Los primeros intentos en conceptualizar las emociones en la cultura occidental fueron los filósofos griegos. Para Platón las emociones (o pasiones) eran los componentes básicos del alma junto con el deseo y la razón. Por otro lado, Aristóteles proveyó un nuevo matiz al concepto reconociendo su rol en el modelado de los juicios y en su influencia sobre la razón. En algún punto las emociones siempre han estado presente en el pensamiento occidental (Debiec, Heller, Brozek, & LeDoux, 2014).
Darwin, otro referente relevante en el desarrollo conceptual de las emociones, tuvo una gran influencia en el entendimiento de las mismas. En su obra la expresión de las emociones en hombres y animales, Darwin sugiere que la expresión emocional no ha evolucionado, no dependen de la selección natural. En cambio, sugiere que las emociones son dependientes del sistema nervioso o posiblemente sean resabios de viejos hábitos. Las emociones, según el autor, son innatas, aunque se admite la posibilidad de que los factores de aprendizaje puedan ejercer algún tipo de influencia sobre la expresión.
Producto de los desarrollos darwinianos se entiende que las emociones poseen tres componentes:
- Sentimiento: La emoción es un sentimiento privado y subjetivo. Los seres humanos pueden exhibir una extraordinaria gama de estados, que al decir de ellos, “sienten” o experimentan. Estas declaraciones de experiencias subjetivas pueden tener o no indicadores manifiestos.
- Arousal fisiológico: La emoción es un estado de Arousal fisiológico: una expresión o exhibición de respuestas somáticas y autónomas características. Este énfasis sugiere que los estados emocionales pueden definirse mediante conjuntos concretos de repuestas corporales. El Arousal fisiológico que acompaña a la emoción nos permite examinar la emoción tanto en animales no humanos como en seres humanos.
- Acciones: Las emociones son acciones consideradas comúnmente como “emocionales” como la de defenderse o atacar en respuesta a una amenaza (Rosenzweig, Leiman, & Breedlove, 2001).
En su mayoría la investigación y teoría sobre las emociones desde un modelo conductual se enfocó en aquello que es observable y medible. Desde este enfoque se entiende a las emociones como una respuesta o una cadena de respuestas, un elemento básico para la supervivencia, más que un estado del organismo. Mirando el desarrollo del enfoque conductual de la emoción, la expresión facial, el movimiento corporal y la postura se han vuelto muy significativos en los intentos de entender la emoción, pero han sido tenidos en cuenta por los psicólogos sociales que trabajan dentro de un marco cognitivo.
Las niñas parecen manifestar conductas agresivas indirectas o relacionales y los niños conductas de agresión directa o abierta
Aquellos que han adoptado un enfoque conductual de la emoción a veces han usado algunos conceptos notablemente no conductuales como la emocionalidad y la frustración y luego intentaron darles respetabilidad por el rigor de los estudios empíricos que han hecho de ellos. Al hacerlo, han quitado parte de su significado, y sin darse cuenta, han asegurado que ya no parecen ser tan pertinentes a la emoción humana. El tiempo pasó y las investigaciones inspiradas por el comportamiento de la emoción y por lo tanto las teorías conductuales de la emoción se han vuelto relativamente inactivas en los últimos años. Sin embargo, como con todos los enfoques de la emoción, hay algo que aprender de una visión general de las principales teorías (Debiec et al., 2014).
La ira y la conducta agresiva
Habitualmente la ira se considera un concepto más básico que la hostilidad y la agresión. El concepto se refiere a un estado emocional psicobiológico que consiste en sentimientos de intensidad variable desde la ligera irritación o enfado hasta la furia o rabia intensa acompañada por la activación de los procesos neuroendócrinos y la excitación del sistema autónomo. La hostilidad implica la experiencia frecuente de sentimientos de ira (Turner, 2007). La agresión hoy, vendría a constituir un modelo tripartito: biológico, etológico y ecológico. Habría unas estructuras orgánicas individuales (organismo), unos patrones de comportamiento (instinto) y un aprendizaje de modos de expresión e inhibición de la conducta agresiva que emanan de la sociedad (cultura).
Spielberger (2000) marca una diferencia entre los siguientes términos:
- Ira: se refiere a un estado emocional caracterizado por sentimientos de enojo o enfado de intensidad variable.
- Hostilidad: Hace referencia a una actitud persistente de valoración negativa de y hacia los otros.
- Agresión: Es una conducta dirigida a causar daño a otras personas o cosas.
