Que hable de que el dolor tiene una parte buena no significa que el dolor sea bueno. Ni significa que haya que forzar el positivismo ante algo que es doloroso, o que ver la parte positiva, o mucho mejor dicho y como expondré en este artículo, los procesos adaptativos que se ponen en marcha a raíz del dolor sea algo bueno o deseable. Más bien, lo que presento es una explicación de la capacidad de las personas a responder al dolor y de lo preparados que estamos para hacer frente a éste, razón por la cual, quizás aun sin buscarlo, no debamos temerle tanto sino aceptarlo cuando, irremediablemente, nos toca en la vida.
El dolor es una respuesta adaptativa de cualquier organismo que desee sobrevivir, es el dolor el que nos mueve a una acción que nos permite responder a aquello que nos está dañando. Actúa por tanto como “interruptor” que activa un mecanismo de respuesta que nos permite responder (valga la redundancia) a la situación, entender la realidad de la misma, aceptarla en su cruda realidad y preparar nuestro cuerpo a todos los niveles para reaccionar a ella mediante una conducta adecuada.
Sin el dolor, no nos daríamos cuenta de lo dañino de una situación y al no dolernos no responderíamos a ella y por tanto eso nos haría un mal enorme, puede incluso que fatal. De hecho, las personas que padecen el raro síndrome de Riley-Day (consistente en la incapacidad de sentir dolor físico) suelen tener graves accidentes y con frecuencia al no responder al dolor (ya que no lo sienten) tienen lesiones que muchas veces suponen hasta su muerte.
A nivel psicológico, las personas que no sienten dolor emocional debido a que están “escindidas o interrumpidas” emocionalmente, suelen padecer trastornos muy graves como el trastorno límite de la personalidad. Las que tratan de evitar el malestar, sobre todo emociones como la tristeza, la ansiedad o la rabia, suelen poner en marcha procesos psicológicos que con frecuencia son iatrogénicos (producen enfermedades) o les lleva a funcionar de una forma enormemente desadaptativa y llena de un vacío aterrador (Ver mi artículo La angustia de no sentir).
Recuerdo cuando tenía alumnos de prácticas en la universidad con los que analizábamos terapias, que se angustiaban o veían como negativo que un paciente experimentase dolor emociona y yo siempre les ponía el mismo ejemplo: Si entran por la puerta dos personas, con un hierro atravesándoles la pierna, y uno grita y llora, y el otro está tan pichi, a mi el que me preocupa es al que no duele nada, porque lo normal cuando algo te atraviesa es gritar y llorar.
El dolor nos mueve a defendernos del ataque, generando en nosotros una respuesta adaptativa de rabia. El dolor nos indica que no podemos más con una situación y debemos parar o quitarnos carga generando una respuesta adaptativa de ansiedad o agotamiento. El dolor nos señala que debemos huir de algo, generando esa adaptativa respuesta de miedo y alerta y el dolor nos indica que algo era importante para nosotros y que debemos parar a encajarlo, generando tal respuesta adaptativa de tristeza.
El dolor nos da una información muy valiosa, explicándonos qué situaciones son dañinas para nosotros, pero también qué es importante para nosotros: el dolor sólo se activa cuando es necesario. Muchas veces, algo nos afecta y nos duele, y en vez de aceptarlo y reaccionar con honestidad, nos rebelamos contra ello “no debería dolerme” o “esto no es tan importante”, si te duele, es que es trascendente para ti. Así el dolor no sólo nos mueve a reaccionar, sino que nos indica qué cosas son realmente importantes para cada uno en su propia subjetividad desde la que vive el mundo. Puede que no sea importante para otro o visto “objetivamente”, pero para ti sí lo es, si no, no te dolería (tu biología no crea respuestas de dolor porque sí, sino por una razón).
Con frecuencia reaccionamos al dolor con miedo, tratando de silenciarlo mediante medicación, intentamos ignorarlo (intentamos “pasar de eso”) o lo juzgamos (“no tengo motivos” o “soy un exagerado”) en vez de escucharlo, lo cual es comprensible, porque duele, pero es disfuncional, porque necesitamos mirarlo para que ponga en marcha las respuestas adaptativas anteriormente descritas y para que entendamos qué es realmente importante para nosotros. Además, esas reacciones de juzgarnos o atacarnos porque algo nos afecte, conllevan un sufrimiento extra, ya que aparte del dolor situacional añadimos el de esa autocrítica cruel o la invalidación de nuestro propio criterio.
El dolor por tanto es útil, aunque sea terriblemente desagradable, y es importante que cuando venga, acompañemos y escuchemos ese dolor para sanarlo, pero también para defendernos y protegernos. Para ser fieles a nosotros mismos y nuestra verdad interna, para reaccionar a la realidad en vez de negarla y fingir que no pasa nada.
El dolor lleva a la acción. El miedo y el intento de hiper controlar todo para que nada nos dañe lleva a la parálisis, la ansiedad y el bloqueo. A aislarnos, renunciar a todo, obsesionarnos hipercontrolando y cargar con una armadura que nos consume y agota.
Y recuerda que por muy terrible que sea el dolor, éste no mata ni enferma. Lo que sí lo hace es mantenerse en aquello que nos hace daño y el hecho de no responder: lo que nos empuja a entendernos y a reaccionar es el propio dolor.
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