pasemos por el supermercado de regreso a casa y compremos leche descremada, un frasco de mermelada de durazno, un paquete de jabón en polvo y una botella de lavandina (o cloro). Tan pronto como cortamos, llega un mensaje de texto; es nuestro terapeuta que nos pregunta si podemos adelantar la sesión del viernes…
seguimos empecinados en la idea de la multitarea como una forma de ganar tiempo
A pesar de la imposibilidad real, científicamente demostrada, de prestar atención eficazmente a múltiples tareas al mismo tiempo, seguimos empecinados en la idea de la multitarea como una forma de ganar tiempo y aumentar la productividad en el ámbito laboral y otros aspectos de la vida.
Lejos de poder realizar todo esto en paralelo, el cerebro aborda la lista de tareas en forma secuencial, es decir, tomándolas una por una. Esa es su esencia, su naturaleza biológica.
Para eso, necesita primero enfocar la atención sobre una actividad, y luego “desengancharla” para pasar a la siguiente. Esto es lo que en neuropsicología se conoce como “capacidad de alternancia” e implica la posibilidad de conmutar la atención, lo que equivale a “saltar” de un estímulo a otro.
Para ello se requiere cierta flexibilidad mental que, para colmo de males, se va deteriorando con el paso del tiempo, a medida que envejecemos, con lo cual se nos hace cada vez más difícil concentrarnos de manera sucesiva en actividades disímiles.
Vivimos soñando con la llegada del fin de semana y las vacaciones
Estoy convencido de que el frenético ritmo de vida al que lenta pero inexorablemente nos hemos acostumbrado a llevar en los inicios del siglo XXI es en gran medida el responsable de que se haya disparado en forma abrumadora la tasa de depresión y trastornos de ansiedad en las sociedades occidentales. La salud mental de la población se encuentra actualmente en jaque gracias a los niveles crecientes de estrés derivados del imperioso paradigma de la multitarea y la hiperconectividad.
Se supone que toda la tecnología actual está al servicio de la comunicación. Celulares, mensajería instantánea, correo electrónico y redes sociales deberían, al menos en su concepción teórica, contribuir a estrechar el vínculo entre las personas. Sin embargo, lejos de sentirnos conectados con los demás, nos sentimos invadidos, vulnerados una y otra vez en nuestra intimidad, atrapados en un círculo vicioso de intrusión permanente.
Tampoco nos permite ahorrar tiempo, aunque sería deseable que así fuera.
No, la tecnología no nos está simplificando la vida, porque su irrupción en el mundo moderno coincide con la instauración del paradigma de la multitarea. Ahora podemos hacer cosas en la mitad del tiempo que en comparación nos tomaba la misma tarea hace unos diez o veinte años, pero también es cierto que cuando terminamos, nos sentimos apremiados a hacer algo más durante el tiempo excedente, y así salimos corriendo a cargarnos con nuevas obligaciones.
La posibilidad de ahorrar tiempo ahora para disfrutar la vida después, ya sea con actividades relajantes o divertidas, es una ilusión, una zanahoria atada al extremo de un palo que nunca logramos alcanzar.
la tecnología no nos está simplificando la vida
Vivimos soñando con la llegada del fin de semana y las vacaciones. Insatisfechos con nuestra calidad de vida, diezmados por la ansiedad y el estrés, procuramos desesperadamente aliviar nuestro malestar haciendo más de lo mismo. Tratamos de curar semejante intoxicación psicológica con más veneno cuando nos obligamos a trabajar un poco más duro o más rápido, anticipando falsamente un santuario, una tierra prometida de gratificación personal, pero que resulta esquiva y nunca logramos encontrarla.
Vivir en una cultura individualista como la nuestra es el caldo de cultivo, la base sólida sobre la que se edifica el paradigma de la multitarea.
“Puedes hacerlo”, “debes ganártelo con el sudor de tu frente” y “hay que dejarlo todo en la cancha” son expresiones que mamamos desde la cuna y que ilustran los mandatos sociales que rigen nuestra vida y que nos hacen creer, erróneamente, que todo depende de nuestro esfuerzo y que somos los artífices absolutos de todo cuanto tenemos y somos.
Por este camino entonces resulta fácil pensar, muy erróneamente por cierto, que el fracaso es solo para quien lo merece, ya sea por viejo, débil o flojo.
No. El tiempo no es susceptible de ser ahorrado. Si así fuera, los bancos además de ofrecer cajas de ahorro en pesos y en moneda extranjera, es seguro que también ofrecerían cajas de ahorro en tiempo.
La otra gran falencia que promueve la idea de la multitarea es la sensación de que todo cuanto hacemos es imprescindible o tiene el mismo grado de relevancia. Estamos perdiendo la capacidad para discriminar lo importante de lo que no lo es. Nos cuesta ordenar prioridades, todo lo vivimos como si fuera urgente o absolutamente necesario. Corremos de un lado para el otro bajo el embrujo de que todo es esencial, nada es prescindible ni delegable.
El tiempo no es susceptible de ser ahorrado
La sensación subjetiva de fatiga mental, de aturdimiento y embotamiento psíquico que muchas veces solemos experimentar al final del día, son los síntomas naturales de un sistema de atención y procesamiento de la información sobrecargado, al límite de su capacidad biológica.
Es posible hacer una analogía entre este tema y lo que ocurre cuando se llena el disco rígido de la computadora, o se agotan las reservas disponibles de la memoria residente. Llegado ese punto, es cuando todo se ralentiza, los programas empiezan a funcionar con una lentitud pasmosa, aparecen cada vez más seguido los errores de ejecución y las fallas de sistema, hasta que finalmente se vuelve literalmente imposible realizar cualquier tarea que no sea jugar al solitario.
Me ha pasado, y apuesto a que a usted también.
Recuerde, su sistema de atención es el software que corre sobre un hardware, su cerebro. Dele un trato amable a su maquinaria y desista del absurdo de la multitarea. Ya verá cómo mejora sustancialmente su calidad de vida e incluso, paradójicamente, aumenta su productividad.