Los niños cuyos padres hacen tiempo para jugar con ellos desde una edad muy temprana podrían tener mayor facilidad para controlar su comportamiento y emociones a medida que crecen, según una nueva investigación (Amodia-Bidakowska et al., 2020).
La revisión de Cambridge utilizó datos de 78 estudios, realizados entre 1977 y 2017, la mayoría de ellos en Europa o América del Norte. Los investigadores analizaron la información combinada en busca de patrones sobre la frecuencia con la que padres y niños juegan juntos, la naturaleza de ese juego y cualquier posible vínculo con el desarrollo de los niños.
Aunque hay muchas similitudes entre padres y madres en general, los hallazgos sugieren que los padres participan en más juegos físicos, incluso con los niños más pequeños, optando por actividades como cosquillas, persecuciones y paseos a cuestas.
Esto parece ayudar a los niños a aprender a controlar sus emociones. También podría ayudarlos a regular su propio comportamiento más adelante, a medida que ingresan a entornos donde esas habilidades son importantes, especialmente en la escuela.
Se sabe que el juego entre padres e hijos en los primeros años de vida apoya las habilidades sociales, cognitivas y de comunicación esenciales, pero la mayoría de las investigaciones se centran en las madres y los bebés. Los estudios que investigan el juego padre-hijo a menudo son pequeños, o lo hacen de manera incidental. “Nuestra investigación reunió todo lo que pudimos encontrar sobre el tema, para ver si podíamos extraer alguna lección,” dijo Ramchandani.
En casi todos los estudios analizados, hubo una correlación constante entre el juego padre-hijo y la posterior capacidad de los niños para controlar sus sentimientos. Los niños que disfrutaban de un juego de alta calidad con sus padres tenían menos probabilidades de exhibir hiperactividad o problemas emocionales y de comportamiento. También parecían ser mejores para controlar su agresión y menos propensos a arremeter contra otros niños durante los desacuerdos en la escuela.
La razón de esto puede ser que el juego físico que prefieren los padres es particularmente adecuado para desarrollar las habilidades en cuestión.
“El juego físico crea situaciones divertidas y emocionantes en las que los niños tienen que aplicar la autorregulación,” dijo Ramchandani. “Es posible que tengas que controlar tu fuerza, aprender cuando las cosas han ido demasiado lejos, ¡o tal vez tu padre te pise accidentalmente y te sientas enojado!”
“Es un ambiente seguro en el que los niños pueden practicar cómo responder. Si reaccionan de la manera incorrecta, podrían ser regañados, pero no es el fin del mundo, y la próxima vez que recuerden comportarse de manera diferente”.
El estudio también encontró alguna evidencia de que el juego padre-hijo aumenta gradualmente durante la primera infancia, y luego disminuye durante la ‘mediana infancia’ (de 6 a 12 años). Esto, nuevamente, puede deberse a que el juego físico es particularmente importante para ayudar a los niños más pequeños a negociar los desafíos que enfrentan cuando comienzan a explorar el mundo más allá de su propio hogar, en particular en la escuela.
¿Esto quiere decir que los pequeños que viven con sus madres están en desventaja? No. Las investigaciones señalan la necesidad de variar los tipos de juegos a los que los niños tienen acceso. Parece aconsejable que las madres también se impliquen en juegos físicos.
“Los diferentes padres pueden tener inclinaciones ligeramente diferentes cuando se trata de jugar con niños, pero parte de ser padre es salir de su zona de confort. Es probable que los niños se beneficien más si se les dan diferentes formas de jugar e interactuar,” dijo finalmente Ramchandani.
¿Qué implicancia tienen estos hallazgos? Parece necesario que padres y madres cuenten con tiempo y espacio para jugar con sus hijos durante los primeros 3 o 4 años de vida que, según la investigación, resultan críticos.
Referencia bibliográfica:
Amodia-Bidakowska, A., Laverty, C., & Ramchandani, P. G. (2020). Father-child play: A systematic review of its frequency, characteristics and potential impact on children’s development. En Developmental Review (Vol. 57, p. 100924). https://doi.org/10.1016/j.dr.2020.100924