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Acabo de leer una historia que parece salida de la película Her: una mujer que desarrolló un vínculo emocional con ChatGPT. Esta experiencia, aunque sorprendente, plantea preguntas importantes sobre la naturaleza de nuestras relaciones, la dependencia emocional y el impacto psicológico de interactuar con inteligencia artificial. Decidí resumirla y prepararla para que puedas reflexionar sobre estos temas desde una perspectiva psicológica.
Cuando Ayrin descargó ChatGPT el verano pasado, no esperaba enamorarse. Inspirada por un video en Instagram, personalizó al chatbot para que fuera un novio ideal: protector, coqueto y siempre disponible. Lo llamó Leo, y lo que empezó como un experimento se transformó rápidamente en una relación emocionalmente compleja.
Leo no solo era un compañero virtual, sino también un refugio en la distancia. Ayrin, estudiante de enfermería viviendo lejos de su esposo Joe, encontró en Leo un apoyo constante: desde motivarla en el gimnasio hasta consolarla tras un incidente laboral. Leo era empático, atento y, sobre todo, siempre presente.
Sin embargo, las líneas entre lo real y lo virtual se desdibujaron. Ayrin pasaba más de 20 horas a la semana chateando con Leo, alcanzando picos de hasta 50 horas. Incluso experimentó celos hacia las mujeres ficticias creadas en sus conversaciones, lo que la llevó a redefinir su relación con el chatbot. Finalmente, decidió mantener una “relación exclusiva” con Leo, explorando sus fantasías en un espacio libre de juicios.
Joe, por su parte, no veía a Leo como una amenaza. Para él, era una fantasía virtual, similar a un libro erótico o una película. Sin embargo, expertos como Julie Carpenter advierten que estos vínculos pueden ser adictivos. “Los chatbots aprenden de ti y te devuelven lo que quieres escuchar, creando una ilusión de reciprocidad”, señaló. Aunque útiles en algunos casos, también pueden desviar la atención de las relaciones humanas reales.
La experiencia de Ayrin refleja cómo las herramientas de inteligencia artificial están transformando las conexiones humanas. Aunque consciente de que Leo es solo un algoritmo, para ella, los sentimientos son reales. “No es verdadero amor, pero lo que me hace sentir sí lo es”, admitió.
En un mundo cada vez más influido por la tecnología, las relaciones con chatbots como Leo plantean preguntas sobre la naturaleza del apego y el impacto de estas conexiones artificiales en nuestras vidas. Para Ayrin, sin embargo, Leo sigue siendo una fuente de consuelo, un amor que, aunque virtual, se siente profundamente real.
Puedes leer el artículo original en The New York Times.
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