Hoy leí este artículo en The Hill y lo he traducido para que puedan leerlo completo. Al final compartiré mis impresiones:
Hace décadas, la pornografía se limitaba a cines sórdidos o pilas de revistas Playboy en el armario de tu tío. Ahora, una inmensa variedad de contenido sexual siempre está al alcance de nuestras manos a través de internet.
Dado lo accesible que es la pornografía hoy en día, no sorprende que a muchas personas les preocupe. Desde serios editoriales hasta legislación ineficaz que califica a la pornografía como una “crisis de salud pública”, pasando por llamados a etiquetas de advertencia, parece que los temores sobre la pornografía están en todas partes.
Sin embargo, muchas de estas preocupaciones carecen de fundamento en lo que la cuidadosa investigación científica nos ha enseñado sobre el uso de la pornografía.
Como profesor de psicología e investigador en adicciones, he dedicado mi carrera a entender el uso de la pornografía y sus efectos, publicando docenas de estudios científicos sobre el tema. A lo largo de ese trabajo, el hallazgo más consistente es que las narrativas simples como “la pornografía es mala” o “la pornografía es buena” son incorrectas. Tales afirmaciones, y los argumentos que las respaldan, siempre pasan por alto información clave y casi siempre son incorrectas.
Quienes propagan el pánico sobre la pornografía a menudo afirman que esta conduce a la adicción y problemas de salud mental, daña el cerebro, resulta en violencia contra las mujeres y provoca epidemias de disfunción sexual. La ciencia actualmente no respalda estas afirmaciones.
Las afirmaciones de que la pornografía es inherentemente adictiva carecen de fundamento. Algunas personas pierden el control en su uso de la pornografía, pero lo mismo puede decirse del ejercicio, las compras o incluso el trabajo. Sin embargo, no hay prisa por etiquetar la mayoría de estas cosas como adicciones porque no todo comportamiento habitual es una adicción.
Y solo porque algunas personas desarrollen problemas reales con la pornografía, no significa que la pornografía tenga inherentemente la probabilidad de llevar a esos tipos de problemas para la mayoría de los usuarios. Las comunidades científica y psiquiátrica no consideran actualmente el uso excesivo de pornografía como un trastorno adictivo.
Docenas de estudios han demostrado que la mayoría de las personas que ven pornografía no se sienten adictas ni fuera de control. Entre las personas que dicen sentirse adictas, las razones de esos sentimientos van desde preocupaciones reales sobre la cantidad de pornografía que ven hasta simplemente sentir vergüenza acerca de sus comportamientos sexuales.
De manera similar, aunque el uso de pornografía puede estar asociado con problemas de salud mental, la mayoría de las pruebas sugiere que las conexiones entre su uso y cosas como la depresión, la ansiedad y el estrés no son de naturaleza causal. Varios estudios no han encontrado vínculos directos entre la frecuencia con la que las personas usan pornografía y la probabilidad de experimentar problemas de salud mental en el futuro. Las personas que experimentan depresión y ansiedad pueden usar más pornografía, pero no hay evidencia concluyente de que la pornografía sea la causa en lugar del efecto.
Una lectura cuidadosa de la ciencia en torno al uso de la pornografía tampoco respalda la idea de que la pornografía esté cambiando anormalmente los cerebros de las personas o frenando el desarrollo neural. Casi todos los pasatiempos e intereses humanos llevan a cambios sutiles en la estructura cerebral. Los taxistas a menudo tienen regiones cerebrales más grandes de lo normal asociadas con la memoria. Los jugadores profesionales de videojuegos muestran diferencias estructurales en comparación con los no jugadores. No debería sorprender, entonces, que las personas que ven pornografía con frecuencia puedan tener diferencias sutiles en sus cerebros en comparación con las personas que nunca la ven. La presencia de tales diferencias no implica necesariamente problemas en la función cerebral o un desarrollo anormal. Más bien, es coherente con la idea familiar de que diferentes actividades e intereses cambian nuestros cerebros de diferentes maneras.
