Carl Rogers es sin lugar a ninguna duda una de las grandes figuras de la psicología del siglo XX. Sus aportaciones van más allá de la creación de la psicoterapia centrada en el cliente, (también conocido como Counselling) un modelo de intervención y concepción del ser humano de corte humanista, sino que aportó a todos los psicólogos clínicos las bases de cómo debe ser la relación entre el paciente y su psicólogo en sus afamadas actitudes rogerianas, la base de lo que actualmente llamamos Alianza Terapéutica, factor que la investigación ya ha señalado como clave para que una psicoterapia sea eficaz. A lo largo de su carrera desempeñó importantes cargos como investigador, psicoterapeuta y referente en el mundo de la psicología como la presidencia de la APA, cátedras y puestos de profesor en diferentes universidades (Ohio, Chicago, Wisconsin-Madison o el Instituto de Ciencias de la Conducta del Oeste) y también fue un referente y requerido para otros ámbitos como el educativo, con importantes instituciones como la CIA (en la Human Ecology Fund, que realizaba estudios sobre la persona para la agencia de inteligencia) o como mediador en los conflictos de Irlanda del Norte, Sudáfrica, Estados Unidos o Brasil.
Este psicólogo norteamericano nació en un pequeño pueblecito de Illinois, y a edad temprana empezó a observar (podríamos decir escuchar, que era lo que él sabía hacer mejor que nadie) la naturaleza en la granja que compró su padre. Un día, observando las patatas acumuladas en un almacén, en el que la luz sólo entraba por un pequeño tragaluz pegado al techo del mismo, pudo contemplar algo que fue para Rogers revelador: Al estar privadas de algo básico para sus necesidades, las patatas, echaban raíces que crecían hacia arriba, buscando la luz que necesitaban para sobrevivir.
¿Cómo podía una patata, un ser biológicamente tan primario, tener esa capacidad innata a la adaptación y al desarrollo? Observando otras formas de vida más complejas, Rogers entendió que todas las formas de vida tienen al crecimiento y a ser plenas, entonces, ¿por qué los humanos se volvían a veces enfermos o se bloqueaban en sus problemas?
Esta idea sería una de las bases de su concepción del ser humano, y de su forma de entender la labor del psicólogo no como un “maestro” o “técnico” que enseña a su paciente sino como un ser humano abierto a la experiencia y al contacto con su paciente, postulados que presentó en su mítica conferencia del 11 de diciembre de 1940 en la Universidad de Minesota en la que creó alta expectación y polémica al plantear las bases de lo que luego se llamaría la psicoterapia no directiva o centrada en el cliente, y al abrir, junto con Maslow o Fritz Perls, lo que se denominaría la Tercera Vía o Humanismo, un paradigma dentro de la psicoterapia con una visión más optimista del ser humano y basada en la no directividad.
La teoría rogeriana muestra una concepción del ser humano basada en unos pocos principios, con los que, a pesar de su aparente sencillez, logra explicar la naturaleza del ser humano:
Tendencia a la Actualización: El ser humano tiende de manera natural al crecimiento y al desarrollo. Las personas son capaces de autodirigir su conducta hacia lo que necesitan y desean en cada momento siempre y cuando sean capaces de aceptarse plena e incondicionalmente a sí mismos.
Congruencia entre el Yo Real – Yo Ideal: Las personas que más logran poner en marcha dicha tendencia y acercarse más a la autorrealización son aquellas que logran tener un nivel de ajuste mayor entre su propia realidad y la visión ideal que se obligan a ser de sí mismos. Aceptar la propia verdad de cada uno permite que podamos avanzar hacia aquello que queremos conseguir y nos aporta estabilidad, en cambio, forzarnos a ser una imagen irreal e idealizada, rígida de nosotros mismos nos impide observar nuestra propia realidad y nos atasca en gastar nuestros esfuerzos en tratar de avanzar hacia algo que no somos.
Libertad: El ser humano es algo más que la suma de los condicionamientos habidos y una visión mecanicista del individuo que planteaban las terapias de modificación conductual y tampoco es esclavo de aquellos conflictos que ocurre en su inconsciente, y que, por tanto, no es capaz de controlar. El ser humano tiene ante todo la capacidad de, escuchándose a sí mismo y a su propia subjetividad, elegir hacia donde quiere proyectar su vida.
Es en base a esta concepción que Rogers desarrolla la psicoterapia centrada en el cliente, un modelo de psicoterapia, que se basa en la no directividad (el ser humano es capaz de autodirigir su conducta, y por tanto, no necesita ser dirigido por otros), en estar centrada en el cliente (es el psicólogo y su metodología las que se adaptan al cliente, y este es el experto en sí mismo y no al revés), y en crear unas condiciones a través de las actitudes del terapeuta y en el establecimiento del vínculo relacional entre el psicoterapeuta y su paciente, que favorezcan esta tendencia innata del ser humano al crecimiento.
