Hace un tiempo publicamos un artículo señalando la carencia de empatía de los médicos, y resaltando los beneficios que surgen cuando los profesionales de la salud son más empáticos en el tratamiento de sus pacientes. El foco de dicho artículo estuvo centrado en saber si los doctores pueden aprender a ser más empáticos. Los resultados del estudio fueron muy interesantes, pero puede ser que no estemos viendo la imágen completa. Sabemos que la empatía de los médicos va en disminución constante, pero ¿puede ser que nosotros mismos los estemos juzgando de manera poco empática? ¿Alguna vez “te pusiste en los zapatos” de ese doctor antipático que te atendió la noche que estabas tan mal por un resfrío, que sentías que no tenías fuerzas para mover los pies?
David Scales es médico residente de medicina interna en Cambridge Health Alliance. Ha trabajado como médico sociólogo e investigador en la Escuela de Medicina de Harvard, y ha hecho trabajo médico con refugiados palestinos en Beirut, Líbano, Amman y Jordania. David escribió un artículo en el que habla del asunto de los médicos y la empatía de un modo en que muchos no lo habíamos pensado. Utiliza su experiencia personal para mostrarnos una verdad que varios prefieren pasar por alto. A continuación comparto con ustedes una traducción de dicho artículo.
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“No me gusta tomar medicamentos,” me dijo Hernando (no es su nombre real) cuando le recomendé una dosis fuerte de ibuprofeno para el dolor en su pulgar, durante un día más ocupado de lo habitual en la clínica de atención primaria donde trabajo. No soy su médico de cabecera por lo que él trató de explicarme que prefiere tratamientos naturales en lugar de fármacos manufacturados. “Podemos trabajar con eso,” pensé. Pero entonces él dijo: “preferiría no usar una muñequera,” un componente clave del tratamiento para su tendinitis.
Esta visita no estaba yendo como esperaba. Yo estaba apurado y al mismo tiempo ya iba 40 minutos retrasado, y queriendo ponerme al día. Pero mi cita con Hernando requirió tiempo para navegar sus preferencias y luchar con el torpe sistema de registro electrónico cuando me pidió una nota que lo excusara del trabajo. En ese momento, yo estaba aún más estresado que antes de la visita y visiblemente frustrado. Ví que él tampoco estaba contento. Avergonzado, me apuré por ver a mi próximo paciente, pensando: “eso no salió bien.”
Como Hernando, la mayoría de la gente quiere un doctor empático, alguien que pueda prescribir medicamentos pero también alguien que escuche y entienda. A pesar de eso, los pacientes se quejan con razón de que parece haber menos empatía de parte de los doctores en clínicas y hospitales. Investigadores han encontrado que los puntajes de empatía de los estudiantes de medicina caen a lo largo del curso de la educación médica, y las revistas de medicina lamentan que la empatía de los médicos está decayendo. La mayoría de las investigaciones que estudian y tratan de entender y resolver la “brecha de empatía” se enfocan en la formación individual de los médicos, pero podría ser una causa perdida si el ambiente de trabajo permanece sin cambios.
La clave está en la naturaleza de la empatía clínica, la cual requiere que el médico esté realmente presente. Ese profesional médico debe ser lo suficientemente curioso para establecer una conexión cognitiva y emocional con la situación del paciente, su perspectiva y sentimientos, y luego comunicarle ese entendimiento al paciente.
En algunas ocasiones, el impacto de la empatía parece ser más mágico que biológico. Cuando la puntuación de empatía es más alta, los pacientes se recuperan más rápido de un resfriado común, los diabéticos tienen mejor control del azúcar en sangre, las personas se adhieren más a los tratamientos, y los pacientes se sienten más capaces de afrontar sus enfermedades. Los médicos empáticos reportan mayor bienestar personal y son menos demandados.
Nuevas investigaciones muestran que la meditación y la “comunicación consciente” pueden incrementar la empatía de los médicos, dando nacimiento al nicho del mercado de los cursos en formación. Sin embargo, esta preocupación ha pasado por alto los muy evidentes déficits del ambiente laboral que aplastan la empatía humana que poseen los doctores.
Esta es la historia con la que te encontrás cuando hablás con médicos o lees los innumerables artículos y blogs que doctores y estudiantes de medicina escriben cuando finalmente dejan el campo.
La mayoría lamenta cómo el ambiente de práctica les impide atender a sus pacientes en formas que a ellos les gustaría y que sus pacientes se merecen. Culpan a la presión del tiempo creada por un sistema de facturación que promueve la cantidad de pacientes atendidos por sobre la calidad, la falta de control sobre el ambiente laboral caótico, y el tiempo interminable gastado en tareas administrativas. Quizás y sin ser sorprendente, muchos de estos son los mismos factores que contribuyen al burnout de los médicos.
Es la misma historia que pasé con Hernando. Nos conocimos el día más ocupado de mi semana en la clínica, y el estar retrasado se sumó al estrés común de la clínica. No lo conocía para nada, lo cual requirió que ambos naveguemos espontáneamente nuestras preferencias entre alternativas y medicina alopática.
