Un tema que siempre me ha parecido más que interesante es el área de las neurociencias, creo que fui de los pocos en mi clase que disfrutó a fondo cursar esa materia durante mi formación profesional. Lo que más me cautivó es el poco tiempo que lleva investigándose y el increíblemente rápido desarrollo que ha experimentado en los últimos años, desarrollo que ha llevado a confirmar incluso algunas teorías planteadas por Freud, las que le harían saltar de alegría si aún estuviera vivo.
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Es en este marco que Eugene Rubin publicó recientemente en su columna Desmitificando la Psiquiatría, de la revista Psychology Today, este interesante artículo donde plantea que los seres humanos somos seres sociales, por lo tanto, no debiera sorprendernos que hayan grupos específicos de células nerviosas en el cerebro directamente influenciadas por experiencias sociales. Un mecanismo importante que media estas interacciones es la neuroplasticidad que involucra la habilidad del cerebro para modificar conexiones entre varios grupos de células cerebrales. En esencia, el cerebro puede “recablearse” a sí mismo y ajustar el grado en que ciertas regiones se comunicarán con ciertas otras, otro importante mecanismo involucrado en algunas formas de neuroplasticidad es la neurogenesis, la habilidad de ciertas regiones del cerebro para generar nuevas neuronas. El patrón de conexiones que se forman entre las nuevas células cerebrales y las antiguas es una poderosa forma en que el cerebro puede cambiar respondiendo a las experiencias sociales y ambientales, incluso, hay evidencia que indica las nuevas células cerebrales ejercen importantes acciones regulatorias sobre las respuestas al estrés. El proceso de neuroplasticidad es crítico en todos los aspectos del funcionamiento cerebral, incluso los que involucran la cognición, la memoria, las emociones y la motivación.
La “neurociencia social” es un área que crece rápidamente y se enfoca en descifrar los mecanismos que subyacen a las interacciones entre la conducta interpersonal y la actividad cerebral. Recientemente la revista Nature Neuroscience publicó una serie de artículos respecto a la neurociencia social, algunas de las informaciones descritas en este artículo se basan en uno de esos artículos: “Influencias sociales en la neuroplasticidad: estrés e intervenciones para promover el bienestar” de Richard Davidson y Bruce McEwen.
Durante el proceso de desarrollo, hay periodos de tiempo específicos, llamados “periodos críticos”, cuando es necesaria la exposición a ciertos estímulos en orden de que ciertas funciones normales del cerebro se puedan desarrollar, por ejemplo, si un niño tiene un “ojo perezoso” y no se descubre en las etapas tempranas del desarrollo, el ojo “sano” se vuelve dominante y el “perezoso” puede no desarrollar adecuadamente la habilidad de ver, ahora, si la condición mencionada es detectada a tiempo, parchar el ojo “sano” permitirá al ojo “perezoso” desarrollar una mejor visión. La habilidad de corregir este defecto visual se hace más difícil con la edad ya que la ventana de tiempo se va cerrando en el periodo crítico del desarrollo visual. En términos de desarrollo social y emocional humano, la naturaleza y los momentos de dichos “periodos críticos” no han sido claramente definidos, sin embargo, hay evidencia de que las intervenciones en niños pequeños pueden ser más eficaces en minimizar los síntomas a largo plazo de ciertos trastornos como el autismo que cuando se interviene en personas mayores, por lo que determinar la naturaleza de los periodos críticos que son relevantes para formas específicas del desarrollo social y emocional es un área importante de investigación para hoy y el futuro.
Las experiencias de la infancia temprana pueden influir fuertemente en la habilidad a largo plazo de una persona de interactuar con otros, la exposición a eventos adversos altamente estresantes temprano en la vida puede impactar negativamente sobre cómo manejamos el estrés e interactuamos con otros más adelante en nuestra vida. Los genes juegan un rol importante en esta adaptación y algunas personas heredan la habilidad de tolerar circunstancias adversas mejor que otras, los genes y el entorno están constantemente interactuando y moldeando la habilidad del cerebro para ajustarse, interesantemente, hay algunas evidencias de investigaciones con monos ardilla que proponen experimentar ocasionalmente un estrés leve tiene efectos beneficiosos en animales jóvenes, aumentando su conducta exploratoria e independencia en su madurez.
La evidencia de otros estudios con animales indican que estresores crónicos significantes pueden disminuir las conexiones en las regiones cerebrales involucradas en la memoria y el procesamiento de información de alto orden, así como el hipocampo y la corteza prefrontal, sin embargo, los mismos estresores crónicos pueden también aumentar la conectividad entre células en áreas involucradas en las emociones como la amígdala y la corteza orbitofrontal. algunas de estas regiones también cambian su tamaño general en respuesta a estresores crónicos.
Ciertas intervenciones positivas pueden ayudar a restablecer conexiones normales entre estas regiones cerebrales seguidas de exposición al estrés. La actividad física, el enriquecimiento ambiental y los niveles de estrés decrecientes pueden todos llevar a un retroceso en los cambios en las conexiones cerebrales inducidos por el estrés, pero de nuevo, el ejercicio se prueba beneficioso para nuestra salud mental, el ejercicio voluntario es también un interesante ejemplo de una forma de estrés controlado que puede resultar en efectos positivos tanto en el funcionamiento del cerebro como del cuerpo.
Ciertas psicoterapias, como por ejemplo la cognitivo conductual, pueden ayudar a personas con enfermedades como la depresión o trastornos de ansiedad, estas terapias como que influencian las conexiones cerebrales a través del aprendizaje y el procesamiento mejorado de la atención. Los antidepresivos también han mostrado revertir los cambios en la conectividad del hipocampo inducidos por el estrés, también hay ciertos medicamentos que influencian más directamente la habilidad del cerebro para someterse a la neuroplasticidad y es así que las nuevas drogas se desarrollarán para tener efectos específicos en los mecanismos neuroplásticos.
Es posible que las terapias se desarrollen para utilizar específicamente medicamentos alteradores de la neuroplasticidad durante sesiones comportamentales o psicoterapéuticas, administrar estos medicamentos junto con la terapia puede mejorar la efectividad de la terapia para producir mejoras comportamentales. Esta es un área donde se necesita mucha investigación, pero los primeros resultados con la droga C-cicloserina son alentadores. Poder modificar los cambios neuroplásticos en el cerebro y revertir patrones anormales de conexiones tiene el potencial de influenciar dramáticamente la habilidad para tratar efectivamente a personas con una variedad de enfermedades psiquiátricas así como sus alcances pueden también aplicarse a ayudar a otros cuyo “cableado” cerebral ha sido alterado por su adicción a las drogas.
El mundo de las neurociencias es como un bebé superdotado, en poco tiempo nos ha permitido descubrir y conocer las redes neuronales involucradas en distintos procesos tan fascinantes y que son la base de nuestro vivir, pero no sólo eso, sino que cada vez nos permiten más adentrarnos en algo que Freud soñó y murió esperando: la explicación biológica de los trastornos psicológicos. No soy un “fan” acérrimo de Freud, pero su propuesta de que todo lo mental tenía una base biológica se está empezando a validar y, aún más, estamos entrando a una era donde con terapias “neuromedicadas” podría llegar a ser posible convertirnos en ese mecánico que muchos esperan seamos… ¿qué les parece?
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Imagen: michael pollak en Flickr.