Durante muchos años, en la psicología se habló del tema de la autoestima como la piedra filosofal, parecía que todo el bienestar de una persona, incluso su éxito laboral, dependía de que desarrollase una buena autoestima y en consecuencia de ésta, seguridad en sí mismo. Posteriormente surgieron otras modas (por desgracia en la sanidad también existen), pero la autoestima probablemente sea de los temas que siempre siguen ahí.
Y me parece lógico, porque en gran medida llevan razón (aunque quizás se exagerara al venderlo como una receta de la felicidad), pero el problema es que lo explicaron de forma errónea, casi diría que perversa.
Las corrientes más cognitivas de la psicología (aquellas que postulan que las personas actúan y se sienten en función de cómo piensan y entienden el mundo) explicaron mal este concepto, que se deformó como una caricatura de la idea original, de forma que muchos de los grandes psicólogos, incluso de las corrientes cognitivas como Albert Ellis, llegaron a criticar enormemente este mensaje. ¿Si es tan importante, cuál fue el problema?
El problema fue que se vendió la idea de que la autoestima era el resultado de un balance interno que la persona hace sobre sí misma, básicamente que pones en un lado de la balanza todas tus cosas buenas y en otra todas la malas, y si pesan más las buenas, es que tienes buena autoestima. Como resultado de ello, las personas entramos en un estado de auto evaluación, de examen con uno mismo continuo, y ante la angustia de que ese examen interno pudiera ser negativo, nos exigíamos mejorar continuamente, fustigándonos para lograr alcanzar más metas y objetivos para así tener el derecho a sentirnos bien con nosotros mismos. Se confundió por tanto, autoestima con autoconcepto, cuando son dos cosas muy diferentes.
Durante años se trasladó mucho (todavía hoy puede verse mayoritariamente entre muchos psicólogos españoles para mi asombro, frustración y por qué no decirlo, cólera indignada) éste mensaje y se probaron intervenciones psicológicas en esta dirección: Hacer que la gente en vez de mirar sus defectos, mirasen sus virtudes. Esto no sólo fracasó estrepitosamente, no consiguiendo mejoras significativas en el bienestar de la gente (si te interesa el tema puedes leer “Se más amable contigo mismo” de Kristin Neff, una de las grandes investigadoras del tema), sino que siguió fomentando a la gente a evaluarse continuamente, y esto -aunque fuese una evaluación positiva- es terrible, ya que le dice a la gente que su valor como personas depende de ello.
Pero tratarse bien no es sólo llorar por uno mismo, sino también estar dispuesto a pelear cuando toca, porque cuando uno ama a algo, (como espero que a ti mismo) estamos dispuestos a defenderlo, aunque eso implique enseñar los colmillos.
La meritocracia, tan positiva en algunas áreas, se llevó a la valoración de las personas en su faceta más humana, íntima y privada: en su relación consigo mismas, en su compromiso consigo misma, en su empatía intrapersonal, en su valía personal.
Tanto sabes hacer o tanto tienes igual a tanto vales se convirtió en la nueva y perversa premisa, como si el valor de un individuo dependiera de ello. ¿Qué es entonces la autoestima real? Si miramos el origen epistemológico de la palabra, autoestima significa “con nosotros mismos” y “amor”, es decir, amarnos. Si para amar a otros no necesitas ver sus virtudes o defectos, ¿por qué sí tienes que tenerlos en cuenta contigo mismo para decidir si te mereces amarte o no? El amor, para que se real, ha de ser basado en la aceptación incondicional, y no en una evaluación interna.
El amor es un verbo, no un concepto o una evaluación. Amar es una decisión que se actúa cada día, tratándonos bien en la adversidad, sobre todo siendo compasivos con nuestro dolor, ahí es cuando es bueno que nuestro dolor nos importe como para hacernos llorar, que nos conmueva profunda y amorosamente. Esto no debe confundirse con el victimísmo, el derrotismo o ser negativo, se trata de ofrecernos un hombro sobre el que llorar, de acompañarnos en eso sin meternos más caña y juzgarnos. Para curar las heridas, para tratarnos con respeto.
Pero tratarse bien no es sólo llorar por uno mismo, sino también estar dispuesto a pelear cuando toca, porque cuando uno ama a algo, (como espero que a ti mismo) estamos dispuestos a defenderlo, aunque eso implique enseñar los colmillos. Luchar por protegernos, por lo que es importante para nosotros, de forma responsabilizada y honesta, porque no vamos a permitir que nos hagan daño sin plantar cara.
Nada da más seguridad que saber que tienes un aliado, una persona que siempre estará dispuesto a pelear por ti y no te abandonará por duro que sea el combate. Nada da más consuelo que ser escuchado, consolado y arropado por una persona que siempre te acogerá y nunca te dejará solo.
Porque cuando estamos mal, nuestra parte torpe y defectuosa necesita el compromiso sincero de acompañarla en el dolor, darle consuelo y animarla a luchar por ella. Porque esa parte (aunque sea la que no nos gusta), también eres tú, y posiblemente sea la que más necesita ser amada.
Porque mereces la pena.
Buenaventura del Charco Olea, es el autor del libro Hasta los cojones del pensamiento positivo. Puedes comprarlo en Amazon en versión digital o impresa.