La presión del tiempo puede causar una suspensión de la toma de decisiones éticas o un conflicto interno que abruma la tendencia natural de ayudar a quienes lo necesitan
Es la misma historia que pasé con Hernando. Nos conocimos el día más ocupado de mi semana en la clínica, y el estar retrasado se sumó al estrés común de la clínica. No lo conocía para nada, lo cual requirió que ambos naveguemos espontáneamente nuestras preferencias entre alternativas y medicina alopática
Finalmente, el burnout fue un factor. Ví a Hernando durante el momento más ocupado de mi residencia, un periodo de nueve días de descanso sobre doce semanas trabajando cerca de 80 horas por semana. No tenía ninguna reserva para cuidar de mí mismo, mucho menos de mis pacientes. Luchando con privación crónica del sueño, mis circuitos de empatía estaban cerrados, una crisis conocida en la educación médica actual. No es una excusa – sin dudas tengo en un estándar superior que esa cita con Hernando – pero necesitaba descanso más que un curso de mindfulness.
A pesar de los datos anecdóticos de los médicos, no encontrarás estudios en las revistas médicas probando los efectos de la empatía en ambientes de trabajo en hospitales menos caóticos o citas de cuidado primario más largas. No es que los investigadores de empatía ignoren estos factores ambientales. De hecho, muchos papers los mencionan al pasar. Hay pocos ejemplos de estudios empíricos en medicina.
Pero fuera de la medicina, un vínculo entre nuestro ambiente y la empatía se ha conocido por cuatro décadas. A los participantes del famoso estudio de Princeton de 1973 de prueba de comportamiento altruista en seminaristas en situaciones estresantes controladas, se les asignó la tarea de dar una charla ya sea sobre el Buen Samaritano o sobre conseguir buenos trabajos. A algunos se les dijo que estaban retrasados para la charla, a otros que tenían un montón de tiempo para llegar al lugar de la charla. En el camino, tuvieron que pasar por un callejón donde una víctima falsa estaba tirada y con problemas, tosiendo y aparentando estar inconsciente. La pregunta era: ¿se detendrían para ayudar?
Los seminaristas – hombres que eligen una vida religiosa para ayudar a las personas; hombres que claramente conocían la historia del Buen Samaritano, y a algunos de los cuales se les pidió que piensen sobre ella – deberían haberse detenido todos para ayudar. Pero no lo hicieron. De hecho, el factor principal asociado con proveer asistencia no fue sus personalidades individuales o incluso que se les asignara la charla sobre el Buen Samaritano. Fue cuánto tiempo se les dió para el viaje hasta el lugar de la charla.
Debido a la presión del tiempo, algunos seminaristas “no percibieron la escena en el callejón como una ocasión para una decisión ética.” Otros lo hicieron, y se tomó nota de que estuvieron “excitados y ansiosos” después de su encuentro con la víctima. Se les había pedido que ayuden y ahora estaban atrapados en un conflicto entre su compromiso de dar un discurso o ayudar a la víctima en el callejón. Como lo dijeron los investigadores, “el conflicto, más que la insensibilidad, puede explicar el no detenerse.”
Las implicaciones son profundas – la presión del tiempo puede causar ya sea una suspensión de la toma de decisiones éticas o un conflicto interno que abruma la tendencia natural de una persona de ayudar a quienes lo necesitan. Esto sucede todos los días en la clínica y en el hospital, donde a los profesionales médicos (muchos de los cuales llegaron a la medicina por un deseo de ayudar a las personas) se les da la tarea de servir a dos amos – el paciente afligido en sus oficinas, y un sistema que demanda atender más pacientes, más rápido. Esto crea un conflicto interno que podría explicar lo que parece ser comportamiento insensible, donde los doctores parecen no ver numerosas pistas de pacientes buscando empatía. Esto crea un ambiente donde, como concluye el estudio de Princeton, “si una persona ayuda o no, es una decisión inmediata probablemente controlable por la situación.”
Esto no es sorpresa después del descubrimiento reciente de las “neuronas espejo,” que se cree que son los centros neurobiológicos de la empatía. Las neuronas espejo se encienden cuando observamos personas, y pueden reflejar inconscientemente emociones que percibimos en alguien más.
Pero las neuronas espejo son frágiles. La exposición a la indiferencia o violencia en la infancia embota su crecimiento. Incluso adultos con vías que funcionan plenamente pueden tener sus neuronas espejo cerradas en situaciones de alto riesgo gobernadas por el miedo y el estrés.
Estudios recientes de psicología y antropología están empezando a esparcir luz sobre cómo el contexto social afecta nuestra capacidad de empatía. La empatía no es una constante, un rasgo inherente sino uno que varía en el curso de un día o un mes, fluctuando con nuestra situación social, estado de ánimo y autoestima.
Pero estos desarrollos en las ciencias sociales todavía deben abrirse paso hacia la medicina. Necesitamos entender los contextos en que la empatía clínica florece naturalmente. Deberíamos estudiar el impacto de alargar las citas o de proveer una tarifa más alta por asesoramientos que requieren mucho tiempo. En lugar de eso, se exige a médicos ocupados que se entrenen en empatía sin realizar cambios en cuanto al estrés laboral, y hacemos responsables únicos a los doctores por los déficits de empatía. Hasta que hospitales, clínicas y compañías aseguradoras tomen los factores ambientales seriamente, los pacientes sufrirán y la empatía de los médicos continuará declinando.
Este artículo fue publicado en AEON y re-publicado en Psyciencia bajo la licencia Creative Commons. Puedes leer el artículo original aquí.