Factores Individuales de la agresividad
De acuerdo con Del Barrio, Martín, Almeida, and Barrios (2003) las características de un joven violento serían las siguientes:
- Sexo
- Temperamento difícil
- Alta impulsividad
- Poco autocontrol
- Poca autoeficacia
- Deficientes lazos afectivos
- Bajo rendimiento escolar
En cuanto al sexo; las primeras manifestaciones de rabia y frustración en los bebés son similares en ambos sexos, pero las diferencias entre ellos emergen muy precozmente en lo que se refiere a la agresividad instrumental. La media de diferentes datos estiman que la proporción de 9/1 entre varones y mujeres. Las niñas parecen manifestar conductas agresivas indirectas o relacionales y los niños conductas de agresión directa o abierta
Se han encontrado también diferencias en el destinatario de la agresión en chicos y chicas. Las mujeres suelen utilizar más agresión social contra ellas mismas, mientras que los varones tienden a usar la agresión física. Las chicas son más agresivas si se trata de agresividad indirecta (hablar mal de otros, excluir compañeros, etc.).
Factores protectores
Como primera medida, se advierte que hay que incrementar la convivencia entre padres y niños pequeños con la finalidad de formar fuertes lazos afectivos que refuercen y hagan posible la transmisión de valores de socialización la primera etapa de la vida. Esta etapa es la más receptiva para la formación de hábitos y valores que encaucen la tendencia egoísta en la que forjan la mayor parte de las conductas agresivas.
Por otro lado, existen emociones y actitudes que son incompatibles por definición con la violencia. Entre ellas es posible destacar: la empatía, la generosidad o la autoestima. Todas ellas funcionan como grandes inhibidores de la agresión y eso se consigue sólo en una comunicación individualizada y cálida, es decir, en el seno de una familia.
La familia debe poder tener en claro que una relación afectuosa y de respecto son los fundamentos de la consolidación de las emociones protectoras de la violencia en un niño. Para poder lograr todo esto es necesario reglas claras y el control de su cumplimiento.
En segundo lugar cabe destacar la importancia de considerar el apoyo social a las familias que acumulen factores de riesgo para que puedan optimizar los hábitos de crianza y evitar el conflicto familiar.
En tercer lugar, los autores refieren. Que el fracaso escolar es el caldo de cultivo de la violencia. Su detección precoz y prevención de los problemas de aprendizaje, la vigilancia de las tareas escolares por parte de los padres son algunas de las tareas esenciales en la prevención de la violencia (Del Barrio Gándara & Roa Capilla, 2006).
Terapia cognitiva de la agresividad
La conducta agresiva representa uno de los problemas más frecuentes de salud mental en los niños. Aproximadamente oscila entre un 30 y un 50% de todos los problemas que se refieren en consulta (Kazdin, 2001). La psicopatología, al igual que la conducta normal, se desarrolla a partir de experiencias vitales de la persona. Es la interacción con el medio ambiente circundante, la que explica con mayor fuerza el desarrollo de la conducta, ya sea funcional o disfuncional. En el caso de la agresividad existen factores tales como el temperamento del niño y su inhabilidad para regular sus emociones y conducta que lo predisponen a transacciones defectuosas con su ambiente circundante.
Por ser el sistema familiar el contexto más relevante durante la niñez, se ha sugerido que es el que más factores podría aportar a su aparición y mantenimiento. La conducta agresiva aparece y se estabiliza a partir de la transacción continua del niño con su ambiente inmediato, específicamente de la forma en que sus padres o cuidadores cumplen con la crianza. Es probable que un niño con impulsividad y dificultades en el control de sus emociones, se exponga a experiencias de castigo físico u otras formas de coerción (Castell, Frías, Corral, & Sotomayor, 2000).
Que el fracaso escolar es el caldo de cultivo de la violencia
El hecho de que los padres contribuyan de diversas formas a la agresividad de sus hijos sugiere la necesidad de diseñar intervenciones, tanto preventivas como terapéuticas, dirigidas a los padres o cuidadores principales mediante la modificación de sus prácticas disciplinarias.
Los datos de investigación sugieren que el entrenamiento a padres no es una estrategia suficiente por sí sola para modificar conductas agresivas infantiles. Por otro lado, las diversas investigaciones en este campo tampoco apoyan suficientemente el tratar sólo a los niños. De acuerdo al consenso de los científicos del área, estos coinciden en que la estrategia más exitosa es la combinación del tratamiento a los niños en solución de problemas y formación de habilidades, por un lado, y el manejo conductual por parte de los padres combinada con el tratamiento en solución de problemas a los niños es más eficaz que el tratamiento dirigido sólo a los niños y el entrenamiento sólo a los padres (Fajardo – Vargas & Hernandez – Guzmán, 2008).
