Se dice de la psicología con frecuencia que es una ciencia inmadura y demasiado joven, también que se trata de una ciencia “blanda”, por oposición a aquellas disciplinas como la física o la química… Todo eso es cierto en parte. También podríamos de forma optimista, decir que la psicología es la menos blandas de las ciencias sociales y la más blanda de las ciencias naturales. Aunque establecer ranking de dureza es algo que salvo a la hora de comprar colchones, no tiene demasiado sentido.
Es claro, que la psicología científica está atravesada por debates internos que dejan perplejos a aquellos que provienen de las ciencias naturales y que, por el contrario, resultan muy a gusto de un filosofo: ¿qué es el sufrimiento? ¿es el hombre el que enferma o la sociedad que lo enferma? Mi modesta opinión es que dichos debates, tan comunes en las ciencias sociales, son un problema epistemológico serio para una ciencia experimental. Y la psicología, es hoy por hoy eso.
Sociales o naturales
Una parte cada vez más grande de los psicólogos consideramos una serie de premisas como válidas que nos acercan a las ciencias naturales y nos alejan de a poco de las ciencias sociales. En primer lugar, mientras que resulta bastante fácil de explicar porqué un historiador o un sociólogo se sienten cómodos con la etiqueta de científicos sociales, ya que su estudio se centra casi exclusivamente en fenómenos culturales humanos, no es tan sencillo decir lo mismo de un psicólogo. Estudiamos conductas de una especie animal en particular, que efectivamente es social. También son sociales las hormigas, las abejas, las suricatas y las orcas por decir solo algunas, sin que en la facultad de sociales estén pensando en instaurar un cupo para cetáceos.
A un psicólogo le interesa la conducta humana, tanto en cuanto emerge de sus interacciones sociales, como en cuanto es influida por aspectos químicos, embrionarios, neurales, etc. En ese sentido, renegar de aspectos socioculturales es tan tonto como reducirse a ello. Hoy mezclamos técnicas electrofisiológicas y de estudios por imágenes con experimentos cognitivos clásicos para garantizar que aquello que estamos teorizando conceptualmente, esté realmente sucediendo dentro de la cabeza de las personas, así como para descartar teorías que, aunque puedan incluso poseer un cierto poder explicativo y predictivo, claramente no son compatibles con el modo en que el cerebro funciona.
Ante este panorama de progresivo “endurecimiento” de la psicología, que según mi criterio es la única posibilidad de que la psicología ocupe a largo plazo un lugar de prestigio en la ciencia, resultan especialmente nocivas las argumentaciones teóricas basadas en terminologías novedosas para viejos conceptos y la necesidad que muchos colegas parecen tener de reinventar cada 10 años el campo de la psicología.
Saussure 101: la relación entre significado y significante es arbitraria
Que yo le llame vaso a eso que tengo con café adelante mío en este momento o que le diga tasa depende de qué hayamos definido socialmente como una cosa u otra. Como dice Perez Reverte, la real academia no es la legisladora del lenguaje sino la notaria: Anota la manera en que la gente habla.
Asi, términos como enfermedad mental, autismo, inteligencia, sensaciones, emociones, etc., son palabras. Solo eso. Las ciencias en general tienen el buen tino de no cambiar las definiciones sino que inventan palabras nuevas y se ahorran problemas. Un átomo es, etimológicamente, algo indivisible. Sin embargo hoy sabemos que se dividen y mucho (pregúntenle a Hiroshima). Pero el nombre se lo dejamos. Era un lio sino… es como cuando le cambian el nombre a las calles, todavía mi viejo le dice Cangallo a Perón y Caning a Scalabrini Ortiz: la confusión es mala para la ciencia.
Pero los psicólogos no podemos con nuestro genio: veamos el caso de la inteligencia. La inteligencia es un concepto teórico, obviamente no existe en la vida “real” y ni siquiera es un concepto que tenga sentido dentro de la neurociencia más que como una regularidad estadística: es un término acuñado para dar cuenta de la capacidad global de una persona… Un número único que aglutina resultados múltiples. La utilidad de este concepto (una especie de índice de “caballos de fuerza” del cerebro), es bastante buena, si se tiene en cuenta que permite predecir en 50 minutos de evaluación, con un 70% de exactitud, como le irá académicamente a una persona en los próximos 10 años. Pero obviamente no me dice que tan bien toca el piano o si ayuda a las ancianas a cruzar la calle… todo no se puede.
Por otro lado, tenemos un concepto teórico que funciona muy bien que se llama cognición social, que resume la capacidad de una persona para realizar procesos cognitivos que involucran la comprensión de los estados mentales de los demás, la pragmática de la comunicación, el realizar procesos específicos vinculados con la resolución de problemas interpersonales y esas cosas que nos separan de Sheldon Cooper. Se trata de un concepto científicamente impecable: es operacionalizable, está bien definido, podemos medirlo bien y sabemos localizarlo en el cerebro mejor que a la mayoría de los constructos teóricos que manejamos (area ventromedial del lóbulo frontal básicamente)
Sin embargo, a Salovey, & Mayer, en 1990, se les ocurrió que denominar a la cognición social “inteligencia emocional” era una buena idea porque era una forma de marcar un punto político “el intelecto no es todo”. El trabajo de 1990 es bastante serio, y otros que siguieron también… (Digo, no es una chapuza a nivel estadístico aunque a mi no me guste) pero… le estaban cambiando el nombre a la calle… y es un lio… después vino Goleman, y ahora tenemos gente que cobra 10 lucas por darle un curso de dos horas a los docentes sobre inteligencia emocional en el aula y pasarles un powerpoint con una imagen de un pez trepando a un árbol. En fin.
