Así como en mi actividad profesional, como Terapeuta Gestalt me es difícil afrontar problemas que me dejen indiferente, de igual modo me ocurre más allá del ámbito laboral, y algo así sucedió cuando conocí la historia de Melody Gardot, una jovencísima cantante y compositora de jazz estadounidense que en febrero de 2013 cumplió veintiocho años. Me conmocionó tanto, y tan profundamente, su valentía y su modo de reaccionar tras sufrir un terrible accidente de tráfico, hace casi una década, que decidí escribir algún día sobre ella. Y hoy, el tiempo y las circunstancias se han aliado para que al fin pueda hacerlo.
Como dice el enunciado de este artículo, la historia de Melody es un ejemplo de resilencia (resulta curioso cuánto ha proliferado el uso de términos psicológicos en el lenguaje coloquial: resilencia, empatía, pulsiones, asertividad…) entendiendo como tal, la facultad que ciertas personas poseen para superar las adversidades y traumas emocionales e incluso salir fortalecidas de ellos.
Pero empecemos por el principio. Melody Gardot nació en el estado de Nueva Jersey, en 1985. Hija de madre soltera, fue criada por sus abuelos y a los nueve años comenzó su formación musical recibiendo clases de piano. A los 16 ya actuaba en algunos clubes de Filadelfia, aunque más por hobby que por ansias de dedicarse profesionalmente a la música.
Cuando contaba 19 años, cierta mañana, mientras circulaba en bicicleta por las calles de Filadelfia, fue atropellada por un Jeep Cherocke que se saltó un semáforo en rojo y como consecuencia del accidente sufrió una doble fractura de pelvis así como graves heridas en la columna vertebral y en la cabeza, que le ocasionaron severos problemas neurológicos y la imposibilidad, por un tiempo, de ser autosuficiente para ver, hablar o comprender así como también para realizar tareas tan elementales como comer.
Melody quedó postrada en cama más de un año mientras soportaba secuelas como una amnesia a corto, medio y largo plazo, cierta dificultad con la noción del tiempo y una hipersensibilidad extrema tanto a la luz (aun lleva gafas oscuras, incluso en el escenario) como al sonido. Por todo ello, se vio en la necesidad de reaprender tareas tan sencillas como cepillarse los dientes, depilarse las piernas, lavarse las manos e incluso hablar.
De algún modo, el cerebro de Melody era como el disco duro de un ordenador al que, aun conteniendo toda la información previa al accidente, le era imposible establecer las conexiones neuronales adecuadas para poder recuperarla y aplicarla a cada situación en la que fuera necesario utilizarla.
En una entrevista realizada por el periódico ABC (2012) manifestó: «Tuve que aprender todo de nuevo, fue como ser reducida al núcleo. Solo me quedaba la voz interior, estaba sola, y tenía un monólogo de David Lynch en la cabeza todo el tiempo, era como vivir en la película “La escafandra y la mariposa”».
Para paliar las consecuencias traumáticas del suceso, el médico encargado de su rehabilitación la animó a componer música mientras durara su larga convalecencia, y así fue como dio comienzo una ejemplarizante historia de superación personal en la que la música tuvo un importantísimo papel.
Con una paciencia a prueba de contratiempos, Melody aprendió a tararear y registrar los sonidos que emitía en una grabadora. Así, poco a poco, estimuló las neuronas que fueron recuperando lo que había aprendido ya desde sus clases de piano en la infancia. El siguiente paso fue tararear con la ayuda de una guitarra y, de este modo, componer canciones.
Con un tesón digno de encomio y un ejemplo de resilencia elevado a la enésima potencia, Melody Gardot consiguió ‘reiniciar’ su cerebro sin necesidad de ningún formateo traumático sino sólo extrayendo con suavidad la información que allí aguardaba hasta que la música y su perseverancia la hicieran emerger.
El resultado fue un disco sencillo al que siguió su primer álbum: “Some lessons. The Bedroom Sessions” (2005) (“Algunas lecciones. Las sesiones de dormitorio”), una colección de temas en los que Melody contempla desde una perspectiva positiva y revitalizadora unas dotes y aptitudes de nuevo recuperadas. “Sin ese accidente quizá no tendría mucho que decir”, declaró entonces la compositora y cantante.
De ahí a seguir componiendo y a llenar auditorios por todo el mundo, había sólo un paso y Melody Gardot supo darlo. Vaya si lo dio. Doy constancia de ello porque aun guardo fresco en mi mente su memorable concierto en el Palau de la Música de Barcelona (dentro del Festival del Mil·lenni de Barcelona) al que tuve ocasión de asistir, aplaudir a rabiar y, por primera vez, encontrarme con un fenómeno curioso, pues al solicitarse los preceptivos bises con que el público siempre se muestra reacio a dar por concluida una actuación memorable, a quien más le costó abandonar el escenario fue a la propia Melody Gardot, pues a pesar de ese inseparable bastón que le confiere seguridad en la estática de su aun frágil sentido del equilibrio, bailó e hizo casi tantos bises como canciones había interpretado según el horario estipulado en el contrato.
No quisiera concluir esta reseña sin citar una de las frases preferidas de Melody, una cita de Louis Pasteur: “La suerte favorece a la mente preparada”.
Y tampoco quiero concluir sin ofrecer una muestra de la sensibilidad con que Melody Gardot interpreta una curiosa versión de la canción Over the Rainbow, en la que ella misma toca las escobillas sobre una caja sin más elementos que un set de batería, mientras el bajista arremete con su instrumento como si de una guitarra se tratara.
Clotilde Sarrió es autora del reconocido blog Gestalt-Terapia
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