Russ Harris ha tomado con mucha habilidad las riendas de la difusión de la terapia de aceptación y compromiso (ACT). En su libro La trampa de la felicidad Harris explica con maravillosa simplicidad los principios de la ACT, que para mi gusto, es mucho más adaptable y entendible que el libro Sal de tu mente, entra en tu vida de Steven Hayes (co creador de ACT).
En este breve artículo comparto un pequeño fragmento muy útil para usar en terapia en el que Harris explica las tres fases de la emoción, cómo se activan y el poderoso rol que desempeña nuestra mente a la hora de reaccionar a ellas.
El fragmento no es exclusivo de ACT ni mucho menos es un texto innovador. Sin embargo, es muy útil para explicar el poderoso rol que tiene nuestra mente a la hora de interpretar y evaluar las sensaciones de maneras muy distintas:
Fase 1: ¡Un hecho significativo!
Las emociones se disparan a causa de algún tipo de hecho significativo. Dicho hecho puede tener lugar dentro de tu cuerpo (un recuerdo perturbador, una sensación dolorosa o un pensamiento inquietante) o puede producirse en el mundo que te rodea (algo que puedes ver, oír, oler, saborear o tocar). Tu cerebro percibe este hecho y te advierte de que es importante.
Fase 2: ¡Prepárate para actuar!
El cerebro empieza a evaluar este hecho: “Es bueno o malo? ¿Beneficioso o perjudicial?” Al mismo tiempo, el cerebro comienza a estimular el cuerpo para que actúe, para que se acerca o evite el hecho. En esta fase no se da un “sentimiento” especifico en el sentido usual de la palabra. Si el cerebro considera el hecho como perjudicial, se desencadena la “respuesta lucha o vuela”, y el cuerpo se preparar o bien para atacar o bien para escapar. Si el cerebro considera que el hecho es potencialmente útil, el cuerpo se prepara para aproximarse a él y explorarlo. Y cuando nuestro cuerpo se preparar para actuar, experimentamos toda una variedad de sensaciones e impulsos.
Fase 3: La mente se implica
En la tercera fase, nuestra mente empieza a asociar palabras, ideas y significados a los cambios que se producen en nuestro cuerpo. Por ejemplo, nuestra mente puede ponerles a nuestras sensaciones e impulsos una etiqueta como “frustración”, “alegría” o “sentirse fatal”. Y lo que la mente nos está diciendo acerca de estas sensaciones tiene un impacto significativo sobre cómo actuamos frente a ellas. Imagínate, por ejemplo, a dos personas en una montaña rusa. Una de ellas está aterrada; la otra lo está pasando de maravilla. Ambas están experimentando los mismos cambios físicos (aumento de los niveles de adrenalina, mayor tensión arterial), las mismas sensaciones físicas (estomago revuelto, corazón acelerado) y los mismos impulsos (chillar) pero sus experiencia subjetivas son muy diferentes y dependen de lo que su mente les dice. Una mente dice: “¡Qué divertido!”, mientras que la otra indica: “!Esto es peligroso!”. Adivina quién de los dos lo está pasando bien y quién tiene miedo. Asimismo, el “miedo escénico” de un actor puede ser la “inyección de adrenalina” de otro. Ambos experimentarán las mismas sensaciones (corazón acelerado, piernas temblorosas, etc.) pero su mente interpretará dichas sensaciones de una manera muy distinta.
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