La autolesión es un fuerte predictor de suicidio entre adolescentes y también ha sido relacionada con la depresión y el trastorno límite de la personalidad. La prevalencia de autolesiones no suicidas es aproximadamente del 17% entre los adolescentes, y la complejidad de las anomalías neurobiológicas asociadas con las autolesiones no suicidas (comportamientos como cortarse sin tener la intención de morir) es de gran importancia, señalan los autores de un estudio reciente que indica que el comportamiento de autolesión grave entre adolescentes está relacionado con alteraciones en la actividad cerebral y respuestas fisiológicas al estrés (Başgöze et al., 2021).
Por qué es importante
Procurar comprender cómo y cuándo el cerebro en desarrollo se vuelve disfuncional es crucial para restaurar la salud mental e incluso para prevenir la aparición de problemas clínicos como el trastorno depresivo mayor (TDM), pensamientos y comportamientos suicidas (CS) y autolesión (AL), sostienen los autores, quienes se enfocaron específicamente en las autolesiones en adolescentes, porque no hay suficientes intervenciones basadas en evidencia disponibles para abordar este comportamiento altamente prevalente y desadaptativo.
Si sabemos más sobre cómo y cuándo ocurren estos problemas mentales, entonces podemos encontrar opciones de tratamiento mejores y más individualizadoss, y podemos aprender cuándo es el mejor momento para intervenir e incluso cómo evitar que surjan estos problemas, sostuvieron los autores,
Qué metodología usaron
El estudio es parte de un proyecto de investigación más amplio llamado Desarrollo de imágenes cerebrales de la emoción y el yo de las niñas (BRIDGES), que está recopilando datos longitudinales de las participantes.
La muestra estuvo compuesta por más de 100 niñas de entre 12 y 17 años a quienes les pidieron que completaran un procedimiento verificado experimentalmente, conocido como prueba de estrés social de Trier. Las participantes pronunciaron un breve discurso y realizaron cálculos aritméticos verbales en presencia de dos examinadores, que vestían batas blancas de laboratorio y estaban entrenados para permanecer neutrales. Durante varios momentos a lo largo de la prueba, los investigadores recolectaron muestras de saliva para medir el cortisol, la hormona del estrés.
El equipo utilizó el enfoque de Criterios de dominio de Investigación (RDoC) del Instituto Nacional de Salud Mental, que integra muchos niveles de información como biología, comportamiento, funciones cerebrales y conexiones para comprender mejor los problemas mentales. Dado que la autolesión está altamente asociada con el estrés de la vida temprana (como el abuso infantil) en este estudio se examinó específicamente la amenaza sostenida, que es un estado emocional aversivo causado por la exposición prolongada a estímulos que indican peligro.
Qué encontraron
Las niñas con antecedentes graves de autolesiones informaron mayor estrés durante la prueba en comparación con aquellas con antecedentes moderados, leves o sin antecedentes. Sin embargo, las participantes con antecedentes de autolesión grave mostraron una reactividad reducida al cortisol en promedio, en comparación con los otros grupos. Las autolesiones se clasificaron como graves si hubieron cuatro o más episodios anteriores de autolesiones con una frecuencia superior a una vez al mes y con daño tisular significativo.
Los autores interpretan entonces que las adolescentes que muestran comportamientos de autolesión más frecuentes y severos podrían estar abusando y desgastando los sistemas fisiológicos de sus cuerpos, lo que eventualmente causa que su sistema de amenazas funcione mal y, por lo tanto, se vuelvan menos adaptables y menos protectores.
Las participantes también se sometieron a exploraciones de imágenes de resonancia magnética funcional (fMRI), que se utilizaron para evaluar el volumen de la amígdala y la conectividad funcional en estado de reposo entre la amígdala y la corteza prefrontal medial. Mientras se les hacía el escáner cerebral, también completaron una tarea de amenaza en la que estaban expuestas a rostros humanos que mostraban ira y miedo.
También en esta oportunidad, los investigadores observaron un patrón divergente similar en las diferentes severidades de autolesión en las funciones cerebrales: la amígdala es una región del cerebro crucial para detectar y monitorear situaciones amenazantes, por lo que puede advertir al sistema nervioso simpático, que luego nos hace luchar o huir, o tal vez hacer nada según las circunstancias, y esas circunstancias se evalúan con la ayuda de la conexión de la amígdala con las cortezas frontales, explicaron. Esta conexión básicamente nos ayuda a no tener miedo de un oso que vemos en un zoológico, sino a tener miedo de un oso que encontramos en un bosque.
Los hallazgos del estudio mostraron que las anomalías que se encuentran generalmente en la conectividad funcional entre la amígdala y la corteza frontal son más evidentes en adolescentes con antecedentes de autolesión severa en comparación con quienes tienen antecedentes de autolesión moderada y leve. Mientras que los adolescentes con antecedentes de autolesión moderada muestran una mayor activación de la amígdala hacia los estímulos estresantes (las caras de miedo o enojo), los adolescentes con antecedentes de autolesión grave no muestran esta activación elevada de la amígdala. Es como si las adolescentes con antecedentes de autolesión moderada se asustaran mucho del oso incluso si el oso está en el zoológico, y las adolescentes con antecedentes de autolesión severa no se asustan lo suficiente incluso si ven al oso en el bosque; ambos disfuncionales, pero de una manera diferente.
Esto podría significar que la respuesta de la amígdala y la respuesta del cortisol del cuerpo a la amenaza/estrés se atenúan con el tiempo, sin embargo, para demostrar que el sistema de amenazas está realmente “desgastado y desgarrado” en el tiempo, son necesarios estudios longitudinales (que de hecho están llevando adelante: (BRIDGES)).
Referencia bibliográfica: Başgöze, Z., Mirza, S. A., Silamongkol, T., Hill, D., Falke, C., Thai, M., Westlund Schreiner, M., Parenteau, A. M., Roediger, D. J., Hendrickson, T. J., Mueller, B. A., Fiecas, M. B., Klimes-Dougan, B., & Cullen, K. R. (2021). Multimodal assessment of sustained threat in adolescents with nonsuicidal self-injury. Development and Psychopathology, 1-19. https://doi.org/10.1017/S0954579421000754
Fuente: Psypost