Muchos pacientes llegan a terapia enredados en su silencio. A veces, la respuesta que más se repite en la sesión es “no sé”. Hay demasiados vacíos, el paciente se muestra reservado, tienes la sensación de que puede contar más, de que se guarda cosas. Por momentos parece que uno encuentra algún tema en el que vislumbra un avance, pero este se diluye, se corta prematuramente. Las conversaciones sobre aspectos que se van explorando, las facetas vitales que se investigan y los temas abiertos terminan encallándose. No somos capaces de ver cuál es el problema que le trae a consulta.
En muchas ocasiones el paciente tampoco sabe a qué va. Sabe que hay algo que no está funcionando, que está en un atolladero, pero no tiene idea de qué es eso que obstaculiza su devenir ni por qué, ofrece respuestas cortas, y la comunicación no fluye, el relato no corre, no es transparente.
Es natural que ante estas circunstancias los terapeutas nos pongamos ansiosos, surja la inseguridad, la incertidumbre y hasta la desesperación. En muchas ocasiones ante esto tendemos a magnificar el problema del cliente: “esto tiene que ser gravísimo”, “a ver qué me encuentro”. Otras veces a minimizar su importancia: “es una tontería”, “esto le pasa a cualquiera”, etc. La incertidumbre, las dudas, suelen acompañarse a veces del impulso de mandar a casa al paciente para que regrese cuando tenga algo claro, o al contrario, escudriñamos de más en detalles irrelevantes.
Ante el desconocimiento y la frustración que supone estar delante de alguien y no saber qué hacer, podemos terminar forzando las conversaciones o intentando desatascar la interacción utilizando diferentes “ventosas”. Podemos ponernos insistentes y repetir preguntas, detenernos una vez más en los detalles, pedir más ejemplos, preparanos listas de preguntas para acribillar al paciente. Otras veces la estrategia es prepararnos montones de ejercicios, metáforas o tareas que terminen llenando la sesión. Creemos que algo de todo esto que hacemos le llegará al paciente, algo le será útil o desatascará la obstrucción.
Saber sostener los silencios en terapia, la ambigüedad, la duda, ayudarle al cliente a contactar emocionalmente con todo lo que conforma su vacío
Quizás la clave pueda radicar en la consciencia de nuestra propia impaciencia y desesperación. Comenzar por conocer en profundidad qué hacemos en nuestra vida cotidiana cuando las cosas no salen como esperábamos, o como aparece en los libros, o según nos dijeron que funcionaría… Pararse a conocer qué solemos hacer con nuestra impaciencia. Comenzar por parar, detenernos y situarnos desde una actitud de observación y apertura, cerca del cliente, cerca de su silencio, y también cerca de nuestras propias reacciones ante ello.
Saber sostener los silencios en terapia, la ambigüedad, la duda, ayudarle al cliente a contactar emocionalmente con todo lo que conforma su vacío, lo que hay en el espacio entre la pregunta y la respuesta, entre una frase y la siguiente que articula, con todo lo que contiene el «no sé», con el cómo se siente el no saber, cómo se siente en el cuerpo, cómo se nota en la mente, quizás sea de ayuda.
Quizás desde la confusión, la desesperación y la humildad de no saber qué hacer, es desde donde podamos los terapeutas acercarnos a conocer lo que conforma ese silencio del cliente. Tal vez desde ahí podamos encontrar el miedo del paciente a ser juzgado, valorado o invalidado. Posiblemente encontremos a una persona cansada de expresar lo que necesita que no ha encontrado respuesta alguna. Quizás nos encontremos con el temor de esa persona a ser castigado por expresarse… O descubramos que estamos ante una persona que no ha aprendido a preguntarse ni a responderse sobre las cosas importantes de su vida, o una persona a la que siempre algún otro ha respondido por él o por ella, que nunca ha aprendido a saber qué es lo que le gusta o disgusta, más allá de las expectativas de los otros…
Puede que el corazón de la intervención esté en que el terapeuta comparta su desconocimiento, su desesperación y sus reacciones al silencio del otro, su propia incertidumbre y la inseguridad que devienen en diferentes momentos, durante el proceso terapéutico… Probablemente este sea el mejor sitio desde el que acercarse al paciente, empatizar con él, validar lo que está sintiendo y moldear qué hacer ante su vacío.
Artículo publicado en el blog de Marisa Paez y cedido para su republicación en Psyciencia.
Ilustración de René Merino.