A mediados de febrero se publicó una investigación de Martine Hoogman et al., en la conocida revista The Lancet, que sostenía haber encontrado la prueba de que el Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH), era un trastorno real y que contaban con la evidencia para afirmar que los niños con dicho diagnóstico sufrían de una alteración en el cerebro.
La noticia se difundió rápidamente, lo que no es usual en el ámbito de la psicología y psiquiatría; pero se entiende, considerando que el TDAH es una de las condiciones que más controversia ha causado durante los últimos años. Los medios más leídos publicaron la noticia con los siguientes titulares: Confirman que el déficit de atención es un “trastorno cerebral” y piden no etiquetar a los chicos; Síndrome por déficit de atención es un “trastorno cerebral”, según estudio; Las personas con TDAH tienen el cerebro diferente. Muchos profesionales de la salud también compartieron la nota como la prueba inequívoca del TDAH.
En Psyciencia publicamos la nota, mencionamos las principales críticas a las explicaciones del TDAH y también dijimos que lo más responsable era ceñirnos a la mejor evidencia disponible, y todo parecía indicar que el estudio proveía la mejor evidencia.
Pero lamentablemente no fue así. El mes pasado la web Mad in America, publicó un extenso análisis de Michael W. Corrigan y Robert Whitaker — dos investigadores reconocidos por su escepticismo hacia las explicaciones neurocentristas — donde nos alertan sobre las serias deficiencias metodológicas y éticas del estudio y nos explican porqué todavía no podemos decir que el TDAH es un “trastorno del cerebro”; cuáles son las consecuencias de utilizar explicaciones neurocentristas sobre la salud y bienestar de los niños y piden a The Lancet que se retracte por el artículo.
Nosotros haremos una referencia a los puntos más importantes de dicho artículo. Pero si deseas, también puedes leerlo completo en Mad in America, con una traducción al español aquí.
Los niños con TDAH tenían mayor CI y los investigadores no cumplieron con las normas éticas
Llevar a cabo el análisis no fue una tarea simple. Primero tuvieron que comprar el artículo original por 31,25 dólares (la mayoría de los medios no lo compró, sólo leyó los reportes de prensa de los investigadores). Luego hicieron una solicitud especial a los editores de The Lancet para que les dieran acceso al apéndice de la investigación, que es donde se encuentran todos los datos estadísticos del estudio.
Vencida esta primera dificultad, los autores encontraron que sólo 20 de los 23 sitios clínicos que se utilizaron para la evaluación reportaron datos comparativos del CI y 16 de los 20 reportaron que los grupos con TDAH tenían mayor CI que los grupos del grupo control. En los otros 4 se halló que los niños con TDAH tenían, en promedio, el mismo CI que el grupo control.
la diferencia no es significativa para decir que sea una “característica distintiva”
Este resultado contradice la conclusión principal del estudio que sugiere que los niños con TDAH sufren de un deterioro cognitivo que los hace menos capaces de concentrarse y enfocarse en la escuela. ¿Cómo se explica que los niños con TDAH tienen un CI más alto, cuando el estudio supuestamente encontró que estos niños sufren de cerebros más pequeños con estructuras alteradas? Los investigadores del estudio no mencionaron este importante hallazgo ni en el abstract, ni en las conferencias de prensa, sino que quedaron a la sombra, en un apéndice que no se puede obtener fácilmente. Este hallazgo contradice la hipótesis básica de la investigación y los autores tienen la responsabilidad ética de detallarla. Sin embargo, los investigadores no lo hicieron y prefirieron dejarlo en el apéndice: no la ocultaron, está en el apéndice, pero al no mencionarla hicieron como que no existía.
Cabe aclarar que ante las críticas, los autores del estudio original dijeron que se habían equivocado en los puntajes del CI y ya fueron corregidos en el mes de mayo. La corrección aclara que los puntajes de CI del grupo control y TDAH fueron erróneamente traspasados en el apéndice, y que en realidad los sujetos del grupo control, sin TDAH, eran los que tenían los mayores puntajes de CI. Aun así es raro que estos errores sucedan…
No se encontró que los niños con TDAH tuvieran cerebros más pequeños
La principal idea con la que las personas se quedaron luego de leer la investigación fue que los niños con TDAH tienen cerebros más pequeño que los niños sin TDAH.
Sin embargo, ese no fue el caso. Aproximadamente 58% de los niños con TDAH tenían menor volumen en el núcleo accumbens en comparación con el grupo control, pero 42% de los niños con TDAH tenían más volumen que el grupo control. Corrigan y Whitaker, también encontraron que había demasiada variación en el volumen cerebral del grupo con TDAH y en el grupo control. En otras palabras, la diferencia no es significativa para decir que sea una “característica distintiva”. Los investigadores del estudio volvieron a cometer un error metodológico garrafal: tomaron los datos de un efecto pequeño y los utilizaron para generalizar las diferencias entre los niños con TDAH y el control.
¿La medicación no produce cambios en el cerebro?
Algunas investigaciones previas han sugerido que la medicación para el TDAH podría afectar el tamaño del cerebro de los niños. La investigación de The Lancet dijo que refutaba los hallazgos de esas investigaciones y que ellos no encontraron tales efectos. Para ello compararon dos cohortes: 82 personas con TDAH que dijeron que nunca habían utilizado medicación y 637 que declararon haber utilizado algún tipo de medicación estimulante en algún momento de sus vidas. Luego, los autores sostuvieron que no habían diferencias en los volúmenes cerebrales de ambos grupos.
Sin embargo, no se encontraron datos que sustenten dichas declaraciones.
