Acabo de leer un artículo que fue publicado en prensa en noviembre de 2013 y he sentido la necesidad de hacer unos comentarios, pues discrepo con muchos de los temas que aborda. Dice entre otras cosas:
“Reforzar la autoestima significa aumentar el valor personal ante uno mismo, pero no delante de nadie. Cualquier palabra que empiece con auto (autoestima, autoconcepto, autoimagen…) tiene que ver con uno mismo y no con los demás. Aun estando claro, parece que se olvida. Llega un momento en la vida en el que tenemos que centrarnos en aclarar la relación con la persona más importante, que no es otro que uno mismo. Si esa relación es sana e intensa, seremos felices; si es insana, seremos infelices…”
Aunque estoy de acuerdo en que no es recomendable –ni saludable– estar a la deriva de la aprobación o reconocimiento de los demás, así como también coincido con el gran peso específico que tiene nuestro valor personal –ese mismo que en el artículo se recomienda aumentar «ante uno mismo, pero no delante de nadie»–, no puedo evitar preguntarme de qué modo se podría llevar a cabo tal empeño así como aumentar la autoestima, al menos con la facilidad que lo plantean algunos manuales de autoayuda tan en boga.
La autoestima no depende exclusivamente de uno mismo
Es comprensible que para cada individuo sea él mismo lo más importante, pero hay que considerar que tambien lo son aquellos con quienes se relaciona, o se relacionó en el pasado, y que llegan a ser personas muy significativas por el modo en que pueden influir en la evolución de su personalidad ya desde la infancia. De entrada, hay que considerar que la autoestima no depende exclusivamente de uno mismo ya que es un concepto abstracto que engloba un conjunto de percepciones autoevaluativas que se fomentan y construyen no desde la individualidad, sino a partir de la relación que entablemos con los demás ya que, la valoración que cada cual tiene de sí mismo (así como el modo en que los demás nos valoran) se produce en un entorno y surge de la relación de yo con el otro, es decir, de la interacción que mantenemos con las personas que nos rodean.
Desde esta perspectiva relacional, discrepo con el artículo referenciado y considero difícil –mas bien imposible– admitir que la autoestima pueda trabajarse sólo a partir de uno mismo siendo que ésta surge de la relación que con el otro se produce en un entorno.
El concepto de sí mismo
Para entender el proceso descrito, es interesante conocer cómo se construye el concepto de sí mismo.
Desde el momento en que somos concebidos, disponemos de un entorno inmediato: el útero materno. Una vez que nacemos y nos asomamos al mundo exterior, ese entorno inmediato cambia y se concreta en la figura materna (o en una figura sustituta de apego) a quien podríamos denominar como nuestra cuidadora principal. Así, el primer vínculo relacional del bebé tras el parto se establece con la persona que se encargará de satisfacer sus necesidades tanto en lo que respecta a los alimento como al suministro de afecto: la madre.
Entre muchas necesidades básicas importantes como son el sentirse escuchado, contemplado o acariciado (activación sensorial auditiva, visual y táctil), existe la necesidad interpersonal consistente en entablar una relación que nos vincule con el otro y que influirá de un modo significativo en la maduración del ser humano.
A lo largo de la infancia se va construyendo –muy poco a poco– nuestro sentido de identidad, de pertenencia así como también la percepción que tenemos de nosotros mismos, todo ello a través de las interacciones que entablamos con los otros que son significativos para nosotros.
Si en este periodo sensible de nuestra infancia el niño se siente valorado, aceptado, apoyado y reconocido en su singularidad, evidentemente la percepción que tendrá de si mismo en la edad adulta será adecuada y su tendencia apuntará a una buena autoestima.
Una percepción evaluativa de sí mismo que se fomenta en el ámbito de la relación que se mantiene con los otros
Sin embargo, no sucederá lo mismo con quienes en la infancia no se sintieron reconocidos y valorados –en y por su entorno– al interaccionar con los otros significativos. En estos casos, la percepción acerca de si mismo quedará debilitada y el individuo no confiará en si mismo (baja autoestima) porque en ese periodo sensible que es la infancia, no encontró el reconocimiento necesario por parte de los demás para llegar a creer en sus propias capacidades. Obviamente, estos casos están abocados a sufrir en la edad adulta una autoestima baja, negativa o inadecuada.
Como consecuencia de lo expuesto, nos encontramos con que la autoestima es un conjunto de percepciones, pensamientos, evaluaciones, sentimientos y tendencias de comportamiento dirigidas hacia nosotros mismos y a nuestra forma de ser y comportarnos, que no dependerá exclusivamente de nosotros y de nuestro esfuerzo sino también de las respuestas que obtengamos de los demás cuando nos relacionamos con ellos.
¿Cómo puedo solucionar mi autoestima?
Muchos libros de autoayuda recomiendan ciertos ejercicios encaminados a aumentar la autoconfianza y la aceptación de sí mismo por parte del individuo, técnicas que no comparto ya que la autoestima no es algo que se construya ni se regule sólo de modo individual, sino una percepción evaluativa de sí mismo que se fomenta en el ámbito de la relación que se mantiene con los otros en un entorno compartido. Dicho de otro modo, no puede proponerse una solución individual a algo que nace a partir de una relación y que sólo a partir de la relación y del reconocimiento podrá ser abordado.
Termina de leer el artículo completo en el blog de Clotilde Sarrió: Gestalt Terapia