Entre Goleman y otros amantes la transmutación de conceptos ( y de vender libros a lo loco), como Gardner generaron la idea de que se puede tener más de una inteligencia. Luego de 30 años, no lograron un solo test de inteligencias múltiples que fuera solido estadísticamente y para colmo le quitan el sentido a la palabra inteligencia. Si tengo 7 inteligencias ¿qué las diferencia del concepto de “habilidad o talento?
Del mismo modo sucede con el malestar psicológico, litros de tinta (electrónica por suerte ahora) filosofando sobre si un niño con autismo tiene una condición, una enfermedad, un síndrome, un trastorno, o si es neurodiverso. Incluso tenemos gente alegando que los autistas son el próximo paso evolutivo, lo cual es curioso desde un punto de vista Darwiniano: es raro que un ser sea superior a otro cuando tiene mas dificultades para sobrevivir de forma autónoma y aún más para reproducirse…
Breve paréntesis autobiográfico: he trabajado durante 18 años con niños con problemas severos y tengo un hijo con autismo. Todo lo que los padres queremos es que nuestro hijo sea lo menos neurodiverso posible. Que hable, que tenga amigos y sobre todo que un día se valga por si mismo. Como padre de un niño con TEA, cualquier persona que me hable de que el autismo no es un trastorno sino una forma diferente de ver el mundo, sobre todo si ni siquiera tiene hijos, me está faltando el respeto. Fin del paréntesis.
El problema de estas discusiones sobre trastorno vs. enfermedad y demás variantes, es que a diferencia de las discusiones científicas, donde todas las partes acuerdan sobre el significado de las categorías (trastorno, condición, salud, enfermedad) y se dedican a discutir en qué categoría entran los datos con más precisión, en las ciencias psicológicas, nos salteamos ese paso previo y redefinimos a piachere qué quiere decir cada categoría, por lo cual todo el problema termina siendo “qué entendemos por” en lugar de “qué explica mejor que”
Demasiado Ego
No sé cuantas “escuelas” hay en cada disciplina, pero sospecho que no hay 500 formas de ver la oncología, la cardiología o ni siquiera la antropología. Sin embargo, en 2005 Fonagui contó en su libro que ya existían más de 1000 formas de psicoterapia diferente. Si se tiene en cuenta que todas las investigaciones muestran que las técnicas que tienen un efecto terapéutico son muy pocas: la relación terapéutica en sí, la exposición, la meditación, el aprendizaje de habilidades (de autorregulación, ejecutivas, sociales), las reestructuraciones basadas en la metacognición (pensar sobre los pensamientos) y algunas más que me estoy salteando seguro. Tenemos 1000 autores proclamando la autoría de un estilo de psicoterapia que o recambian uno o más de los principios que sabemos que funcionan o que inventan formas de terapia que no funcionan en absoluto. No es muy sensato.
Un buen ejemplo de esto es la “disciplina positiva” que sigue la lógica de las “franquicias” en psicologia, con certificaciones y esas cosas…
No tiene estudios de eficacia, mientras que los programas de entrenamiento a padres clásicos basados en el condicionamiento operante tienen cientos que prueban que funcionan. Sin embargo, esta de moda…
Paréntesis legal: no es necesario certificarse en nada en casi ningun pais del mundo. Desde un punto de vista legal, si tenes matricula podes aplicar un técnica psicológica aunque el autor patalee y si no la tenes no, aunque la disciplina positiva certifique como “facilitadores” a personas que no son psicólogos.
Lo triste viene cuando uno lee el libro: se trata básicamente de las mismas técnicas de modificación de conducta basadas en refuerzo positivo y aversivos sociales (desaprobación parental, pérdida de privilegios; aunque la palabra castigo esta prohibida por cuestiones de márquetin) Mezcla eso con un lenguaje tomado principalmente de la psicología positiva y te garantizas llenar un Luna Park. ¿funcionará esta terapia? es muy probable que si el que la usa, además sabe realmente hacer un análisis funcional, si… Igual de bien que los programas de entrenamiento a padres que empezaron a usarse hace nada mas que 50 años.
No todos los debates son estériles, ni todas las diferencias entre terapéuticas se reducen a egos. A pesar de lo mucho que molesta a los que buscan la armonía, las discusiones entre conductistas y cognitivistas sobre si vale la pena hablar de procesos internos como algo diferente a conductas encubiertas, es un ejemplo de algo que podría parecer semántica pero no lo es. ¿podemos reducir todo lo que llamamos mente a conductas? Los procesos internos son formas de dualismo o renegar de ellos es una forma de reduccionismo. ¿podemos diseñar experimentos para verificarlo?
Las discusiones científicas se diferencian fácilmente de las demás: buscan una explicación más exacta para los datos, no apelan a la autoridad y buscan formas experimentales de ponerse a prueba…
Lo demás son obstáculos para la ciencia, cada nueva teoría que es un refrito de la anterior, cada página escrita discutiendo si una palabra significa lo que significaba el año pasado o ahora significa algo nuevo, todo eso justifica a los escépticos que ven a la psicología como una charlatanería ilustrada.
Artículo publicado en Psicología para Escépticos y cedido para su reubicación en Psyciencia.