Aunque se han encontrado asociaciones entre la violencia sexual y la pornografía violenta en algunas investigaciones, estos vínculos no están presentes en todos los estudios. Además, la investigación que demuestra que el uso de pornografía realmente causa violencia es escasa. Los vínculos conocidos entre la violencia y la pornografía violenta pueden simplemente implicar que las personas violentas prefieren la pornografía violenta, o que otras experiencias atraen a algunas personas tanto a la violencia sexual como a la pornografía violenta.
Además, la violencia en la pornografía es increíblemente subjetiva. (Por ejemplo, ¿es la nalgada considerada violencia?) Finalmente, a diferencia de lo que se podría esperar si el uso de pornografía causara una mayor violencia sexual, las estadísticas de la Encuesta Nacional de Victimización por Crímenes en los Estados Unidos muestran que las tasas de violencia sexual no han aumentado desde mediados de la década de 1990. Si ese vínculo causal fuera real, se esperaría una explosión de violencia sexual desde entonces, debido a la masiva expansión de la pornografía en línea.
Mientras que las afirmaciones sobre la adicción a la pornografía y los efectos de la pornografía en el funcionamiento cerebral carecen de respaldo, las afirmaciones de que la pornografía está causando una ola de disfunción eréctil en hombres jóvenes sanos son completamente falsas. Numerosos estudios revisados por pares tanto en los Estados Unidos como en el extranjero han demostrado de manera concluyente que el uso de pornografía por sí solo no está relacionado con problemas de funcionamiento eréctil.
En última instancia, la pornografía es una forma de medio en un mundo que está más saturado que nunca con medios de todas las formas. La pornografía ha florecido en la era de internet; lo mismo ha ocurrido con los podcasts, la televisión por streaming y la música digitalizada. Es natural que padres, educadores y responsables de políticas estén preocupados por la exposición de los niños a los medios sexuales. También es normal que las personas se preocupen por cómo las nuevas formas de medios afectan a personas de todas las edades.
Pero las alarmas morales basadas en el miedo y la pseudociencia no conducen a una crianza efectiva, educación o políticas eficaces. En cambio, lo que se necesita es un verdadero respaldo a la ciencia que busca comprender cómo todos los medios están afectando a las personas y una disposición para entender la ciencia antes de realizar cambios regulatorios y políticos.
Joshua B. Grubbs es profesor asociado en el Departamento de Psicología de la Universidad de Nuevo México, donde también trabaja como investigador en el Centro de Alcohol, Uso de Sustancias y Adicciones.
Artículo publicado en The Hill y traducido al español por Psyciencia. Puedes leer el artículo original aquí.
Comentarios
- No es una simple una alerta moral. La industria de la pornografía puede ser deshumanizante, violenta y coercitiva. Comprendo que el artículo intenta reflejar la mejor evidencia disponible sobre los efectos del consumo de películas para adultos, pero creo que le falta claridad al abordar los elementos que rodean a esta industria. Tal como está redactado el artículo, da la impresión de que la pornografía es inofensiva, cuando en realidad no lo es.
- Desensibilización a la intimidad: El consumo frecuente de pornografía puede llevar a una desensibilización emocional y afectiva hacia las relaciones íntimas, ya que se pueden desarrollar expectativas poco realistas sobre la intimidad y el comportamiento sexual.
- Distorsión de la imagen corporal: La pornografía a menudo presenta cuerpos idealizados y situaciones poco realistas, lo que puede influir negativamente en la percepción de la propia imagen corporal, generando inseguridades y presiones poco saludables.
- Cambios en la percepción del género: Algunas representaciones en la pornografía pueden reforzar estereotipos de género y roles poco realistas, contribuyendo a la objetivación y cosificación de las personas, lo cual puede influir negativamente en las relaciones de la vida real.