Cada vez atiendo más a personas que no tienen un diagnóstico reconocible, de los existentes en los manuales científicos, sino que vienen con problemas dispares y sobre todo, una sensación de insatisfacción, agotamiento vital fruto de una continua pelea entre una parte de si que se exige y pone metas y otra que no las alcanza y siente que ni quiere ni puede más. Además, cuando las consigue, no le llenan plenamente, con una exigencia imposible de ser saciada que tortura mucho cuando no alcanza algo, pero luego, rápidamente, pide otra meta y otra más.
Veo pacientes que han pasado por uno o dos profesionales (coach, psiquiatras, psicólogos…) y que, si bien han mejorado algunos aspectos mediante técnicas, siguen en términos generales con una sensación de desbordamiento y de malestar profundo, de un no entenderse a sí mismos y de no poder parar unas dinámicas de vida en las que se meten sin saber muy bien por qué coño lo hacen (enfados, querer controlar todo, desfase e impulsividad, postureo…).
Creo que todo esto señala el fracaso de una psicología muy centrada en el problema y poco en lo que le ocurre al individuo en su realidad más profunda: cuáles son sus grandes miedos, qué intentan conseguir o evitar con esas cosas disfuncionales que hacen (se exigen hasta la ansiedad por miedo a que si no funcionan no les querrán, se obligan a ser fuertes por el miedo a ser atacados o rechazados, no ponen límites o toman decisiones por el pánico al fracaso o porque se sienten débiles, etc).
Pero, sobre todo, considero que evidencia además que se tratan de forma excesivamente individual los problemas de la persona sin ver cómo afectan variables de la era que estamos viviendo: la continua comparativa y tener que aparentar éxito y felicidad inherentes a las redes sociales, que hace que la gente esté insatisfecha de cojones con su vida / competencias y habilidades/aspecto físico/pareja porque es imposible que si en 15 minutos de redes ves a 35 personas, tu vida sea mejor que la de todos esos en todos los aspectos.
También está el hecho de que vivimos en una sociedad que ha roto ideas y reglas que creíamos irrompibles y a las que nos negamos a renunciar (con bastante sentido común): el esfuerzo ya no parece tener las recompensas de mejora económica y estabilidad que tenía anteriormente (aunque sigo creyendo en la meritocracia, desde luego actualmente está escacharrada), la inestabilidad del mercado laboral, la vivienda o la pareja, con cambios continuos y requisitos cada vez más disparatados en los que construir proyectos a largo plazo parece imposible con nuestra vida actual.
Se ignora también, otro gran factor que a mí entender es clave: la vorágine del consumismo. Éste se basa en crearnos necesidades que no son reales pero que nos hace vivir en una continua insatisfacción por todo lo que “deseamos” en una lista que crece cebada por una publicidad brutal en la que se añaden cosas mucho más rápido que la que lo podemos conseguir y que además hace que cuando hacemos algo, en vez de disfrutarlo ya estemos pensando el próximo y frustrado por no tenerlo. Y esto no es lo peor, sino que nuestro tiempo, recursos y esfuerzos se vuelcan en esta lista en vez de en cosas más ambiguas pero más importantes como los principios y valores, la familia, el autocuidado, el pensamiento crítico, los seres queridos o lo comunitario.
La tecnología nos ha dado muchas ayudas, pero también ha creado un ecosistema y unas demandas a las que nuestro cerebro no está preparado ni adaptado, como que todo sea disponible todo el rato, el famoso “multitask” o el imperativo de la inmediatez, todo lo cual nos lleva a la ansiedad por no llegar a todo, la sensación de no poder desconectar o una impaciencia e intolerancia a la frustración mucho mayor que la de nuestros abuelos.
Finalmente, el cambio de paradigma social en la que los argumentos han sido sustituidos por los sentimientos, donde vivimos en la esquizofrenia de que se nos bombardee con una idea de “perfección” contÍnua pero a la vez se hable de la normatividad como el demonio o de pedir que sea siempre lo externo quien deba responsabilizarse de cómo me estoy sintiendo. Como si yo no tuviese nada que ver y todos los problemas fuesen únicamente sociales (lo que convive con un extremo individualismo en un discurso totalmente incongruente), o la información y política basada en el frentismo donde las ideas del otro me son tan ofensivas e intorolerables que sólo puedo censurarlo, indignarme, juzgarlo o exigir su cancelación.
Mucho social, espiritual, económico, filosófico, tecnológico que añadir a lo psicológico, por eso supongo, cada vez leo más sociología, filosofía o antropología que psicología.