Evangelina Himitian nos explica desde las neurociencias porqué los gritos no funcionan para obtener la conducta que desean los padres:
El grito activa todas nuestras alertas innatas de peligro. El corazón se acelera, se empieza a segregar adrenalina y las pupilas se dilatan. Se segrega cortisol, la hormona del estrés, que prepara para dar respuesta a ese peligro. Es una reacción que compartimos con las demás especies animales”, explica el neurólogo infantil, Nicolás Schnitzler, especialista del Instituto de Neurología Cognitiva (Ineco).
Y agrega: “Crecer con niveles elevados de cortisol puede traer consecuencias en el largo plazo. El estrés postraumático genera modificaciones estructurales y tiene repercusión en la conducta”.
No sólo se producen daños a largo plazo. Las neurociencias explican que los gritos activan un área del cerebro de los chicos que impide que hagan eso que los padres están buscando. “No pueden pensar ni razonar. Entran en un modo de supervivencia que sólo les permite tres respuestas: huir, luchar o paralizarse”, explica Verónica de Andrés, una de las autora del libro Confianza total para tus hijos (Planeta), magíster en Educación de la Universidad de Oxford Brookes de Inglaterra y especializada en neurociencia y aprendizaje efectivo.