Primero: los autores no publicaron los datos de los volúmenes cerebrales de los dos grupos que permitan decir que no habían diferencias. Los autores simplemente dijeron que eran iguales. ¿Cómo van a decir que hay diferencias sin datos? ¿cómo?
Segundo: los autores no proveyeron de información sobre la dosis de la medicación en el grupo o sobre cuánto tiempo la tomaron. No es lo mismo decir que no hay efectos cuando se evalúa a una persona de 30 años que ha tomado la medicación por más de 10 años o un niño que recibe su primera dosis.
Corrige y Whitaker explican que no hay manera de evaluar si este estudio realmente refuta los hallazgos anteriores sobre el posible efecto de la medicación en el desarrollo cerebral de los niños con TDAH. Es como si se nos pidiera que confiaramos en la palabra de los investigadores y no en los datos. Lo cual no representa la manera en que la ciencia valida los hallazgos.
Las fallas se comen al estudio
En el estudio se da por sentado que hay una clara distinción entre los sujetos que tenían TDAH y los que no. Sin embargo, como mencionamos en otras oportunidades, no hay un marcador biológico que se pueda usar para hacer un diagnóstico.
Los autores de la investigación argumentaron que habían detallado los procedimientos diagnósticos en el apéndice de la investigación, ese documento que no se obtiene con facilidad, pero cuando Corrigan y Whitaker los evaluaron, encontraron que no hubo un método diagnóstico estandarizado y en vez de ello se hizo una distinción fortuita. ¿Te das cuenta de la grave falla que hubo aquí?
Cuando Corrigan y Whitaker profundizaron más, se encontraron con la sorpresa de que dos de los 23 sitios donde se tomó la muestra no contaron con el grupo control. Sin embargo, los autores si los incluyeron en los datos analizados. Osea, no existieron pero igual los tomaron en cuenta. Esto puede ser considerado como un error grave o como una manipulación de los datos por parte de los investigadores. Lo cual sería una seria violación a las normas éticas de investigación
Pero aquí no acaba todo. Después de examinar los 21 “evaluados” se encontró que no habían puntajes de los síntomas de TDAH de los sujetos del grupo control. Lo que significa que esos participantes nunca fueron evaluados para saber si tenían o no conductas relacionadas con el TDAH. Entonces, ¿cómo diablos los investigadores determinaron cuál era el grupo “control” y cuál el “experimental”?
tal declaración es completamente insostenible. El artículo carece de la rigurosidad que ostenta y sus conclusiones no se acercan en lo más mínimo a los titulares con que fue aclamado en los medios
Usualmente en estas investigaciones se toman algunas pruebas para evitar que algunas “variables extrañas” interfieran con lo que realmente se quiere evaluar. Una de esas precauciones es la seleccionar en la cohorte del grupo control sólo a sujetos que no tienen otros “trastornos” con síntomas que puedan afectar y confundir los resultados. Sin embargo, en esta investigación no se tomó ningún test para evaluar si los sujetos sufrían de depresión, ansiedad o abuso de sustancias.
Siete de los 23 sitios evaluados no contaron con ninguna escala de síntomas para el TDAH. Así que no se puede saber cómo hicieron un diagnóstico serio de los participantes. Y aunque se hubiera hecho alguna escala para evaluar los síntomas, no hubo una estandarización de un instrumento basado en un sistema de clasificación reconocido como el DSM IV o el CIE 10. Lo que puede prestarse para que un investigador en un lado del mundo use una escala que él creyó adecuada pero en el otro lado use otra completamente diferente.
Con todos estos errores y enormes limitaciones, los autores fueron lo bastante osados para declarar en su investigación que: “las diferencias cerebrales encontradas no fueron causadas por otros trastornos comórbidos, medicación que afecte la severidad de los síntomas del TDAH, y que están exclusivamente relacionados con el diagnóstico del TDAH” (p.7).
Con todos los errores que acabamos de mencionar, está más que claro que tal declaración es completamente insostenible. El artículo carece de la rigurosidad que ostenta y sus conclusiones no se acercan en lo más mínimo a los titulares con que fue aclamado en los medios.
Les doy todos mis respetos a Corrigan y Whitaker que se tomaron el tremendo trabajo de analizar la investigación paso a paso, como debieron hacer en la revisión de pares (que no hicieron bien su trabajo). Pero ellos no son los únicos. Otros investigadores también han enviado cartas a The Lancet, la revista donde se publicó, con severas críticas a la metodología de este bochornoso estudio. Corrigan y Whitaker concluyen argumentando que The Lancet debe retractarse de este estudio pues afecta a los padres y sus familias al decirles que los niños con TDAH tienen un cerebro más chico, cuando en realidad es una mentira -una mentira que está vendida como “ciencia” pero que de ciencia no tienen nada.
Corrigan y Whitaker iniciaron una petición para solicitar a The Lancet que se retracte del estudio. Necesitan 1000 firmas para presentar la petición formalmente. Aunque la misma revista ha dicho que no se va a retractar, esta es una buena manera de demostrar que la sociedad, los psicólogos, psiquiatras e investigadores están cada vez más atentos al fraude científico. Firma aquí.
Al final del artículo donde publicamos el “hallazgo de esta investigación” dijimos que debemos siempre ceñirnos a la mejor evidencia disponible. Al día de hoy las mejores evaluaciones —con todos sus limitaciones— son las evaluaciones conductuales. No hay un biomarcador del TDAH, no hay una prueba cerebral precisa que permita determinar con exactitud cual niño tiene TDAH y cual no. Y mucho menos podemos decir que los cerebros de unos son más chicos que los de otros.
Imagen: Shutterstock
Fuente: Mad in America
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