Actitudes del terapeuta de la terapia centrada en el cliente
Aceptación Incondicional: Los seres humanos tratan de no mirar los aspectos de su naturaleza que le son dañinos o amenazantes (por historia de aprendizaje, pero fundamentalmente, por miedo a ser rechazados o juzgados por otros), si en la relación terapéutica el paciente puede sentirse aceptado incondicionalmente y no juzgado por su psicólogo, podrá empezar a mirar estos aspectos, y por tanto, elegir que decide hacer con ellos y autodirigir su conducta para alcanzar dichos objetivos y solucionar sus problemas por sí sólo. Únicamente a través de la experiencia de ser aceptado por otro plenamente, puede una persona sentirse digna de ser aceptada, lo que le permite comenzar a mirar su propia realidad y aceptándola tal y como es, empezar a poder cambiarla si lo desea. Además, dejará de gastar sus energías en aquellos conflictos y conductas que hace para ser más cercano a su “Yo ideal” que simplemente, busca ser su mejor versión, la más “aceptable” o “querible” para otros, pero que, es por ello mismo, no incondicional (sólo soy aceptado en la medida que hago lo que otros perciben como bueno).
Empatía: Esta habilidad, capaz de ponerse en el lugar del otro, y no sólo eso, sino tratar de entender su realidad tal y como la percibe el otro (con sus sistemas de creencias, forma de entender la vida, valores…), permite al psicólogo señalar al paciente a través del reflejo empático (operativización conductual de la empatía) aquello que le ocurre y experiencia, su verdad por encima de sus rumiaciones cognitivas y obligaciones sociales e idealizadas, lo que facilita al paciente poderse “ver” en ese espejo para entenderse a sí mismo.
Autenticidad: La relación terapéutica debe despojarse del rol de seguridad del psicólogo para pasar a ser un encuentro de ser humano a ser humano. Sólo si el psicólogo es genuino y auténtico, la aceptación incondicional y la empatía de éste le valdrán al paciente, que de lo contrario, lo vivirá como algo forzado y puesto en el “papel” que desempeña el terapeuta, por lo que dicha validación sería también condiciona (en este caso al rol de psicólogo). Rogers, plantea además que si el psicólogo es auténtico puede mostrar al paciente una forma de aceptarse, un aprendizaje por modelado a través de la propia aceptación del psicólogo hacia sí mismo que se envidencia en la autenticidad al poder mostrar el terapeuta sus emociones y propias penas y glorias.
Con todo esto, los pacientes pueden tener un encuentro donde al ser aceptados, pueden percibirse aceptables, y, por tanto, empezar a mirar la parte de sí mismos que evitan, y al entenderla y conocerla, pueden reaccionar a ella y elegir libremente que desean hacer. Este proceso es facilitado por la empatía del psicólogo que refleja y muestra la verdad y el yo real que percibe del otro, siempre como una sugerencia y no como una interpretación impuesta.
Finalmente, la autenticidad del psicólogo le da la validez y legitimidad a esta aceptación y le muestra al paciente una forma para la propia aceptación de sí mismo.
Rogers, que pocos conocen de él su gran faceta como investigador y académico y que aportó notables avances técnicos en la investigación, como por ejemplo el hecho de ser el primer psicólogo que grabó y analizó cientos de horas de sus propias psicoterapias para ver los patrones y formas que seguían, pudo comprobar que los pacientes que realizaban su tipo de psicoterapia evolucionaban hacia el crecimiento y desarrollo en los sentidos que ellos decidían y que presentaban un cambio en su personalidad que pasaba por diferentes fases:
- Cambios en el Concepto de Sí Mismo: El cliente adquiere un mayor de grado de consdieración positiva hacia sí mismo, gracias a la integración de las experiencias rechazadas anteriormente. La consdieración positiva incondicional del terapeuta ha favorecido esta integración; La empatía ha ayudado a reconocer sus propios sentimientos y la congruencia del terapeuta ha servido para la introyección de esta actitud.
- Cambio en el Locus de la Evaluación: Se produce un desplazamiento desde la consideración de los valores ajenos hasta la asunción de los suyos propios. La mayor confianza que se estimula a través de la terapia favorece la autodirección y la percepción de que su conducta está bajo su control.
- Cambio en la Relación de los Demás: La percepción y valoración de los demás se hace más tolerante y realista.
- Cambio en las Defensas y en la Manera de Experienciar: El cliente se hace más abierto, congruente y menos defensivo en cuanto a su experiencia. Disminuye su vulnerabilidad a la amenaza gracias a una mayor congruencia y flexibilidad.
- Cambios en la Madurez y Organización de la Personalidad: La persona se vuelve más objetiva y realista en sus percepciones, más capaz de solucionar sus problemas y de tolerar la frustración. Las exigencias de su yo ideal están más acordes con sus posibilidades. Su conducta se vuelve más creativa y adaptada.
Referencias:
- Barceló, T. (2013). Las actitudes básicas rogerianas en la entrevista de relación de ayuda. Miscelánea Comillas. Revista de Ciencias Humanas y Sociales, 70(136), 123-160.
- Carl Rogers (1997). Psicoterapia centrada en el cliente. Barcelona: Ediciones Paidós Ibérica.
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