En cuanto a los factores predictores, moderadores y mediadores del efecto en el tratamientos para Trastorno Negativista Desafiante y Trastorno Disocial al momento se han realizado varias investigaciones en las que se incluyeron mediadores tales como variables relacionadas con el niño (problema inicial, severidad, comorbilidad, edad, sexo, raca o etnia), variables familiares (conductas de los padres, funcionamiento familiar, estatus económico) y variables relacionadas al tratamiento (establecimiento de alianza terapéutica, resistencia por parte de los padres, características del terapeuta, entrenamiento del terapeuta). Si bien se estudiaron todas estas variables, no se ha podido establecer qué circunstancias favorecen o empobrecen el resultado del tratamiento (Eyberg, Nelson, & Boggs, 2008).
Las técnicas cognitivo conductuales más eficaces de acuerdo con la mayoría de los estudios en población anglosajona, son la solución de problemas en el caso de los niños agresivos, el entrenar a los padres a aplicar los principios de la conducta al disciplinar a sus hijos y la combinación de ambas (Eyberg et al., 2008).
A continuación se muestra la siguiente tabla en donde se pueden apreciar tratamientos bien definidos para el abordaje de las conductas disruptivas en niños y adolescentes.
A modo de conclusión resulta interesante puntualizar que el manejo de la ira es una de las causas de consulta en psicoterapia infantojuvenil mas frecuente, afecta en mayor proporción a la población masculina y presenta un inicio temprano generalmente. El factor contextual junto con el temperamento del niño explican gran parte de las causas en la dificultad en la regulación emocional del niño. El tratamiento de elección por excelencia es el entrenamiento en resolución de problemas y entrenamiento en habilidades con el menor acompañado del entrenamiento a padres en el manejo de conductas desafiantes. Tal como mencionan Barkley y Benton (2000) el entrenamiento a padres resulta una intervención eficaz siempre y cuando los padres apliquen las habilidades enseñadas, en cuanto estos abandonan estas practicas, se abre un abanico para la reaparición de las conductas desafiantes.
Gabriel Genise es el autor del libro:
Fonzo está furioso son fichas de Trabajo basadas en la Terapia Cognitivo Conductual para trabajar con niños que presentan dificultades en el control de la ira. El libro se encuentra ordenado de modo tal que el niño va a ir descubriendo capítulo a capítulo como poder control sus emociones, regularlas y elaborar una respuesta mejor y más adaptativa.
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Referencias:
- Castell, I., Frías, M., Corral, V., & Sotomayor, M. (2000). Apoyo familiar, castigo corporal y sus repercusiones conductuales en niños. Revista Mexicana de Psicología, 17(1), 37-45.
- Debiec, J., Heller, M., Brozek, B., & LeDoux, J. (2014). The Emotional Brain Revised. Krakow: Copernicus Center.
- Del Barrio, C., Martín, E., Almeida, A., & Barrios, Á. (2003). Del maltrato y otros conceptos relacionados con la agresión entre escolares, y su estudio psicológico. Infancia y aprendizaje, 26(1), 9-24.
- Del Barrio Gándara, V., & Roa Capilla, M. (2006). Factores de Riesgo y Protección en Agresión Infantil. Acción Psicológica, 4(2), 39-65.
- Eyberg, S., Nelson, M., & Boggs, S. (2008). Evidence- Based Psychosocial Treatments for Children and Adolescents With Disruptive Behavior. Journal of clinical child & adolescent Psychology, 37(1), 215-237.
- Fajardo – Vargas, V., & Hernandez – Guzmán, L. (2008). Tratamiento cognitivo conductual de la conducta agresiva infantil. Revista Mexicana de análisis de la conducta, 34(2), 369-387.
- Kazdin, A. (2001). Progression of therapy research and clinical application of treatment require better understanding of the change process. Clinical Psychology: Science and Practice, 8, 143-151.
- Rosenzweig, M., Leiman, A., & Breedlove, M. (2001). Psicología Biológica. Barcelona: Ariel Neurociencias.
- Spilberger, C. (2000). Manual del Inventario de Expresión de Ira Estado – Rasgo. Versión Española. Madrid: Ediciones TEA.
- Turner, R. (2007). Programa de Terapia Racional Emotiva Conductual Aplicada al Manejo de la Ira en Adolescentes. (Maestría ), Universidad de Panamá, Panamá