¿Alguna vez te has preguntado qué son las emociones o para qué sirven?
Con las prisas del ritmo de vida actual parece complicado tener tiempo para pasarse en estos temas. Con suerte tenemos algún minuto para pensar en algo que no sea trabajo. Pero, ¿esto a la larga nos viene bien?
Si pensamos en emociones nos pueden venir a la mente imágenes, sensaciones, recuerdos, etc. Sin embargo, es complicado definir lo que son. Poner palabras a este concepto. Igual que es difícil definir qué son, también puede resultar complicado expresarlas, comunicarlas y compartirlas con otros.
Sólo tenemos que hacer una simple pregunta para comprobarlo: ¿qué sientes? o ¿qué sentiste?
Os animo a hacerle esta pregunta a alguien conocido. La respuesta puede ser algo parecido a: “Estoy bien; estoy mal…” Si no tiramos del hilo y seguimos insistiendo, las respuestas no suelen ser muy elaboradas. Automáticamente puede ir seguida de explicaciones racionales, de motivos acerca de por qué, cómo y cuándo. A su vez, las explicaciones normalmente vienen de la mano de detalles e información.
Ante nuestra pregunta pueden sólo respondernos “mal” y en cambio contarnos con todo lujo de detalles el acontecimiento que los puso mal, muchas veces con diálogos incluidos.
¿Y qué significa “mal”? Estar “mal” no es lo mismo para una persona que para otra. Aquí entra la subjetividad de cada uno, y podemos estar dejando de lado un montón de información importante.
Ponemos etiquetas muy generales a nuestros sentimientos: “Estaba enfadado, sentí rabia, estaba nervioso”. Generalmente no ponemos más de un calificativo a lo que expresamos, aunque muchas veces por dentro existan multitud de matices y diferencias.
A lo mejor no nos hemos percatado de los diferentes sustantivos y adjetivos que podemos utilizar para expresar lo que nos sucede. Y de todo lo que perdemos al no expresarlo. No sólo que la otra persona pueda entender mejor qué nos pasa, si no el beneficio que conlleva para nosotros.
Por otro lado, quizá esto se deba a que no estamos acostumbrados a hacerlo. En cambio, el expresar razonamientos lógicos, buscar motivos y respuestas, es algo que sí hacemos en nuestro día a día. Hacerlo es valioso en nuestra sociedad y somos premiados por ello.
Recibimos desde pequeños muchos conocimientos, lecciones básicas para la vida, pero a veces andamos algo escasos de educación emocional. No se nos enseña a expresar y a canalizar lo que sentimos. Se supone que no es importante o que tenemos que aprender a hacerlo de manera intuitiva.
Así es como llegamos a adultos y, si bien tenemos una formación, no sabemos cómo expresar y resolver nuestras emociones.
En cambio, de una manera más o menos explícita se dan mensajes de que hay que controlar las emociones y de que no es bueno que los demás las conozcan, ya que puede ser un signo de debilidad.
En el caso de los hombres, por razones culturales y de estereotipos, este mensaje suele estar más presente. Se les exige un control extra en todo lo relacionado con lo emocional. Se ha identificado un ideal de hombre alejado de su parte emocional. Como si un hombre lo fuera más por negar sus emociones. Están tan presentes en los patrones de educación, que sin apenas darnos cuenta estos mensajes se interiorizan y en mayor o menor medida nos los llegamos a creer.
Las emociones tienen su importancia, utilidad y parte en nuestra salud. Por ejemplo, la ansiedad nos ayuda a movilizar nuestros recursos ante algo incierto. Como si nos agudizara el ingenio. Trabajar bajo cierta presión nos ayuda a rendir más. La tristeza y lo que conlleva, nos facilita el pararnos a reflexionar sobre lo que nos ha pasado. Ni hablar de los beneficios de estar alegre. Cada emoción tiene su función.
Si intentamos negarlas o no prestarles la atención adecuada, tarde o temprano van a aflorar. De ahí que muchos puedan tener episodios de descontrol de su ira o enfado. O que de repente nos veamos desbordados por algún acontecimiento que no tiene en sí mismo tanta importancia.
Hay que aprender a hablar de lo que sentimos, buscar palabras a aquello que nos acontece por dentro. Algunas personas encuentran útil escribir lo que les pasa, ya que le ponen nombre y forma a aquello que les preocupa. Es una manera de procesarlo y elaborarlo.
Otra forma de expresar sentimientos de una manera útil para nosotros es hacerlo a través del arte o el deporte. Incluso mediante el teatro o la dramatización.
Una persona emocionalmente sana es aquella que sabe percibir sus emociones, expresarlas y canalizarlas de algún modo. Cada uno puede encontrar el modo en que las elabora mejor, no hay fórmulas mágicas. Pero el ponerle palabras ya nos ayuda.
A la larga nos va a beneficiar en todos los ámbitos de nuestra vida, debemos tomarlo como un hábito bueno para nosotros y ofrecerle la importancia que se merece.
Artículo originalmente publicado en Nova Altamirano Psicología y cedido a Psyciencia para su publicación.