La razones por las cuales una persona comete crímenes al crecer pueden ser muchas, variadas y muy complejas. Algunas de esas razones están relacionadas con las experiencias vividas en niñez: abuso físico o sexual o un familiar encarcelado son dos de las más comunes. Un nuevo estudio, llevado a cabo por Kathleen Brewer-Smyth de la Universidad de Delaware sugiere que las niñas que tienen un familiar en la cárcel presentan un riesgo mayor de problemas neurológicos, lo que contribuirá luego a su propia conducta criminal.
En el estudio se observó que las presas que tenían al menos un miembro adulto de la familia encarcelado durante su niñez, doblaban las probabilidades de presentar anormalidades neurológicas comparadas con aquellas que no tenían familiares en prisión.
Otro dato importante fue que las presas que tenían al menos un familiar en la cárcel cuando eran niñas, experimentaron mayores situaciones de abuso sexual y físico durante la infancia.
La autora del estudio remarcó las implicaciones internacionales de sus hallazgos ya que, al saber los desafíos que pasan estos niños, los investigadores, defensores de la salud pública y políticos pueden descubrir mejores formas de apoyarlos en el futuro.
Brewer-Smyth ha pasado 7 años estudiando el funcionamiento neurológico y las conductas de alto riesgo en mujeres encarceladas. Durante este tiempo, ella llevó a cabo una serie de cuidadosas entrevistas que se enfocaban en las dificultades que estas mujeres pasaron durante la niñez. El 95% de las presidiarias que estudió presentaban anormalidades neurológicas. Los problemas que ella más observó fueron lesiones cerebrales traumáticas, pero algunas mujeres habían sido expuestas al plomo u otras toxinas, o experimentado convulsiones, pérdida de conciencia debido a asfixia y anormalidades del sistema nervioso central variadas. Según la autora, esto puede llevar a conductas y un montón de otros problemas que resulten en una sentencia a prisión.
Observó déficits neurológicos en muchas de las presas, siendo los más comunes los deficiencias de los nervios craneales, debilidad en las extremidades, deficiencias en la memoria, cicatrices craneales faciales y evidencias palpables de lesiones craneales.
Algo muy interesante que Brewer-Smyth menciona es que muchas de estas mujeres le aseguraron nunca haber sido abusadas, luego ella les realizaba otras preguntas para evaluar abuso (debido a que presentaban cicatrices y otros signos) y entonces las mujeres le respondían “Oh, sí”, como si fuera algo normal en la vida de cualquiera.
Para algunas de estas mujeres, el trauma comenzó incluso antes de nacer, ya que sus madres las exponían a drogas ilegales. Otras compartían historias similares sobre abuso sexual por parte de algún novio de sus madres, también estar en hogares de acogida o no saber quién era su padre. Una mujer incluso le confesó a Brewer-Smyth que había dejado de ir a la escuela porque estaba avergonzada de sus moretones.
La autora reflexiona que, sin recursos, podríamos ser cualquiera de nosotros. Su opinión es que es imperativo romper con lo que podrían ser ciclos intergeneracionales de abuso emocional y físico, déficits neurológicos y discapacidades neurológicas de por vida. Ella llama a los defensores de niños, trabajadores de la salud mental y proveedores de salud en las prisiones a prestar apoyo para ayudar a estas mujeres a recuperarse.
Además estos datos son importantes y deben tomarse en cuenta en relación a la prevención de conductas criminales.
Fuente: Medical Daily